Esto ocurre en Francia, considerada como la patria de los derechos humanos, y ocurre con un gobierno “de izquierda” para que todos lo tengamos bien presente y reneguemos de esa “izquierda” aún más infame que la “derecha”.
Cuando algún político toma sus decisiones por motivos económicos particulares, todo el mundo lo califica de corrupción… excepto cuando se trata de política exterior, donde la corrupción es la norma.
Esa es la explicación de que Hollade haya condecorado con una medalla colonialista (la Legion de Honor) al ministro del Interior saudí, el príncipe Nayef, partícipe destacado de actos tan propios de los derechos humanos como las decapitaciones y otras hazañas características de la Casa Saudí.
También se dispone a hacer lo mismo con Mohamed Hammuchi, antiguo director del servicio secreto marroquí, al que la propia fiscalía de París acusa de torturas en una querella presentada por varias ONG ante los tribunales.
Sobre este asunto hemos leído en una web francesa una curiosa comparación: “Las torturas en Marruecos son como las corridas de toros en España: una vieja tradición ancestral, una curiosidad turística” (*).
Cuando un país como Francia condecora a un elemento clave del aparato del Estado marroquí, como Hammuchi, es porque se trata de un vasallo muy fiel, alguien que cumple las órdenes sin rechistar.
Sin embargo, cuando condecora a un ministro saudí no es por “atracciones turísticas”, como la lapidaciones, sino sólo por dinero, negocios, contratos, obras, armas…