Para que la memoria de Marcus Klinberg no se pierda nunca

Marcus Klinberg en París
El 30 de noviembre murió en París, absolutamente olvidado, Marcus Klinberg, un comunista del que no deberíamos olvidarnos porque su biografía nos ayuda a entender algunos de los más importantes acontecimientos del siglo pasado.

Al morir con 97 años, Klinberg es casi una metáfora del mismo siglo XX y su vida como espía soviético, más apasionante que cualquier película de acción. Además de comunista, fue también un conocido científico, otra de tantas facetas que convierten a su personalidad en algo fuera de lo común.

El año pasado, poco antes de morir, publicó su autobiografía, “El último espía”, redactada en hebreo, en la que sólo relata una parte de lo que le tocó vivir, más que suficiente para apercibirse de que Klinberg fue el espía más importante que tuvo la URSS en Israel. Su tarea y la de su mujer, Wanda, era la de descubrir los planes israelíes para fabricar armas bacteriológicas.

De origen judío, Klinberg fue detenido en 1983 en Israel acusado de espionaje. En su interrogatorio dijo que él no tenía patria, que no trabajaba para un país sino para una causa: la del comunismo. La hija de ambos, que tradujo la autobiografía al francés, resumió así la vida de su padre: “Era un comunista que actuó por convicción y por reconocimiento hacia el Ejército Rojo, por haberle permitido combatir a los nazis que masacraron a toda su familia en Polonia”.

Le condenaron a él y a su mujer, a 20 años de cárcel, de los que cumplió
15 en régimen cerrado en la cárcel de máxima seguridad de Ashkelon. En
1998, cuando ya no existía la URSS, le conmutaron la pena por la de
confinamiento y en 2003 se trasladó a vivir con su hija y sus nietos a
París. Era un tipo de judío tan especial que no le dejaban vivir en Israel.

En Israel Klinberg estaba considerado como un universitario, un reputado científico, un investigador de primera línea que participaba en los mejores foros mundiales de su especialidad, la epidemiología. Su nieto, un conocido político francés, Ian Brossat, ha escrito otro libro, “El espía y el niño”, sobre las visitas que hizo a sus abuelos a las cárceles israelíes. Brossat recuerda el trago amargo de la transformación del prestigioso hombre de ciencia en el preso encerrado y repudiado y, finalmente, al hombre que en 1990 observa el hundimiento de aquello por lo que había luchado, la decepción y la desmoralización vividas desde el fondo de una mazmorra.

El preso más enigmático de Israel

En las cárceles israelíes Klingberg siguió siendo tan misterioso como en su vida anterior. Le juzgaron a puerta cerrada y nadie ha podido leer las actas del proceso. Luego le registraron en prisión con un nombre falso, “Greenberg”. Un famoso científico israelí había desaparecido y nadie sabía nada. Todo eran rumores. Israel dijo que había “desertado” a la URSS.

En 1988 un diario neoyorkino en hebreo mencionó su detención por primera vez y poco después Peter Pringle, un periodista inglés del diario “The Observer” emprendió una investigación que fue brutalmente interrumpida por el Mossad con los métodos que le caracterizan: le abrieron el coche y se llevaron sus pertenencias, su pasaporte y sus documentos.

En 1993 el diario Haaretz tuvo que ganar un pleito contra el Estado israelí para poder contar la historia de aquel enigmático científico encerrado en la cárcel en unas condiciones de aislamiento total. Es el lastre de la “libertad de expresión”: durante 10 años la prensa israelí no pudo narrar que Klinberg había sido encarcelado por espionaje a favor de la URSS y que el castigo se mantenía a pesar de que la URSS había desaparecido. Junto con la URSS también Klinsberg había desaparecido.

¿Hacia dónde se podía huir en 1939?

Klinberg había nacido en 1918 en Varsovia en aquel ghetto que la película “El pianista” ha hecho famoso y donde su abuelo era rabino. En 1936 se matriculó en la Facultad de Medicina de Varsovia. Entonces aún no era comunista, aunque se definía como agnóstico y de convicciones progresistas. Quienes le forjaron como comunista fueron los que se habían empeñado en la lucha contra el comunismo: los nazis. En un diario juvenil fue escribiendo la repugnancia que le producían las nuevas y viejas teorías racistas, tanto nazis como polacas, que se convirtieron en la puerta de entrada a un desarrollo político personal.

En 1939 vio a los nazis ocupar Varsovia. En un momento de lucidez, su padre atisbó que la tragedia se aproximaba y le propuso huir para que, al menos, alguien de la familia se salvara del desastre. Huir, sí, pero ¿hacia dónde? A pesar de que los estúpidos manuales de “historia” de la burguesía dicen que la URSS “invadió” Polonia o se la repartió con los nazis, ni los polacos ni nadie lo vivieron así y muchísimos judíos, como Klinberg, no dudaron en el camino que debían tomar para salvar sus vidas: debían ir a la URSS. Toda la familia de Klinberg fue exterminada, tanto la paterna como la materna. Sólo se salvó él, por lo que la lección para la humanidad es más que evidente: los nazis eran la muerte y la URSS era la vida. Algunos aún no se quieren enterar de algo que entonces era tan sencillo pero tan vital para millones de personas.

La URSS no sólo acogió a un refugiado como Klinberg sino que le facilitó que culminara sus estudios de medicina en Minsk, Bielorrusia, en junio de 1941, justo en el momento en el que, tras el ataque a la URSS, los nazis volvieron a acercarse peligrosamente. La URSS le concedió la nacionalidad y el Ministerio de Sanidad le trasladó a Lida para que hiciera sus primeras prácticas de epidemiología, pero él no quiso huir por segunda vez. Aquella barbarie había que pararla en algún sitio. Prefirió combatir al fascismo de la única manera posible: con las armas en la mano.

¿Cómo pagar un tributo de sangre?

Su vida se confundió con la de la misma URSS. Estudiaba al mismo tiempo que combatía. La situación era tan delicada que no permitía elegir sólo una de las dos cosas. Siguió cursos de especialización en Perm, cerca de los Urales, de donde le trasladaron a un centro epidemiológico de Moscú.

En diciembre de 1943 le nombraron jefe de epidemiología del Ministerio bielorruso de Sanidad y acabó la guerra con el grado de capitán del Ejército Rojo. En aquel momento de euforia sus meditaciones debían ser como las de tantos millones de seres humanos a los que la URSS había rescatado del infierno: ¿cómo pagar aquel tributo de sangre?

En diciembre de 1944 Klinberg entra con el Ejército Rojo en una Polonia exterminada y arrasada por el fascismo. En muy pocos años todo su mundo anterior había desaparecido: la familia, los vecinos, los amigos, las casas, las escuelas, las calles…

En junio del siguiente año se casa con Wanda Jasinska, una colega epidemióloga, también judía, que había logrado escapar del ghetto de Varsovia, donde su familia también había sido completamente exterminada. Para los supervivientes del fascismo, Polonia era un gran vacío. Marcus y Wanda sólo se tenían el uno al otro.

En 1946 el nuevo gobierno polaco les envía a ambos con un puesto en la embajada en Estocolmo, que cambian para trabajar en un hospital de contagiosos, hasta que dos años después se crea el Estado Israel, a donde emigran. Era el momento de pagar el tributo pendiente.

El Instituto de Guerra Bacteriológica Nes Ziona

Allá obtiene en 1969 una plaza en la Facultad de Medicina de Tel-Aviv, donde a partir de 1978 dirige la Escuela de Medicina Preventiva y Social. Escribió y dirigió la publicación de una veintena de libros científicos, así como más de cien artículos de su especialidad en revistas internacionales. Desde 1979 presidía la Asociación de seguimiento de malformaciones congénitas, presidente del comité internacional que realizó al seguimiento a la catástrofe química de Seveso, en Italia, profesor de las universidades de Pensilvania, Filadelfia, Oslo, Londres, Oxford…

Como suele ocurrir en la ciencia moderna, sus galones académicos eran el reverso de la tarea que desempeñaba para el ejército israelí. Desde 1950 fue jefe de medicina preventiva militar, director del Instituto de Medicina Militar, director del Instituto de Investigación Biológica Nes Ziona…

Esa es la palabra clave: el Instituto Nes Ziona es el centro de guerra bacteriológica israelí que dirige directamente el Primer Ministro. Se saben muy pocas cosas de la repugnante tarea que llevan a cabo los “científicos” (matarifes, en realidad) que trabajan en ese centro, pero una de ellas es que han logrado elaborar 43 tipos diferentes de eso que llaman púdicamente “armamento no convencional” y que en otros sitios se conoce como “armas de destrucción masiva” que ha costado la devastación de todo un país, como Irak. Se trata de la fabricación de bacterias, virus, hongos, toxinas y venenos sintéticos para matar en masa a las poblaciones.

A unos “científicos” canallas les corresponden unos amos de la misma naturaleza. A pesar de que el Estado de Israel firmó en 1993 en París el tratado de desarme que prohíbe la fabricación, el uso y el almacenamiento de armas bacterioquímicas, actualmente en el Instituto Nes Ziona de Tel-Aviv hay (sigue habiendo) ese mismo tipo de armamento.

La firma de dicho tratado por Israel hubiera debido poner en libertad a Klinberg automáticamente, pero no fue así porque Israel necesitaba mantener todo el asunto en el más estricto secreto: el caso Klinberg era el fracaso más importante de sus todopoderosos servicios de seguridad, una prueba de la vulnerabilidad del Estado de Israel.

Eso explica algunas cosas pero no todas ni mucho menos. Si Israel es una parte de esta historia, la URSS es la otra ¿Por qué Klinberg no fue uno de aquellos espías que los países del este se intercambiaron con los del oeste? La familia realizó gestiones con Gorbachov en este sentido. Por todos los rincones del mundo se hicieron listados de espías y presos a intercambiar, con ramificaciones que llegaban hasta Nelson Mandela… Quizá no hay que buscarle tres pies al gato: no hubo tiempo. Cuando cayó la URSS ya no había nada que negociar porque no había nada que ofrecer. Unos lo tenían todo y otros, como Klinberg, lo habían perdido. Hasta sus ilusiones.

comentarios

  1. ¿No es cierto “todo” lo que se expone?, ¿Hay que investigar en los archivos? Pues que los abran, que los expongan al público, ¿O tienen algo que ocultar? Para temer lo peor no hay más que echar un vistazo a esto: iibr.gov.il/

  2. Normalmente cuando leemos cualquier noticia la mayor parte no estamos en condiciones de comprobar lo que se dice y mucho menos si se quiere hacer "a fondo". Esas comprobaciones sólo se piden cuando una información nos chirría, lo cual ocurre con los medios alternativos, nunca con los oficiales. Es curioso…

    Pero en este caso, la información procede tanto del relato autobiográfico, como de una información publicada en "Le Monde" en 1994. Son hechos suficientemente conocidos en casi todos los países… menos en el nuestro donde, a causa de ello, todo nos resulta muy sorprendente.

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