Estados Unidos tiene miedo a China |
El EP-3, considerado uno de las aeronaves espías más sofisticadas de su época, pese a las protestas oficiales de Washington, que repitió hasta la saciedad que consideraba al avión como parte de su territorio, fue retenido durante tres meses, revisado a detalle, desarmado y finalmente devuelto en cajas de embalaje a la administración Bush.
La crisis diplomática desatada a partir de este evento no evitó que los sofisticados aparatos electrónicos de vigilancia y espionaje de la aeronave cayeran en poder de China, pero sirvió a Taiwan para modernizar sus defensas, gracias a los sistemas de misiles vendidos con premura por Washington.
Este caso sirve como un ejemplo de la relación turbulenta de estas dos potencias, que puede rastrearse hasta la guerra de los Boxers (1899-1901), durante el ominoso período de ocupación y explotación al que las potencias occidentales sometieron a China.
El crecimiento económico de China es una preocupación de carácter estratégico para Washington. La creciente presencia de Pekín en diversas regiones del mundo, a través de un modelo de inversiones en la extracción de recursos naturales y el sector energía, ha llevado a extender la influencia de esta nación sin necesidad del costoso aparato militar que mantiene a la industria de defensa de los Estados Unidos.
Sin embargo, China ha doblado su gasto de defensa entre 2010 y 2011, pese a que las cifras oficiales hablan de un “razonable” 1.4% con relación al PIB –no deja de serlo en comparación a cifras de naciones occidentales que rondan el 5%. Al mismo tiempo, los recortes en la administración Obama han reducido 450 billones en Defensa, lo que ha provocado voces de indignación en medios como el Washington Post.
Este recorte presupuestario no ha sido un obstáculo para que el pasado 5 de enero, [de 2012] en la presentación de la estrategia de defensa 2012, Washington enfatice como una zona prioritaria a la región Asia-Pacífico, configurando un panorama de contención de la influencia de China. The Guardian, en su edición del 7 de enero [de 2012], recogió las reacciones del ministro de la defensa de Pekín, que advirtió a Washington sobre la necesidad de “ser cuidadoso en sus palabras y acciones”.
Una nueva guerra fría está servida. El escenario se aleja de la concepción euro-centrista, y se sitúa en la región de Asia-Pacífico, entre una economía en franco crecimiento, bastante opaca en cuanto a democracia y libertades se refiere, y una potencia que lucha por no perder su hegemonía. Las diferencias ideológicas que caracterizaron las tres últimas décadas del siglo XX no existen más: el pragmático modelo capitalista de China, caracterizado por una diplomacia financiera y de explotación de recursos naturales, se parece bastante a las prácticas que la izquierda de Latinoamérica ha satanizado con el estribillo de la larga noche neoliberal.
¿Cómo se inserta América Latina en este contexto? Los Estados Unidos no dejarán de ser el primer socio económico de nuestra región, pero la importancia del mercado chino va creciendo aceleradamente para varios países como Brasil, Chile, Argentina y Costa Rica. Para varios regímenes, especialmente de izquierda, los capitales chinos han ayudado a paliar los efectos de la crisis económica y los déficits internos. A esto debe sumarse que los tratados de libre comercio suscritos por la región con los Estados Unidos aún no dan los dividendos esperados.
Aprovechar las ventajas de esta coyuntura para obtener mayores réditos económicos parecería ser uno de los caminos inmediatos a seguir, al mismo tiempo que se debería plantear una postura común de cara a configurar unas relaciones diplomáticas con Pekín, que faciliten el intercambio comercial y tecnológico.