Nicolás Bianchi
Recostado en un triclinio bizantino de pórfido, expulsé gongorinos serventesios al doctor en parapsicología: «Vea, licenciado, no me río, ¿es grave? Quiero decir que veo teleseries cómicas en televisión y no me río y esto, lo sé, me vuelve atípico y atópico y distópico. Antes de que me diagnostique, Doc, le aclaro que siempre me sublevó la sensación de tener que reír forzadamente, como risa enlatada y eso me irrita, ¿qué opina, doc?»
Doc, impasible el ademán, como un camisa vieja, escanció vino templado, como se bebía en la Roma imperial, en un póculo (está bien escrito, no hagan gracieta fácil) -otros escancian versos- y le imploré un vademécum para que me humanizara, esto es, para que me devolviera la risa so pena de convertirme en Jorge de Burgos de U. Eco. Y Doc, freudiano, echó mano de estos viejos chistes de agárrate que hay curva y/o no te menees: «La crisis económica ha tocado fondo. Ahora, ¡a excavar!» Comí dos higos, bebí absenta, como un poeta simbolista, y escuché esto: «No hay por qué preocuparse, si sube el pan, comeremos solomillo».
Encajé el golpe bajo y contraataqué: «Yo quiero tanto a mi patria que la voy a poner un piso». Doc no se esperaba este boxístico uppercut en el mentón (de Manila) y atacó mi arco superciliar con ánimo de hacer sangre y parar la pelea pugilística: «Lo nuestro es una coproducción, ellos ponen la cara (y ni eso a las veces) y nosotros el culo». Y añadió: «Olvidemos para siempre aquella lucha entre hermanos… que ganamos nosotros» (se refería a la guerra civil).
Antes de hacerme el favor de suicidarme, me desahogué -sin mucha convicción, es cierto-: «El futuro siempre ha sido de los de siempre, mecagoendios!»
Doc, inmisericorde, me da este soplamocos noventayochesco y finisecular: «¡No valéis nada! A vuestra edad nuestros abuelos ya eran de la generación del 98». Esto último fue duro así que pedí saxífraga (iribarne), belladona y torombolo. Era el último deseo. Un pitillo no se podía. Antes de expirar, más menchevique que revolucionario, sin inspiración y con un hálito, voy y me pongo y digo, bravo y gallito: «No queremos limosnas, queremos un sueldo justo!» Y me contesta: «Mire, no tengo ganas de discutir, para usted la perra gorda».
¡¡La perra gorda !! Al fin me reí, tarde y sin entender nada.