El magnicidio de Gaitán: por qué la OEA nació en un reguero de sangre y mentiras

Jorge Eliécer Gaitán
Juan Manuel Olarieta

En la crónica contemporánea de los grandes crímenes, sólo hay uno a la altura del de Kennedy: el del político colombiano Jorge Eliécer Gaitán, asesinado en 1948.

Aquellos días se inauguraba en la capital colombiana, la IX Conferencia Panamericana, en la que nació la Organización de Estados Americanos (OEA).

Ambos acontecimientos están íntimamente relacionados. A la cumbre asistieron los cancilleres de todos los países de América Latina, así como las personalidades políticas del momento, invitadas con todos los honores propios del caso.

La figura estelar de la reunión era el general George C.Marshall, impulsor del plan que lleva su nombre para rescatar al capitalismo en Europa tras la Segunda Guerra Mundial.

Entre las personalidades presentes sólo había una única y significativa excepción: “El Negro” Gaitán, llamado así despectivamente por la oligarquía por sus rasgos africanos.

En aquel momento Colombia estaba en medio de una campaña electoral y Gaitán era el candidato del Partido Liberal, al que todos daban como seguro ganador.

En aquel momento en Estados Unidos se acababa de crear una nueva organización criminal que luego se haría famosa, la CIA, cuyos tentáculos se extendían por el mundo entero.

En el proyecto de la OEA había dos concepciones concurrentes. Los países latinoamericanos querían que, lo mismo que la ONU, la OEA formara parte del movimiento descolonizador que concediera la independencia a Puerto Rico y devolviera el Canal de Panamá y las Islas Malvinas.

Gaitán formaba parte de esta corriente. Nunca se cansó de repetir que mientras Estados Unidos le daba a Europa un Plan Marshall lucrativo, lo único que América Latina podía esperar del Norte era su oposición a los movimientos reivindicativos de las masas populares.

De ahí que, junto a la reunión, se convocara un congreso paralelo de estudiantes latinoamericanos, con reivindicaciones abiertamente antimperialistas y democráticas. Fidel Castro, entonces un desconocido de 20 años, formaba parte de la delegación cubana de aquel congreso y fue detenido.

Gaitán se interesó por la reunión de los estudiantes y se entrevistó con Fidel. Según contó el dirigente cubano, prometió participar en su clausura en un acto multitudinario en el estadio de Cundinamarca.

Pero Estados Unidos tenía otros planes. La OEA debía consolidar Latinoamérica como su “patio trasero”, un baluarte del cerco trabado en la posguerra contra la URSS y, en consecuencia, abandonar cualquier atisbo descolonizador.

En la tarde del 9 de abril de 1948 Gaitán fue asesinado de varios disparos y, como en el caso de Kennedy, la CIA también buscó un chivo expiatorio: Juan Roa Sierra, un lumpen de 21 años de edad, que había sido conserje de la embajada del III Reich en Bogotá durante la Segunda Guerra Mundial.

Pero el genuino sabor de la CIA no se acababa ahí: lo mismo que Lee Oswald en 1963, el supuesto asesino fue a su vez asesinado o, más bien, linchado por la multitud para garantizar su silencio.

Otra semejanza con los magnicidios al más puro estilo gringo: el gobierno colombiano contrató a una comisión investigadora de Scotland Yard para concluir que el pistolero, había actuado por cuenta propia. Roa fue uno de esos inverosímiles “lobos solitarios”. Caso cerrado.

Pero la CIA es la mayor máquina de propaganda que ha conocido la historia y faltaba el segundo pilar del crimen: imputárselo a la URSS, a Stalin y a los comunistas.

El general Marshall informó a la Conferencia Panamericana que el asesinato había sido organizado por los comunistas para sabotear la OEA. La embajada de Estados Unidos alertó sobre inminentes planes insurreccionales de los comunistas en Centro y Sur América.

Una autoridad indiscutible, como el director de la CIA, Roscoe H. Hillenkoetter, repitió el bulo y, como en las armas de destrucción masiva de 2003, engañó a los congresistas de su país, motrándoles documentos que evidenciaban una conspiración comunista para sembrar el caos en Bogotá y sabotear la Conferencia Panamericana.

El Presidente colombiano, Mariano Ospina Pérez, siguió las instrucciones de sus amos al pie de la letra. Acusó a la URSS y a los comunistas colombianos del magnicidio y rompió las relaciones diplomáticas con Moscú.

Cuando comenzó el “bogotazo”, el estallido insurreccional, los tiroteos e incendios que recorrieron Colombia también se imputaron a los comunistas, agentes a sueldo de Moscú.

La burda intoxicación imperialista nunca se ha apagado, pero tras la Revolución Cubana cayó un espía de la CIA, John Mepples Spirito, que confesó haber sido enviado a Bogotá en 1948 para participar en el asesinato de Gaitán.

Cuando se van a cumplir 70 años del magnicidio, Estados Unidos, que ha desclasificado algunos de los papeles secretos del asesinato de Kennedy, se niega a hacer lo propio con los de Gaitán, que siguen siendo secretos porque siguen afectando a su sacrosanta “seguridad”. ¿También afectan a la “seguridad” de la OEA?

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