La Guerra de Darfur: es importante mantener a África en el olvido (4)

La ONG “Emergence Darfur” y otras fabricaron la imagen de que en Darfur los campamentos de desplazados eran un refugio y que el resto del territorio era un desierto, donde era imposible sobrevivir. La descripción de los campos y de las zonas rurales se basaba en los relatos de los campos de concentración nazis. Levy relata: “Acabo de regresar de Darfur. Y ahora tienes una humanidad que es casi otra humanidad. No hay estado, no hay nación, no hay sociedad, hay cientos de miles de muertos, un estado de desesperación absoluta”. No hay ningún análisis, sino mera literatura. En una charla asegura que “la carne de darfuri que se ha convertido en cenizas y humo”. Los africanos se mueren de hambre, “roídos por la malaria, la mirada atormentada […] de los ya fantasmas que tienen, como todos los espectros, un pie en el otro mundo y el otro en éste, el nuestro […] He visto a estos muertos vivientes […] Estos supervivientes de las masacres, reunidos como manadas esperando la muerte”.

El número de muertos aumentaba cada día: al menos 10.000 civiles masacrados al mes. Las matanzas se intensifican: “Esta guerra, que comenzó hace tres años, está a punto de alcanzar cimas de salvajismo y horror”.

La magnitud de la catástrofe demográfica daba fe de la realidad del genocidio y pone fin al debate sobre la necesidad de intervenir: “Estas cifras son espantosas y reflejan la evidencia de actividades genocidas”, dijo Glucksman, otro intelectual posmoderno, en 2007. No sólo no es necesario explicar y entender sino que cualquier análisis es contraproducente: “Las cifras hablan por sí solas. Siempre podemos ir más allá en complejidad, en la explicación fina […] pero la delicadeza de la explicación no impide las masacres en curso”.

En una entrevista en “Le Monde”, un estudiante de la Universidad de Jartum explicó muy bien esta reconversión de la guerra en genocidio: “Hay varias cosas que nadie discute. Por ejemplo, el hecho de que fueran los ‘jenjaweed’ quienes causaron la muerte y el terror en Darfur. Y también que el gobierno les ayudó y entregó armas. Donde hay opiniones divergentes es sobre el significado que debe darse a la violencia. Algunos creen que el gobierno les está utilizando para eliminar a los africanos de Darfur, para hacer que se vayan; otros creen que es para restaurar el orden y silenciar la rebelión”.

La primera posición se basa en la identidad de los objetivos de la violencia del gobierno y las milicias, que afecta principalmente a las minorías massalit, cuatro y zaghawa, de las que procede la insurgencia. Esta interpretación es apoyada por el imperialismo, la Casa Blanca y el Congreso de Estados Unidos, los humanitarios y ONG como “Darfur Emergency”.

Es indiscutible que las luchas políticas en Sudán tenían un cierto carácter étnico, pero se trata de averiguar si el gobierno de Jartum tenía una intencionalidad genocida. Los académicos e investigadores, como Alex de Waal en Estados Unidos o Roland Marchal en Francia, consideran que se trató de una política contrainsurgente extremadamente brutal por parte del gobierno de Jartum. En un intento de cortar de raíz la insurgencia, armó a milicias tribales, reclutadas de sociedades agropastorales. Al igual que en el Sudán meridional, estas milicias han demostrado ser terriblemente destructivas, al tiempo que son aliados poco fiables que persiguen sobre todo sus propios intereses.

Esta tesis también es la que sostiene la Comisión de Investigación de la ONU sobre los crímenes de Darfur y unas poc as organizaciones humanitarias, como la sección francesa de Médicos sin Fronteras.

En efecto, la guerra no opuso a los árabes con africanos, ni siguen la línea divisoria entre verdugos y víctimas. La gran mayoría de las tribus árabes de Darfur, como los pastores del sur de Darfur, permanecieron neutrales en la guerra. Algunos incluso se unieron a la rebelión o formaron una alianza con ella, principalmente después de la firma del Acuerdo de Paz de Darfur.

Por el contrario, hubo grupos no árabes en el bando gubernamental, ya sea en el ejército o en algunas milicias, como los Gimir o los Tama.

Por último, cada vez hay más conflictos internos entre las tribus árabes nómadas de Darfur. Casi la mitad de las muertes violentas registradas en 2007 y 2008 se debieron a los enfrentamientos entre milicias tribales.

No hubo propaganda racial del gobierno pidiendo el asesinato de los africanos, ni en los medios de comunicación, ni en las instituciones, ni en el ejército, ni en las mezquitas. La ausencia de expresiones genocidas ha llevado a muchos investigadores a examinar las consignas, amenazas e insultos de los milicianos durante los ataques a las aldeas, las violaciones y las ejecuciones, para determinar si revelaban o no una intención genocida. Los atacantes utilizan con frecuencia epítetos racistas, como “zurgas”, que puede significar tanto esclavo como derrotado, “nubas”, que tanto puede significar “negro” como “nubio” del valle del Bajo Nilo o de las montañas Nuba. A menudo también lanzaron invectivas sin connotaciones racistas o étnicas, refiriéndose a las cuestiones políticas del conflicto: “Toma tus vacas, vete y deja el pueblo”, “Tú eres la madre de los que matan a nuestro pueblo”, “No cortes la hierba porque se la comen los camellos”, “Tú, hijo de Torabora, te mataremos”, “No es tu tierra” o “Tú no eres de aquí”.

Paradógicamente, los refugiados se escondieron al abrigo de los cuarteles del gobierno y es difícil imaginar a los antifascistas de la Europa ocupada por los nazis, refugiarse en los campamentos de la Wehrmacht. Muchos dirigentes del gobierno, de la administración y del ejército, son originarios de Darfur. “En general, no se comete un genocidio con los miembros de la familia”, comenta al respecto Roland Marchal.

La valoración de la gravedad de la situación por parte de “Darfur Emergency” fue falsa. La cifra que presentó con al menos 400.000 muertos que se utilizó en el verano de 2007 en las campañas de carteles de “Save Darfur” en Gran Bretaña, fue condenada por la autoridad reguladora de la publicidad británica por ser información engañosa.

Sin embargo, la cuestión no es tanto si el número de muertes está más cerca de 200.000 que de 400.000, sino si los habitantes de Darfur siguieron muriendo a razón de 10.000 personas al mes entre 2006 y 2007. Si así fuera, la intervención internacional en curso no sería más que una falsa pretensión destinada a enmascarar una política de exterminio. 

La cifra de 10.000 muertes al mes se remonta en realidad a agosto de 2004. El jefe del Servicio de Urgencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS), David Nabarro, propuso la cifra sobre la base de una extrapolación de estudios retrospectivos de mortalidad que abarcan el período comprendido entre junio y agosto de 2004 en los campamentos internos de refugiados. Cualquiera que sea la validez de esta estimación, refleja la situación en el segundo semestre de 2004, período en el que continuaban las masacres y en el que el despliegue de la ayuda humanitaria aún era limitado.

En 2006 y 2007 la situación había cambiado radicalmente. Aunque persisten enfrentamientos localizados, el gobierno ya no ejecutaba una estrategia de tierra quemada, ni asesinatos a gran escala. La periferia de los campos de refugiados seguía siendo peligrosa, pero los más importantes de ellos se habían convertido en bastiones firmemente controlados por los insurgentes. En 2006 el Departamento de Seguridad de la ONU informó de que se producían entre 200 y 400 muertes violentas al mes en Darfur, y menos de 250 en 2007, incluida una gran proporción de combatientes y milicianos.

La mortalidad asociada con el hambre y las enfermedades era en Darfur inferior al promedio de Sudán en 2006-2007 y significativamente inferior a la del Sudán meridional. Según encuestas realizadas por organismos de la ONU y el gobierno sudanés, las tasas brutas de mortalidad infantil estaban muy por debajo de los umbrales de emergencia y disminuyeron casi constantemente desde 2004. Aunque estas cifras deben interpretarse con cautela, son coherentes con los datos y las observaciones sobre el terreno de las organizaciones de asistencia.


https://books.openedition.org/ifpo/1377

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