Un país capitalista sólo puede ser imperialista, esto es, expansionista, sobre todo si nos referimos a una gran potencia, como Rusia. Sería de una “lógica” impecable de no ser porque los hechos muestran algo bien diferente, sencillamente porque no son “lógica”, no salen de la cabeza sino de la historia.
Desde 1989 lo que los hechos muestran es que Rusia no sólo no se ha expandido sino todo lo contrario: se ha contraído. Es una federación de Estados que ha perdido a 16 Estados que antes formaban parte de la URSS.
La relación con esos Estados, que ahora son vecinos, ha cambiado radicalmente. No son una especie de “protectorados” sometidos a la fuerza de Moscú, ni siquiera en ese tipo de litigios fronterizos que siempre suelen tener los vecinos, como en el Mar Caspio, unas aguas que antes sólo tenían dos riberas (URSS e Irán) y ahora tienen cinco (los dos anteriores más Azerbaián, Kazajstán y Turkmenistán).
Desde 1940 la URSS se repartió el Mar Caspio con su vecino por la mitad y a partir de 1989 se han celebrado negociaciones durante 20 años, hasta que el 12 de agosto pasado se firmó el nuevo tratado que redefine el estatuto de las aguas de una manera totalmente pintoresca: el Mar Caspio no es un mar ni tampoco es un lago.
La nueva configuración de Caspio se ha llevado a cabo sin la intervención de ninguna potencia exterior, o sea, de Estados Unidos, y con la voluntad que quede fuera de sus aguas para siempre.
A partir de ahí, los beneficiarios de los inmensos recursos del Mar no pueden ser otros que los propios ribereños, por lo que cabe preguntar cuál de ellos sale ganando, lo que tiene una respuesta muy sencilla: los más pequeños, es decir, las tres repúblicas turcófonas de Azerbaián, Kazajstán y Turkmenistán.
Es un reparto muy extraño, teniendo en cuenta que estamos acostumbrados a que en el mundo ganen siempre los más fuertes, lo cual significa que a Rusia e Irán lo que más les interesa es mantener buenas relaciones con ellos a fin de impedir cualquier tipo de provocación procedente de Estados Unidos con la excusa de disputas sobre las aguas jurisdiccionales.
Eso demuestra que, por complejo que sea, un acuerdo entre países vecinos es siempre mucho más fácil cuando los imperialistas no meten sus narices.
En el caso del Mar Caspio estamos hablando del reparto de un bocado gigantesco, tan grande que lo “lógico” es que no hubiera habido ningún acuerdo. Las tres pequeñas Repúblicas no sólo se quedan con una parte mayor que la que les hubiera podido corresponder sino que, además, podrán exportar gas directamente a occidente y competir con Rusia e Irán en los mercados internacionales.
Si hubieran definido al Mar Caspio como un “mar”, estaría sometido a la Convención de la ONU sobre la materia, donde impera el “libre acceso”, por lo que la OTAN y los imperialistas podrían introducir buques de guerra. Durante un cierto tiempo, tanto Azerbaián como Kazajstán permitieron la presencia de la OTAN sobre su territorio, lo que ahora empieza a cambiar, hasta el punto de que es posible que Bakú ingrese en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva.
En Asia central el tablero de inclina hacia el este y lo hará de una manera mucho más clara cuando la Ruta de la Seda entre en funcionamiento.