Semillas, patentes, lombrices

N. Bianchi
Si vamos una mañana de domingueros por el monte o la sierra y vemos una repulsiva lombriz de tierra, es muy posible que la pisemos. Yo hacía eso, instintivamente. No lo hubiese hecho de saber que las lombrices de tierra son una de las especies vitales para nuestra supervivencia al fertilizar los suelos con sus excrementos y aumentar la permeabilidad del suelo al aire y la lluvia, como también hacen los topos, por ejemplo. Como tampoco sabía que el formidable Darwin dedicaba su última obra a la observación y estudio de las lombrices.

Contaba Vandana Shiva, física nuclear y cuántica, que para Francis Bacon -para ella padre de la ciencia moderna-, la Naturaleza no era una madre sino más bien una hembra (sic) a quien la agresiva inteligencia masculina debía someter. Esta transformación de la Naturaleza (la mayúscula es mía, como homenaje a Spinoza), de madre viva que nos alimenta, en materia inerte, muerta y manipulable se ajustaba al imperativo de explotación de un capitalismo en crecimiento.

No siempre pero sí con el desarrollo del capitalismo y la revolución industrial y la biotecnología, que le dicen, se ha tendido a pensar que la Naturaleza es todo aquello a lo que deberíamos acceder (los urbanitas) gratuitamente o al precio más barato posible. El trabajo en el campo sería un no-trabajo, simple biología, un recurso natural, algo repetitivo. Como si la lechuga emergiera sola y no habría más «trabajo» que tomarla. O esos niños que creen que la leche procede de un tetrabrik. Paradójicamente, con esta construcción cultural se devuelve a la Naturaleza su estatus arrebatado ergo natural, pero iterativo y como aburrido.

El rasgo distintivo de los sistemas vivos es su capacidad de autoorganizarse, ser autónomos y tenerse a sí mismos como referencia. Esto no significa, al igual que el gen, que estén aislados y que no interactúen. Son muy sociables. Los sistemas autoorganizados interactúan con su entorno, pero mantienen su autonomía. El medio se limita a provocar los cambios estructurales que experimentan; no les da instrucciones ni les dirige. Dicho así, suena demasiado natural y, sobre todo, sin ningún valor añadido. Surgen por doquier las patentes que sancionarán la pura creación de vida en un… laboratorio mediante tecnología, fitomejoradores y otras hibridaciones mendelianas (¡pobre Mendel!) que, además, controlarán el mercado, que es de lo que se trata. Tómese como ejemplo la semilla. La semilla tiene la doble cualidad de ser un medio de producción y, a la vez, un producto. Con la introducción de patentes, las semillas pasarían a ser mercancías patentadas y no como antaño que se intercambiaban alegremente como obsequio entre agricultores. Estos últimos, ahora, serían proveedores de materia prima que una pocas compañías químicas multinacionales como Ciba-Geigy, Monsanto, asociados a la industria farmacéutica «mejorarían» con sus alquimias haciendo dependientes a los agricultores de la industria para proveerse de insumos cruciales como la semilla. Esto es, obligarles a comprar semilla todos los años en lugar de obtenerla mediante la reproducción.

A esto Shiva le llama biopiratería o segunda colonización.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies

Descubre más desde mpr21

Suscríbete ahora para seguir leyendo y obtener acceso al archivo completo.

Seguir leyendo