En 1990 Helmut Kohl, Canciller de la entonces Alemania Occidental, y Mijail Gorbachov, último Presidente de la Unión Soviética, firmaron el acuerdo de reunificación de Alemania. Antes y después de la firma, James Baker, el Secretario de Estado de Estados Unidos bajo la presidencia de Ronald Reagan, prometió a Rusia, a través de Gorbachov, que la OTAN excluiría cualquier “expansión de su territorio hacia el Este, o que se acercara a las antiguas fronteras soviéticas”. Reiteró esta promesa en la firma, coincidiendo con la afirmación de Gorbachov de que la expansión de la OTAN era inaceptable ahora que la Guerra Fría había terminado y que Europa, Rusia y Estados Unidos debían encontrar un terreno común en el camino hacia la paz y la prosperidad. Baker respondió que los norteamericanos entendían que “no sólo para la Unión Soviética, sino también para los demás países de Europa, es importante tener garantías de que si Estados Unidos mantiene su presencia en Alemania en el marco de la OTAN, ésta no se desplace hacia el este, es decir, que no se expanda hacia los países del antiguo Pacto de Varsovia”.
Para entender la posición actual de Rusia, tenemos que ver este punto como la “línea roja” que atraviesa el posicionamiento diplomático de Rusia. Desde que Putin y su partido, Rusia Unida, llegaron al poder en 2000, Occidente ha intentado controlar a Putin como lo hizo con su predecesor, Boris Yeltsin. La gran venta en Rusia estaba en pleno apogeo, desde el colapso de la Unión Soviética, y el país estaba asolado por la actividad de los grupos criminales, de los que surgieron muchos de los oligarcas contemporáneos; la mayoría de ellos se exiliaron (a Reino Unido) o acabaron en la cárcel, todos conocemos el ejemplo de Mijail Jodorkovski.
En 2007 Putin pronunció su famoso discurso de Múnich, en el que dejó claro que Rusia volvía a la carrera por recuperar su estatus de “superpotencia” y que el mundo se convertiría en multipolar, no en unipolar. Para disgusto de los asistentes al discurso, entre ellos John McCain, el “padrino” de la llamada “resistencia siria”, que apoyó al Ejército Sirio Libre (ESL), con un vídeo publicado en la CNN en el que se le ve sentado junto a un hombre con un gran parecido a Abu Bakr al-Baghdadi, que se convertiría en el cabecilla de Daesh (Isis). MacCain, de quien podemos decir que es culpable de crímenes contra la humanidad.
También estaban presentes Angela Merkel y Victor Yanukovich, que se convertiría en presidente de Ucrania como resultado de la primera Revolución de Colores instigada por Occidente (Fundación Open Society de George Soros), conocida como la Revolución Naranja; la segunda Revolución de Colores se produjo en 2013, instigada por Estados Unidos y la Unión Europea.
Otras personalidades presentes ese día fueron Jaap de Hoop-Scheffer (de nacionalidad holandesa), antiguo Secretario General de la OTAN, que más tarde admitió que deberían haber actuado “de otra manera” con Putin y Rusia, y que deberían haber escuchado mejor las quejas de Rusia, y mostrar comprensión por la “promesa rota”. Estos actores desempeñaron un papel para contrarrestar el “odio” (de los gobiernos) de Occidente hacia Rusia. La propaganda ha estado en pleno apogeo desde 2007 hasta hoy.
Nos encontramos en la fase final, en la que Occidente quiere poner a Rusia de rodillas. Occidente está desesperado y se aferra a su ideología unipolar. Tanto Rusia como China se han convertido en superpotencias, lo que supone una amenaza para la “vieja” ideología de Occidente, es decir, un mundo unipolar y el colonialismo. Occidente intenta compensar sus pérdidas impulsando los llamados nuevos planes, una sociedad libre de petróleo y otros recursos extraíbles en el mundo multipolar, que ya no pueden ser “robados”, sino que ahora deben ser comprados. Occidente lo llama “reconstruir mejor”, y lo vende a su público como necesario para salvar el planeta y el clima, y se llama “Green New Deal”. Occidente está desesperado por este nuevo orden multipolar, un nuevo orden mundial, que él mismo reclama desde hace años, y que ha visto cómo China, Rusia y sus aliados han tomado el relevo.
Rusia ya no permite que la OTAN avance hacia las fronteras rusas. Rusia recuerda a la OTAN su promesa de 1990 de “no expandirse hacia el este”, pero las promesas occidentales se incumplen sistemáticamente, como nos enseña la historia. Rusia se ha mantenido en silencio durante un tiempo, y ha estado ocupada limpiando el desastre causado en Siria por los países occidentales que apoyaron a los terroristas y casi comenzaron una guerra mundial. Rusia vio cómo se desarrollaba un golpe de Estado en Ucrania (2013-2014) e intentó, mediante negociaciones diplomáticas con Occidente, resolver el problema. Esto no funcionó. Occidente, la UE/OTAN y los Estados Unidos quieren la guerra y están inventando todo lo que pueden para provocar a Rusia. China, aliada de Rusia, también tiene que tomar su propaganda, ahora que el muy viejo George Soros ha vuelto a hablar y a acusar a China de tener un dictador en el presidente Xi.
Hemos llegado al punto más alto de la propaganda occidental, que acusa descaradamente a Rusia de apoyar a los neonazis de Ucrania, que se están abriendo camino hasta el gobierno de este país, si es que se le puede llamar gobierno “real”, claro. Pero Occidente olvida que muchos ucranianos se sienten cercanos a los rusos y no quieren la guerra en absoluto. Incluso el presidente Zelensky se pronunció contra Occidente, especialmente contra Estados Unidos, diciendo que nada ha cambiado en Ucrania y que Rusia no es una amenaza. Como he escrito antes, Occidente escucha la propaganda de los antiguos estados soviéticos como Lituania o Letonia, que siguen viviendo en el pasado soviético, cuando han cambiado muchas cosas desde 1990; Rusia ya no es comunista, y Ucrania está ahora bajo el yugo de la UE, los habitantes de Letonia y Lituania han emigrado a los países más ricos de la UE, porque no hay trabajo en su país. Donde los habitantes de estos países pensaban que podrían vivir una vida mejor, ahora parece que la situación ha empeorado en comparación con lo que era en la antigua Unión Soviética, y esto no era lo que se esperaba. Pero para la UE y su agenda mundialista, este es precisamente el efecto deseado: países de la antigua Unión Soviética vendidos para instalar fábricas. Al capitalismo no le importa la gente, sólo el “capital”.
Veremos cómo se desarrolla esto en las próximas semanas, aunque sigo pensando que no se producirá una guerra física “real”, ¡espero al menos que Europa y Estados Unidos tengan el sentido común de no iniciar una guerra!
Sonja van den Ende https://oneworld.press/?module=articles&action=view&id=2453