Hace cinco años, en 2011, cuando la crisis económica arreciaba con fuerza, el entonces director de Cáritas Barcelona, Jordi Reglà, denunciaba que la economía dejaría a muchos ciudadanos “en la cuneta” para nunca más “reengancharse”. “Cuando España vuelva a crecer nos olvidaremos de ellos, giraremos la mirada al pasar a su lado y haremos como que nada de esto ha sucedido”, sentenciaba Reglà.
Los protagonistas mencionados anteriormente son un buen ejemplo de la cuneta de la crisis. Vivían con las posibilidades que les ofrecía el sistema. Algunos eran emprendedores, como les gustaba llamarlos al Gobierno de Rajoy; otros eran asalariados; otros acababan de terminar su carrera universitaria, su FP o su máster en no sé qué y ahora, años después, han prácticamente quedado descolgados del sistema. Han renunciado a las ilusión y luchan por sobrevivir. “Intento que el sistema no me mate. Que la falta de oportunidades no acabe con mis ilusiones en mi vida personal”, dice Manu Vega.
El 29,2 por ciento de la población del Estado español está en riesgo de pobreza o exclusión, según datos de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social, proporcionados en 2015. Se trata de la cifra más alta desde que se usa el indicador Arope y supone un aumento de hasta tres puntos porcentuales desde 2010. En cifras absolutas, esto significa que 13.657.232 son pobres o están en riesgo de ser pobres y que 3,2 millones viven en la “extrema pobreza”. Los datos también reflejan que una de cada dos familias monomarental o monoparental (53,3 por ciento) está en riesgo de pobreza y exclusión.
María del Pilar Rodríguez
Es es el caso de María del Pilar Rodríguez y su familia. Esta mujer, de 46 años, regentaba junto a su marido una pequeña empresa de venta de productos químicos y de limpieza en una pequeña localidad de Extremadura. De las ventas de esta pequeña empresa vivía el matrimonio y sus tres hijos. Hasta que todo se fue al garete. Un cliente, que les debía 30.000 euros, se declaró en concurso de acreedores y el negocio se fue al traste. Su marido desapareció de la noche a la mañana y María del Pilar se quedó al frente. Sin prestación de desempleo. Sin nada. Desde el mes de febrero recibe la Renta Básica de la Comunidad de Extremadura. Antes, nada.
¿Y de qué vive? “Pues de aprovechar al máximo todo, de favores familiares, de amigos, y de ir haciendo chapucillas y pequeños trabajos en negro”, responde la mujer, que presume de tener la basura más pobre del pueblo. “Sólo hay cajas de leche y los rulos del papel higiénico. Todo lo demás se cocina y no hay envases. Las cosas precocinadas son muy caras. Con un pollo te hago tres comidas. ¿Te lo crees?”, prosigue Pilar, que el mes pasado denunció al Banco Santander ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Extremadura por embargarle la renta básica de inserción, de 585,76 euros, que le otorgó la Junta de Extremadura el pasado 11 de enero.
“La Renta Básica no se puede embargar y las pensiones tampoco. Se lo dije varias veces al responsable del banco, que me contestó que presentara una denuncia si quería. Hasta la tercera protesta, junto a compañeros del Campanento Dignidad de Extremadura, no me devolvieron el dinero de la Renta Básica”, denuncia Rodríguez, que, afortunadamente ya dispone del ingreso mínimo vital proporcionado por la Junta.
María del Pilar vive junto a dos de sus tres hijos. El menor tiene 13 años y la mayor, con una carrera finalizada, tiene 46 años. La familia está “enganchada” a la luz, por lo que no paga por la electricidad que consume, y tiene un plan especial de pago con el Ayuntamiento para el agua. Hasta 5 millones de personas han pasado frío este invierno por no disponer de los recursos económicos para poder calentar su casa. La pobreza energética afecta al 11 por ciento de los hogares.
Dentro de ese 11 por ciento de hogares se incluye el de Juan Moreno. Este hombre, de 39 años, se pasea por el metro de Madrid por las mañanas. Se lo toma como un trabajo. Cuenta que está en el paro. Que hace cuatro años que no trabaja y que tiene una hija de cinco y otro de ocho. Cuando la pequeña se marcha al colegio y su mujer se va a limpiar los suelos de un edificio de oficinas, él se va a su nuevo trabajo: pedir dinero en el Metro. Durante meses -cuenta- se estuvo quedando en casa, buscando trabajo a través de internet. “Me cansé de aplicar y aplicar. Nunca he sentido algo tan horrible como ver a tu familia salir de casa a hacer su vida y yo quedarme en el sofá. La sensación de que soy un gasto más. Un estorbo para mi familia”, cuenta Moreno, que se niega a ser fotografiado.
Manu Vega
Viste elegante. Lleva chaqueta, pantalón y zapatillas de marca. Huele a colonia. A primera vista, nadie diría que este hombre tiene problemas para llegar a final de mes. “Esta ropa que llevo hoy, precisamente, es la que me regaló mi suegra para Navidad. Los zapatos me los compró mi mujer hace dos cumpleaños. Intentamos que todo lo que compramos coincida con fechas clave para que nunca llegue el día en el que no nos podamos dar ni un mísero regalo”, prosigue.
El presidente en España de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social en España (EAPN por sus siglas en inglés), Carlos Susías, denuncia que hay una parte importante de la sociedad española que se ha quedado por el camino y otra parte que, a pesar de seguir trabajando, es un trabajador pobre. “La figura del trabajador pobre ya nos la advertía en 2007 la UE, que no es sospechoso ni ser antisistema ni nada de eso. Ahora se ha disparado. Es un problema del modelo productivo y laboral”, incide Susías.
Y es que tener un trabajo, una nómina ya no es garantía de tener los recursos suficientes para garantizar una vida digna. Ni siquiera para poder vivir enganchado al sistema. Para no quedarse atrás. Según la encuesta de costes laborales del Instituto Nacional de Estadística, el número de trabajadores que perciben retribuciones inferiores al salario mínimo se ha duplicado en España en 10 años y alcanza ya a un millón y medio de trabajadores. De hecho, los expertos corroboran que la aparición de los “trabajadores pobres” no se trata tanto de un efecto colateral de la crisis y sí de un cambio estructural en el mercado de trabajo, que ha permitido la creación neta de empleo a costa de empeorar las condiciones laborales de los ciudadanos.
Manuel Vega es un ejemplo perfecto de lo que es un trabajador pobre. Un trabajador que si no viviera con sus padres tendría muy difícil sobrevivir.
Manuel Vega es un ejemplo perfecto de lo que es un trabajador pobre. Un trabajador que si no viviera con sus padres tendría muy difícil sobrevivir. Tiene 29 años. Es licenciado en Ingeniería Industrial y trabaja en una empresa de mantenimiento de aguas con un contrato de media jornada. Cobra, por tanto, el 50 por ciento del Salario Mínimo Interprofesional. “Cobro 390 euros brutos al menos. 330 limpios. Después me saco un dinero dando clases particulares”, cuenta Manuel Vega, que ha perdido toda esperanza de ejercer como el ingeniero industrial que es.
Los contratos a media jornada o por horas y la temporalidad ha pasado a ser la norma en el trabajo de los menores de 30 años. De hecho, según datos de 2015, el 51 por ciento de los menores de 30 años que trabaja tienen un contrato temporal y su salario medio no supera los 11.860 euros. Son jóvenes que entran y salen del mercado de trabajo, pero que, muchos de ellos, ya no pasan a engrosar las listas del paro cuando cesan en su actividad. Por pereza, porque no sirve de nada o porque les han dicho que volverán a llamarlos dentro de poco.
Españoles de ida, pero no de vuelta
Ante esta situación la sangría de españoles por el mundo continúa. Y los que se han ido, no pueden regresar. Un exilio económico que afecta solo a los jóvenes cualificados, que es el perfil que más se refleja en los medios de comunicación.
Paco Vicente, de 34 años, emigró a Francia en 2013. Lo hizo para poder pagar su hipoteca de 800 euros mensuales. “En España tenia un comercio que tuve que cerrar como consecuencia de la crisis en el año 2010. Ese mismo año encontré trabajo como transportista en una empresa, y fui despedido tras una baja por enfermedad que duró 15 días. Mi pareja estudiaba en la universidad mientras trabajaba para un sindicato, sin contrato”, relata Vicente, que señala que decidió emigrar tras año y medio sin trabajar y “harto de enviar” su currículum “por toda España”.
Paco Vicente contactó con el Ayuntamiento de Albudeite (Murcia), de donde es natural, que está hermanado con el pueblo francés Saint-Gènies de Fontedit y a partir de esta conexión consiguió que en apenas unos días una familia francesa de ese pueblo le ofreciera un alojamiento. Y así Paco Vicente acabó en Francia. “Lo que en principio iba a ser algo temporal, poco a poco se está convirtiendo en una ‘nueva vida’. Al año y medio de estar en Francia, mi compañera decidió también venir, ya que había terminado la universidad y el trabajo que tenía era muy precario”.
Ahora, Paco Vicente trabaja en una viña en Beziers y su compañera, María José, en una “clínica como limpiadora”. Los dos ganan el Salario Mínimo Interprofesional francés, es decir, 1.140 euros netos cada uno. “Ahora somos mileuristas en el exilio”, bromea Vicente, que se va haciendo a la idea, poco a poco, de que “tal vez la casa que con tanta ilusión” compró “se está convirtiendo en la casa de las vacaciones”. “Se esta convirtiendo en la casa a la que vas como extranjero a tu pueblo”, sentencia.
La precariedad a los cincuenta
En la cuneta de la crisis se encuentra también Juan Díaz, de Andújar. Si la crisis ha cortado la progresión de jóvenes, la situación de los mayores de 50 que se han visto afectados por el desempleo es aún peor. El periodista conoció a Juan en 2014. Su historia no tiene nada de especial y lo tiene todo. Ha cotizado 33 años de su vida, pero desde que comenzó esta crisis no ha vuelto a tener un contrato estable. Sabe perfectamente que la pensión que le quedará será mínima. Está condenado a la miseria hasta el final de sus días. “Nunca me había visto en esta situación. Vivimos mal o, mejor dicho, sobrevivimos mal. Ingreso algo más de 400 euros como ayuda de mayor de 55 años y parado. Mi mujer ingresa algo más de 200 euros. Con ese dinero pagamos la hipoteca, que son cerca de 300 euros al mes, y nos mantenemos nosotros como podemos”.
Carlos Susías advierte de que las situaciones que se han descrito en este reportaje serán cada vez más habituales y que la recuperación económica de la que presume el Gobierno en funciones no hará más que agrandar la brecha entre ricos y pobres. “Se crea la figura de los trabajadores pobres”, incide Susías, que apunta que el modelo de desarrollo económico español “genera riqueza en unos cuantos y pobreza en unos muchos”.