El 18 de julio el buque USS Boxer se tomó la revancha destruyendo un dron iraní que se acercó demasiado a él, también sobre el Estrecho de Ormuz.
El 14 de septiembre un ataque atribuido al ejército de Teherán golpeó por sorpresa dos sitios importantes de la empresa petrolera Aramco en Arabia saudí, utilizando doce misiles de crucero y una veintena de drones utilizados como bombas guiadas. Irán no ha reconocido ninguno de estos actos como propios.
La lección que se extrae de esta secuecia de hechos es que los drones se han ganado el lugar que les corresponde en la competencia estratégica entre las potencias. Con el ataque del 14 de septiembre Irán demostró su superioridad estratégica en el Golfo Pérsico y la vulnerabilidad de su principal adversario, Arabia saudí, a pesar de que tiene el tercer presupuesto de defensa más grande del mundo.
La confianza que los países del Golfo tienen en el apoyo militar estadounidense ha desaparecido.
Derribar un Global Hawk, un avión de 130 millones de dólares, en el espacio aéreo internacional, sin haber disparado nada a cambio, es un acto estratégico, en el sentido de que ha hecho retroceder las líneas rojas estadounidenses.
De la misma manera, el uso de drones en el ataque contra Aramco no es un avance tecnológico, sino estratégico. Sigue siendo la elección de una pobre fuerza aérea, que procedió con lo que tenía porque no tenía el armamento propulsor que los imperialistas tienen en su fuerza aérea.
El año 2019 cerró una década de cambio, marcada por la explosión de los sistemas de drones en todos los frentes. Durante este periodo, el número de países que usan esos drones (95) aumentó en un 58 por ciento.
En el aire se han identificado unos 171 modelos diferentes de drones, el último de los cuales es un helicóptero con alas giratorias.
La flota mundial conocida asciende a 21.000 aviones en funcionamiento, y China e Irán carecen todavía de un inventario. Al mismo tiempo, se está iniciando el desarrollo de robots terrestres y marinos.