Una de las grandes tragedias, a la que apenas se presta atención, es el hambre en el mundo. La existencia estructural del hambre, que en ocasiones se encuentra agravado por factores coyunturales como es el desencadenamiento de hambrunas, contrasta con la acumulación y concentración de riqueza, el avance científico y tecnológico, las mejoras en la salud. La opulencia y la pobreza conviven en el mundo actual. El hambre sigue perviviendo a pesar de los progresos científicos y tecnológicos. Resulta evidente que con los conocimientos logrados y los recursos existentes se podría combatir con éxito esta lacra humana.
Se ha avanzado poco en las últimas décadas en la erradicación de la pobreza y el hambre. Todos los hambrientos son pobres pero no todos los pobres son hambrientos, aunque la pobreza suele generar malnutrición, alta mortalidad infantil, enfermedades y una esperanza de vida menor. Los pequeños avances conseguidos en la lucha contra la pobreza y el hambre se dan conjuntamente con los magníficos logros que se han dado en los campos científico y tecnológico.
Cuando echo la vista atrás, ante los escasos éxitos que se han dado para eliminar el hambre en el mundo, me viene a la memoria lo que pasaba ya en la década de los sesenta del siglo pasado. Era febrero de 1965 y se organizaron en la facultad de Ciencias Políticas, Económicas y Comerciales de la Universidad Complutense, donde yo estudiaba economía, unas jornadas sobre el hambre. La conferencia sobre el hambre en el mundo fue impartida por José Luis Sampedro; el hambre en España, por Juan Velarde, y el hambre en la India, por el embajador de este país en España. Aún tengo grabadas en la memoria aquellas charlas, pero fundamentalmente la de Sampedro, que me impresionó, aunque también me impactó que en aquellos años hubiera hambre en España.
Sampedro hablaba de la montaña del hambre, bastante grande en esa década, al tiempo que consideraba, al igual que explicaba en su clases y en su manual, que debería ser la pobreza la guía de los economistas y no tanto el estudio de la riqueza, como Adam Smith tituló su gran obra. La corriente dominante en la economía considera, por el contrario, que la creación de la riqueza es la que conseguirá acabar con la pobreza. Cincuenta años después, la montaña del hambre sigue existiendo y la riqueza ha crecido exponencialmente. La idea de que la riqueza por sí misma elimina las grandes privaciones no se ha dado en la realidad. Se buscan explicaciones para ello que por lo general son bastante insatisfactorias.
El hambre es el resultado de la existencia de subdesarrollo, desigualdad de rentas, de riquezas, de acceso a los recursos, de oportunidades, de relaciones de dependencia de los campesinos frente a los grandes conglomerados internacionales agroindustriales, y de unas instituciones deficientes. A lo que hay que añadir situaciones de guerra civil, y entre países, persecución por motivos ideológicos y políticos que crean desplazamientos de gran parte de la población, que malvive, cuando lo puede hacer, en campos de refugiados. Muchas de estas situaciones, en lugar de atenuarse, se agravan.
La pervivencia del hambre sigue dando lugar a publicaciones como El oprobio del hambre (Taurus, 2016) de David Rieff, y Destrucción masiva. Geopolítica del hambre (Península, 2012) de Jean Ziegler, que ha sido durante varios años relator de las Naciones Unidas sobre el hambre. Estos dos libros ofrecen respuestas diferentes que son, sin embargo, muy enriquecedoras para la comprensión del problema. La obra de Ziegler, muy recomendable, recupera los importantes estudios de Josué de Castro, que con sus obras Geografía del hambre, de 1946, y Geopolítica del hambre, en 1952, fue un pionero como analista de esta problemática y contribuyó a crear conciencia. Este autor fue conocido por nosotros gracias a Sampedro. Ha habido cambios muy significativos desde entonces, pero estas obras siguen en parte vigentes porque la montaña del hambre continúa.
Se puede discutir si la montaña del hambre es mayor ahora que entonces, y resulta evidente que es más pequeña, aunque los 800 millones de hambrientos que estima la FAO existen en el mundo es una cifra que permanece invariable los últimos años. Sin embargo, en términos relativos, si se la compara con la población, es evidente que ha disminuido. Aun así, no deja de ser un escándalo que siga existiendo, si se compara, además, con los progresos realizados.