En 2015 se desestimó una demanda presentada ante el Tribunal Penal Old Bailey contra Bherlin Gildo, un ciudadano sueco acusado de asistir a un campo de entrenamiento terrorista para luchar en Siria, cuando se descubrió que los servicios de inteligencia británicos apoyaban a los mismos grupos de oposición que él. Los medios de comunicación británicos informaron de que Gildo estaba luchando en las filas del Frente Al-Nosra o en un grupo yihadista afiliado, Kataib Al-Mujahidin.
Sin embargo, no se sabía si realmente Gran Bretaña apoyaba a este grupo en particular. Probablemente la desestimación de la demanda estuvo relacionada más bien con el hecho de que Gran Bretaña apoyó al “Ejército Libre de Siria” y que estas fuerzas eran en gran medida indistinguibles de los grupos yihadistas a los que se unieron individuos como Gildo.
Aunque es poco probable que Gran Bretaña haya armado directamente o formado grupos yihadistas en Siria, su guerra secreta ha aumentado la certeza de que estos grupos se beneficiaron de sus políticas. “Occidente no está entregando armas a Al-Qaeda, y mucho menos al Califato Islámico, pero el sistema que ha construido está conduciendo precisamente a ese resultado”, señaló Alastair Crooke, director del MI6. Las armas proporcionadas al “Ejército Libre de Siria” fueron un supermercado que abastecía a los grupos más extremistas para imponer la yihad.
El esfuerzo por controlar a esos grupos antes de enviar ayuda occidental sonó como un reconocimiento del papel dominante que dentro de la oposición desempeñaban los grupos yihadistas. En gran medida esa política careció de sentido. La operación secreta británica formaba parte de un programa masivo en el que Arabia saudí gastó “varios miles de millones de dólares” y Qatar 3.000 millones de dólares para financiar principalmente a grupos yihadistas.
El año pasado el gobierno británico reveló que desde 2015 había gastado 199 millones de libras esterlinas (unos 229 millones de euros) para apoyar a la oposición “moderada” frente a Assad y al Califato Islámico.
El apoyo incluía “equipos de comunicación, médicos y logísticos”, así como la formación de periodistas en el desarrollo de “medios de comunicación sirios independientes”. Sin embargo, los detalles de las últimas operaciones secretas británicas siguen siendo poco claros y se ha proporcionado poca información para revelar el papel desempeñado por Reino Unido.
En la actualidad, el gobierno sigue dando respuestas engañosas a las preguntas parlamentarias. La semana pasada no respondió a una pregunta del diputado laborista Lloyd Russell-Moyle, que preguntó qué grupos armados había formado Reino Unido desde 2012. En cambio, dio a entender que desde 2016 sólo había formado grupos que luchaban contra el Califato Islámico.
En respuesta a otra pregunta parlamentaria del mes pasado sobre el número de soldados que actualmente tiene Gran Bretaña en Siria, el gobierno también despertó sospechas al no responder con precisión, dando fe únicamente de la presencia de 600 soldados desplegados por todo Oriente Medio, una vez más con el único propósito de luchar contra el Califato Islámico.
Paralelamente, el gobierno británico sigue argumentando que “los principales grupos armados de oposición sobre el terreno” en Siria “no son terroristas” y, en cambio, apoyan una solución política negociada de lo que califican como “una crisis”.
La política británica, al igual que la de los aliados de Gran Bretaña, ha contribuido a que los sirios sigan sufriendo y no se ha visto motivada en modo alguno por su angustia. También ha contribuido a la amenaza terrorista a nivel nacional.
Cientos de británicos, incluidos los yihadistas que trabajan con los grupos más violentos, han recibido formación en Siria y les han alentado a regresar a Reino Unido para llevar a cabo los ataques. La política activa y beligerante de Gran Bretaña contra Siria es un desastre para la población de ambos países.
(Extractos del libro “Secret Affairs: Britain’s Collusion with Radical Islam” publicado este año por Mark Curtis)