El 14 de septiembre Biden prohibió a Ucrania el uso de sus misiles de largo alcance contra el interior del territorio ruso.
La decisión la impusieron los dirigentes del Pentágono porque unos días antes Putin había anunciado que lo consideraría como una declaración de guerra por parte de los proveedores de misiles.
Dos meses después la prohibición se ha convertido en autorización, pero el Kremlin se da un compás de espera porque la autorización no la han anunciado las fuentes oficiales de la Casa Blanca.
Si dicha autorización se confirmara, sería un salto cualitativo por parte de Estados Unidos y la OTAN en su conjunto. Un ataque de largo alcance sólo lo puede ejecutar personal especializado, por lo que Rusia entiende que un ataque de esas caraterísticas sólo puede proceder de Estados Unidos.
Lo mismo cabe decir de Reino Unido y Francia, que, a la estela de Estados Unidos, han emitido la misma autorización respecto a los misiles de largo alcance Storm Shadow y Scalp respectivamente.
Después de informar de ello, Le Figaro la suprimió al día siguiente. Las noticias aparecen y luego desaparecen, pero las vendas se han caído de los ojos. En Rusia ya nadie habla de “operación militar especial” sino de una guerra abierta con la OTAN.
Más fuentes no oficiales aseguran que la autorización de Biden sólo es válida para Kursk y se basa en la presencia de tropas norcoreanas en la región, que evalúan hasta en 12.000 soldados, aunque las cifras bailan según lo que quieran argumentar los comentaristas de los medios, cuya credibilidad es cero.
Como por casualidad, los soldados norcoreanos no han sido llevados a cualquier destino del frente sino precisamente a Kursk.
Es otra cortina de humo. Como ya hemos apuntado, el verdadero objetivo de un ataque ucraniano en Kursk sólo puede ser la central nuclear, que es vulnerable porque carece de una cúpula protectora de hormigón para evitar los ataques con misiles.
El bombardeo de la planta provocaría una fuga radiactiva en la región que afectaría tanto a la población como a las tropas rusas.
Ese objetivo nuclear es el que ha promovido la declaración de Putin sobre el empleo de armas nucleares frente a ataques convencionales. Los medios de comunicación ya están preparando el argumento de que la respuesta sería asimétrica y dejaría la imagen de Rusia en muy mal lugar, una vez más.
En cualquier caso, la respuesta rusa frente a un ataque en profundidad iría más allá de las fronteras de Ucrania, es decir, extendería el teatro de operaciones de la guerra.
Si esa eventualidad se produce, significa que Biden quiere poner a Trump entre la espada y la pared, haciendo imposible cualquier final rápido de la guerra, como ha prometido. La imagen del nuevo presidente también quedaría muy mal parada, una vez más.