Le ha costado pero, al fin, Trump ha emprendido la purga de la cúpula del espionaje estadounidense, que ha quedado “decapitada”, decía ayer The Guardian. No ha podido hacerlo en cuatro años y ha esperado que la atención estuviera fija en el coronavirus y a que las elecciones se le echaran encima.
El viernes destituyó a Michael Atkinson, inspector general de eso que en Estados Unidos llaman la “comunidad de inteligencia”, que no ha tenido bastante con desestabilizar a los países del Eje del Mal, y se metió a desestabilizar el suyo.
Trump le nombró y Trump le ha destituido. A los demócratas y la prensa les ha faltado tiempo para denunciar el oportunismo del Presidente.
Atkinson se enfrentó a Trump por el montaje de Ucrania, pero no se enfrentó a Biden y a su hijo por los negocios que tenían en su sucursal de Kiev, como ya hemos explicado en varias entradas anteriores.
Biden acudirá a las próximas elecciones presidenciales en representación del Partido Demócrata y la troika golpista (espías, prensa, demócratas) quiere echar tierra encima del candidato cargando contra Trump.
También ha salido por la puerta de atrás el director en funciones de la inteligencia nacional, Joseph Maguire, que ha sido reemplazado por un perrito faldero de Trump: Richard Grenell.
Trump planea colocar a Steve Feinberg, un especulador multimillonario y aliado político suyo, como director de inteligencia nacional.
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