Patrioteando, que es gerundio

Bianchi

De un tiempo a esta parte, no hay acto público de Pablo
Iglesias -hacía tiempo que no me metía con él- en que no salga a relucir
el concepto de «patria», casi un «oye, patria, mi aflicción», del
dramaturgo del «teatro pánico» Fernando Arrabal. «Porque, yo (Iglesias),
como patriota, blablablá…»

Venga o no a cuento, el tipo hace
alarde y mete, con calzador o sin él, el
término.

Un semantema, Patria, de origen inglés, pero que cuajó con la
Revolución francesa, aunque, quizá no con tanta carga política e
histórica como «nación», pero sí de fuerte sabor revolucionario. Patriotism se documenta en inglés en 1726, la voz francesa patriotisme se registra en 1750 y patriotismo en 1755, bien es
verdad que referida a un sentimiento que se consideraba específicamente
inglés donde adquiere, entre whigs y tories, una radicalización
política (del lenguaje patriótico) que, al asociarse con el
faccionalismo, provocará una denuncia de los matices demagógicos del
patriotismo hasta el punto de ser definido por el Dr. Samuel Johnson en
1775, en frase célebre, como «el último refugio de un canalla». Pero
será con la Ilustración francesa donde cuaje un campo semántico en el
que «patria» entre en contacto con nación, soberanía, república,
ciudadanía, felicidad y libertad
.

Asimismo, sobre los pasos de
Montesquieu, la Encyclopèdie define la virtud política como «amour de
la patrie». El concepto de patriotismo, reputado por Rousseau como la
virtud por excelencia del buen ciudadano (virtud que debiera cultivarse y
fortalecerse de modo sistemático a través de una educación pública nacional, según el
modelo espartano), cobraría enorme importancia, ya se dijo, durante la
Revolución francesa alcanzando su máxima expresión en la retórica
jacobina y, muy en particular, en el pensamiento de Robespierre. En el
vocabulario de la Revolución de 1789 las voces patria, república y
revolución
-y, por ende, patriota, revolucionario y jacobino – acaban
siendo sinónimos.

En la península ibérica, excepto Portugal, en
el llamado Manifiesto de los Persas de 1814 se recuerda cómo seis
años antes, (o sea, en 1808), se sublevaron «todas las regiones para
salvar su Religión, su Rey y su Patria». Da la impresión de que el
término -patria-  sólo tiene cabida en los textos más oficialistas del
absolutismo y del carlismo. El Trienio Constitucional (1820-1823)
marcaría un hito en esa edad dorada de la nación y la patria liberal con
la aparición por doquier de sociedades patrióticas. «No hay patria
-afirma por entonces el periódico El Zurriago– allí donde imperan las
cadenas de la arbitrariedad y las hogueras de la Inquisición» y donde
«viven los hombres sin derechos». El posterior exilio liberal, con su
inevitable nostalgia de la patria perdida, y la explosión sentimental
provocada por el romanticismo (de aquí, creo yo, que invocar la patria
se asocie más a lo literario, lírico y afectivo, que a lo
jurídico-político y no digamos administrativo) darán nuevas alas al
concepto. Por ejemplo, la elegía A la Patria (1828) escrita por
Espronceda durante su destierro en Londres: «Yo, desterrado de la Patria
mía, de una Patria que adoro». Renovadas emotividades y visiones
doloridas de España: «¿Quién calmará, ¡oh España!, tus pesares? ¿Quién
secará tu llanto?» La idea optimista y exultante de patria, propia del
primer liberalismo, derivará finalmente en una visión atormentada y
fatalista de España, la Mater Dolorosa.

Aunque todavía en la
Década Ominosa (1823-1833, año éste en que muere Fernando VII) se
encuentran claras muestras de patriotismo liberal, algunos testimonios
de los años cuarenta indican ya un giro en el uso y la valoración del
concepto, progresivamente vaciado de su sentido liberal. En el periódico El Archivo Militar, portavoz de un sector antiesparterista del
ejército, resulta patente la tendencia a la identificación entre el
ejército y la patria, sustraída así del ámbito del liberalismo civil y
progresista al que haría responsable de haber convertido a España «en un
mosaico político». Frente a la codicia y el egoísmo de los políticos,
los redactores de este periódico castrense formulan una redefinición del
concepto que con el tiempo arraigará con fuerza en la institución
militar: «la patria, la parte más pura, somos nosotros». Voz de antaño
cuyo eco resuena hogaño.

La izquierda proletaria, la marxista
especialmente, rechaza por contra la compatibilidad del patriotismo con
la lucha de clases. La patria, de ser invocada por una burguesía
revolucionaria pasa a ser patrimonializada por militares conservadores
hasta llegar a un sonoro ¡patria o muerte! emancipador. En cualquier
caso, un concepto histórico sometido a los vaivenes sociohistóricos y
políticos. ¿Qué patria reivindica Pablo Iglesias -no nos hemos olvidado
de él- cuando se llena la boca con sus morfemas? Pareciera que quisiera
«arrebatar» ese monopolio a los fascistas, que son los «propietarios»
tradicionales de esa patria, reivindicándose, también él como ciudadano
progresista, de izquierdas, como «patriota». También pudiera ser que, en
una lectura implícita, se venga a decir: «no teman los poderes fácticos,
soy un patriota, no un revolucionario, cuenten conmigo, ¿no ven mi
proceder en el procés catalán donde un Estado oprime a una nación y no
hago nada para efectivamente impedirlo?» Sabedor de cómo chirría la
palabra «patria» en labios de izquierda, Iglesias no tiene escrúpulos en
ponerla en su boca para demostrar que él también es un patriota. Y lo
quiere hacer saber a unos y a otros, pero más a los militares, que no se
atribulen, que no crean las estupideces de la caverna cuando le llaman
«comunista». Mi patria es la suya, compatriotas militares, españoles
todos. Y como dijera en frase famosa Cánovas del Castillo: «. . . con la
patria se está con razón o sin ella, como se está con el padre y con la
madre».

Sólo le faltó rematar con una viril exclamación muy carpetovetónica: ¡cojones!

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