Sólo había algo peor que un plan, que era un comité público de planificación económica, un Gosplan. Lo contrario del plan era el mercado, que es de lo que se trataba entonces. Ahora Ivanov se propone rescatar aquella experiencia y apela a la autoridad de Putin en otro de sus últimos deslices semánticos en el Foro Económico de San Petersburgo: Gosplan. “Que conste que no he sido yo el que ha rescatado la palabra”, le dice Ivanov a la periodista. No se trata de nostalgia del pasado sino de la sensación generalizada de que “el sistema económico que hoy está vigente no funciona”.
A comienzos de 2000, cuando se celebraba el 80 cumpleaños de la creación del Gosplan en medio del silencio, Ivanov ya exigió el restablecimiento de dicho organismo en una entrevista concedida a la revista Nezavissimaia Gazeta. El país necesitaba el Gosplan, no el viejo Gosplan, el arcaico, sino un Gosplan renovado, “a pesar de que los planes quinquenales hayan desaparecido desde hacía tiempo y que su función se haya perdido”. En la actualidad, decía Ivanov, el Gosplan debería tener como misión optimizar la satisfacción de los intereses del país.
Según Ivanov la razón principal de que el actual sistema económico ruso no funcione es que el Estado rehúsa tener un papel activo en la economía, concentrándose exclusivamente sobre ciertas áreas. Los economistas al servicio del gobierno hacen previsiones pero nadie orienta las cosas, nadie dice lo que hay que hacer.
Otro de los motivos que apunta Ivanov es la improvisación. Los problemas se van resolviendo sobre la marcha, todas las previsiones son a corto plazo.
La tercera razón es la ruptura del equilibrio económico. Los economistas naufragan en un mar de datos económicos, pero ¿quién garantiza que son equilibrados? Según Ivanov, nadie. Cuando él era miembro del Gosplan, recuerda, cada kópek destinado al equilibrio daba lugar a lo que califica como “disputas homéricas”.
Pero Ivanov está lejos de idealizar el Gosplan. El sistema soviético de planificación era defectuoso. Los planes se imponían a las empresas “desde arriba”. De la ejecución de esos planes dependía muchos aspectos de la vida del colectivo. Si el plan se ejecutaba, el jefe era ascendido, los trabajadores obtenían primas y se adjudicaban apartamentos al personal. “Se trataba de una deformación de la motivación en el trabajo”, reconoce Ivanov. Era importante cumplir las tareas asignadas por el Gosplan, pero esas tares no eran cercanas, a las empresas, a los talleres o a los equipos. “Las empresas deberían funcionar según los mecanismo del mercado. No habría que imponerles tareas”, dice.
A la hora de buscar culpables sale a relucir el nombre de Yegor Gaidar, el economista de Yeltsin que desmanteló los últimos vestigios de la URSS. Sin embargo, lo que Ivanov alcanza a decir es que “cometió numerosos errores” y que mantuvo fuertes discusiones con él que, finalmente, le condujeron a dimitir de su cargo en el Ministerio de Economía.
En la Rusia postsoviética pocos personajes habrán sido más aborrecidos que Gaidar, quien representó, junto a Yeltsin, al sector más reaccionario de la nueva oligarquía. Sus partidos, sus intentos electorales y su oposición a Putin fracasaron. Sin embargo, cuenta Ivanov, en sus últimos días concedió una entrevista a la televisión en la que reconoció sus errores y, sobre todo, el más importante de ellos: “Para nosotros el mercado se ha revelado, más que nada, como un ladrón”.