Le llaman democracia -a otros le llamaban Trinidad- y no lo es. Le dicen «reforma laboral» y es una permanente contrarreforma que atenta a los derechos sociales básicos de la ciudadanía conquistados a base de sangre, sudor y lágrimas. Nos hablan de «crisis» cuando bajo el capitalismo lo normal es la crisis estructural y la excepción periodos cortísimos de vacas gordas.
Nunca ha habido tantas guerras como ahora. Es como la conocida fábula de la tortuga y el escorpión vadeando el río. Este último promete no picar con su mortífera cola a la tortuga si le pasa de una orilla a la otra, a lo que accede esta, pero, a mitad del lecho fluvial, le pincha, y, antes de hundirse los dos, el quelonio le pregunta al alacrán ¿por qué, si todo iba bien? Y el escorpión responde: va en mi naturaleza. El imperialismo procede igual. No es que sea intrínsecamente -o metafísicamente- perverso: es que no puede actuar de otra manera si no quiere suicidarse, algo que nunca hará, aunque ande con ruedas cuadradas. Y es que no son los ideales los que le mueven, sino los intereses. Es como el Rey español, el anterior, y sus cacerías y saraos: un Borbón no puede actuar de otra manera, va en sus genes, se diría hoy.
O como la Ertzaintza cuando, hace unos años, dispara a diestro y siniestro, a mansalva e indiscriminadamente, que eso es el terrorismo, ocasionando el homicidio de un hincha -Iñigo Cabacas- de un equipo de fútbol -el Athletic de Bilbao- que sólo festejaba en la calle el pase de su equipo en una eliminatoria. Es consustancial a su propia naturaleza: reprimir, están adiestrados para eso, como un reflejo pavloviano, como un perro que, al sonar un timbre, le saliva automáticamente -reflejo condicionado- la boca asociando el tañer del timbre con comida. Incluso el cinismo vergonzante insulta a la inteligencia del pueblo tratando de trasladar el debate -en su día- a si deben emplearse o no pelotas de goma obviando quién las dispara y, sobre todo, quién ordena apuntar: la culpa la tuvo la escopeta y no quien apretó el gatillo y mandó percutir. Sólo les faltó decir que la culpa la tuvo la víctima por estar donde no debía.
Se dice que se está acabando con el Estado de Bienestar. Es cierto. Ocurre que el capitalismo está en un punto de no retorno y no hay salida salvo para él mismo y quienes se aprovechan y se forran con la «crisis». Al resto que le den… A la «gente», como llaman ahora al pueblo, a las masas.
¿Seré yo un apocalíptico, tipo Umberto Eco? Tal vez, pero, desde luego, no un integrado que coadyuve a sostener este carcomido y corrupto y depredador sistema. O contribuyendo a sostenerlo adoptando supuestas poses «radicales», esto es: obedeciéndolo.
Somos pocos los que sentimos así. La mayor parte de los oprimidos que se beneficiarían de un cambio de sistema político, si pudieran participar de la corrupción al modo en que lo hacen los mejor situados de hoy día, no dudes de que lo harían disfrazando el hecho a saber con qué cuentos. Los que tienen trabajo se callan y arrugan, esperando que no les toque a ellos pasar al mundo marginal de los parados sin recursos. Se trata de que cinche el otro, que dice Larralde. Si además tenemos en consideración de que todos y cada uno de los logros históricos e incluso anteriores a partir de las cavernas y los árboles han sido revertidos por los capitalistas (lo único que en realidad predominó en la historia habida), pues sin más eso es lo que acabará siendo de cualquier otro hipotético logro. Soy escéptico con respecto a que con "la humanidad" -habida o por haber- se pueda llegar a conseguir imponer nada de lo que en nuestro idealismo consideramos deseable. Aun así, amigo, por favor no te vayas a otras labores, que es un placer para mí leeros a los que sois como tú. Mi sueño imposible es el de Gengis Kan, bárbaro y salvaje, porque desprecio a la civilización por lo mucho que de pura mierda conlleva. ¡Saludo y tal y todo eso, pues!