Sin embargo, hoy en día esos sueños se han evaporado. Bajo la guía del hijo del rey y segundo príncipe heredero y ministro de Defensa, Mohammed bin Salman, la política de Arabia saudí se hizo más militarista y asertiva. Esto sucedió después de que su padre se convirtiera en rey el 23 de enero de 2015. Bin Salman realizó una intervención saudí en Yemen e incrementó la ayuda a los grupos terroristas en Siria, incluyendo el Frente Al-Nosra, que es el principal grupo que lucha contra el gobierno sirio.
Nada ha ido bien, sin embargo, para los saudíes en Yemen y en Siria. Los saudíes aparentemente esperaban que los hutis fueran derrocados rápidamente por las fuerzas pro-saudíes, pero, tras quince meses de bombardeos, los hutis y su aliado, el ex presidente Ali Abdulá Saleh, conservan la capital, Sanaa, y el norte de Yemen. El prolongado bombardeo del país más pobre del mundo árabe por el más rico ha producido una catástrofe humanitaria.
El incremento de la implicación saudí en Siria en 2015 en favor de los grupos armados tuvo también consecuencias dañinas e inesperadas. Ellos creían que podrían derrocar a Assad o atraer a Estados Unidos para que lo hiciera por ellos. Sin embargo, la mayor presión sobre Assad sólo sirvió para que el presidente sirio buscara más ayuda de Rusia e Irán y precipitó la intervención rusa en septiembre de 2015.
El príncipe Mohammed bin Salman está siendo culpado, dentro y fuera del reino, por sus políticas impulsivas y sus errores de juicio, que han provocado un fracaso de las intervenciones saudíes y grandes problemas para todo el mundo. En el frente económico, su proyecto Visión 2030 para convertir a Arabia saudí en un país menos dependiente del petróleo y más normal económicamente ha producido una buena dosis de escepticismo e incluso risas.
Hay dudas también si habrá un gran cambio en el sistema de patrocinio, mediante el cual una gran proporción de las rentas petrolíferas son gastadas en emplear a ciudadanos saudíes con independencia de sus cualificaciones y voluntad de trabajar.
Las protestas de los 10 millones de trabajadores extranjeros (un tercio de la población total) debido al impago de salarios no pueden ser ignoradas o acalladas mediante el látigo o el encarcelamiento. La seguridad del Estado saudí está siendo, pues, amenazada.
El peligro para los gobernantes de Arabia saudí, Qatar y otros estados del Golfo Pérsico es que sus deseos les han llevado a intentar hacer cosas que están mucho más allá de su capacidad. Tras el estallido de las rebeliones en 2011, Qatar y Arabia saudí apoyaron cambios de régimen en otros países. Sin embargo, las revoluciones se convirtieron pronto en contrarrevoluciones con un fuerte perfil sectario en países como Siria, Irak y otros.
En este sentido, las políticas saudíes y qataríes se caracterizan por su total desconocimiento de las realidades sobre el terreno. En 2011 Qatar creyó que Assad podría ser rápidamente expulsado del poder como había ocurrido con Muammar el Gadafi en Libia. Cuando esto no ocurrió, enviaron gran cantidad de dinero y armas mientras esperaban que Estados Unidos pudiera ser convencido para intervenir militarmente para derrocar a Assad, como la OTAN había hecho en Libia.
El dinero saudí y qatarí sirvió para financiar a grupos terroristas en su versión más extrema, como el Califato Islámico y el Frente Al-Nosra, del mismo modo que Arabia saudí hizo con los talibanes en Afganistán después de su derrota en 2001. Un artículo del New York Times publicado en diciembre cita al antiguo ministro de Finanzas talibán, Agha Jan Motasim, que explicó cómo él viajó a Arabia saudí para recibir grandes sumas de dinero que fueron secretamente transferidas a Afganistán.
Funcionarios afganos dijeron que una ofensiva reciente de 40.000 talibanes costó a los donantes extranjeros 1.000 millones de dólares. Sin embargo, las fuerzas armadas afganas siguen detentando el control general del país y la realidad es que, a pesar de sus puntuales ofensivas, los talibanes son incapaces de derrocar al Estado afgano, que cuenta además con el apoyo de casi todo el mundo.
El intento de Arabia saudí y los estados petroleros del Golfo Pérsico de lograr la hegemonía en los mundos musulmán y árabe ha resultado, pues, desastroso para casi todo el mundo. La captura del este de Alepo por el ejército sirio y la toma inevitable de Mosul en manos del ejército irakí significan la derrota para Arabia saudí y Qatar en una gran franja de territorio que se extiende desde Irán al Mediterráneo. Debido a sus políticas, estos regímenes se enfrentan ahora permanentemente a gobiernos hostiles allí.