Se cumplen 10 años del descubrimiento de uno de los fraudes científicos sobre el calentamiento

El domingo se celebra un cumpleaños redondo de esos que no podemos dejar pasar, porque si aquí no hablamos de ello nadie más lo va a hacer: es el 10 aniversario del descubrimiento de la falsificación de los datos climáticos por parte de la Universidad de East Anglia de Inglaterra, el santuario de la histeria seudocientífica sobre el calentamiento.

Un pirata informático penetró en los ordenadores de la universidad británica, se apoderó de miles de correos electrónicos intercambiados entre los farsantes y los publicó. Los falsificadores tienen nombres y apellidos, sobre todo el de Michael Mann, pero también Phil Jones, David Parker, Tim Osborn y Tom Wigley.

La Universidad reconoció la intrusión informática y que las publicaciones se correspondían con los mensajes intercambiados por Mann y sus mariachis. Como es natural tuvo que abrir una “investigación”, tras la cual no sancionó a los farsantes como era su obligación, despidiéndolos de sus cargos, por una razón obvia: porque estaban muy protegidos por los imperialistas, por la ONU/IPCC y por el gobierno británico, o lo que es lo mismo, porque las cuestiones climáticas no son sólo científicas (o seudocientíficas) sino políticas.

Es el meollo de la cuestión. El IPCC no es un organismo científico, como algunos creen y hacen creer, sino político y por eso se llama así: “intergubernamental”. Fue creado en 1988 por los únicos países del mundo que podían crear algo así, Estados Unidos y Gran Bretaña, aprovechando la bancarrota de la URSS y el apogeo de la reacción mundial, capitaneada por Reagan y Thatcher.

Lo mismo que la Inquisición hace 400 años, el IPCC tiene por objeto imponer un canon y para ello empezó por imponer a la Universidad de East Anglia como guía de dicho canon, por encima de cualquier otra universidad o centro de investigación. Así nació dentro de dicha Universidad la cueva de los ladrones, denominada CRU (“Unidad de Investigación Climática”).

Por lo tanto, el descubrimiento de que la unidad climática de East Anglia estaba falsificando sus conclusiones también dejó al descubierto al IPCC.

En sus mensajes los seudocientíficos admiten que su afán no es la verdad sino imponer un canon, para lo cual no dudan en manipular datos, destruir pruebas y acallar a los escépticos, por las buenas o por las malas si es necesario.

El alcance de las manipulaciones de los universitarios es difícilmente imaginable porque, al convertir a una parte en el todo, en canon científico, la propagación de las conclusiones es mucho mayor. Es una gangrena que, poco a poco, lo va pudriendo todo. Las falsedades de unos científicos de cabecera las asumen los que van por detrás, con tanto mayor ahínco en cuanto que su capacidad crítica se reduce hasta el cero más absoluto.

De los fraudes participan todas esas revistas “prestigiosas” que los publican y difunden a los cuatro vientos por lo mismo de siempre: por falta de capacidad crítica y, sobre todo, autocrítica. Los artículos firmados por Mann y sus mariachis hubieran debido ser denostados públicamente por las propias revistas que los publicaron, pero no ha ocurrido así por los motivos políticos que ya hemos expuesto.

En la ciencia moderna hay determinados científicos que son intocables por su estrecha asociación al Estado monopolista. Sus amos les han otorgado poder tanto como inmunidad. Sus  corruptelas son expresión de las corruptelas políticas, y no sólo se pudren ellos sino que pudren las universidades en las que trabajan y las revistas científicas en las que escriben.

No se crean que en sus correos internos los universitarios hablan de ciencia: de lo que hablan es de dinero. En uno de ellos el director del CRU informa de que ha recaudado 13,7 millones de libras desde 1990.

En otro alguien se queja de la publicación de un artículo que puede arruinar sus esfuerzos para sacarle la pasta a la multinacional alemana Siemens.

Otro mensaje reconoce que están negociando con la multinacional petrolera Esso…

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