Por primera vez en décadas las grandes potencias se embarcan en un rearme masivo. Las guerras en Ucrania y Oriente Medio y la tensa situación en Taiwán han convertido el fortalecimiento de la economía de guerra en una prioridad.
Si alcanzan el objetivo del 5 por cien para 2035, los países de la OTAN gastarán 800.000 millones de dólares más al año, en términos reales, que antes de 2022. Pero este dispendio no se limita a la OTAN. Israel es un gran cuartel militar. El año pasado gastó más del 8 por cien de su PIB en defensa.
Estas sumas colosales podrían transformar la economía mundial, presionando las finanzas públicas. Los políticos pregonan los beneficios del rearme a sus votantes. Les dicen que el gasto militar no solo traerá beneficios en materia de seguridad, sino también económicos.
Los capitalistas se vuelven sindicalistas. Ahora les preocupa el paro. El primer ministro británico, Keir Starmer, promete que la economía de guerra iniciará una nueva época de “empleos buenos, seguros y bien remunerados”. La Comisión Europea afirma que traerá “beneficios para todos los países”.
The Economist les desmiente: utilizar el gasto militar con fines económicos es un error costoso. “El gasto en defensa es caro y no mejora directamente el nivel de vida de nadie”, dice.
La consecuencia económica más obvia del aumento del gasto de defensa será la presión sobre las finanzas públicas. Los niveles de deuda ya son elevados, y las presiones financieras sobre los gobiernos, causadas por el envejecimiento de la población y el aumento de los tipos de interés, se están intensificando.
“Se recortarán otras partidas presupuestarias, como el gasto social, lo que reducirá los dividendos de paz del fin de la Guerra Fría”, anuncia The Economist. También tendrán que aumentar los déficits. Por lo tanto, el gasto en defensa tenderá a elevar los tipos de interés.
La producción de guerra, al igual que muchos otros sectores industriales, está ahora altamente especializada y automatizada, lo que significa que es probable que el rearme genere muchos menos empleos que los perdidos por las nuevas tecnologías o la competencia extranjera. El aumento del gasto en defensa en los países europeos de la OTAN podría crear 500.000 empleos, una cifra irrisoria en comparación con los 30 millones de trabajadores manufactureros de la Unión Europea.
La naturaleza de la guerra moderna hace improbable la creación de empleo a gran escala. Ucrania demuestra que un país no necesita una política industrial integral para prepararse para la guerra. La fabricación de drones, causantes de la mayoría de las bajas en el campo de batalla, es relativamente sencilla. Cuanto más importante sea la inteligencia artificial, por ejemplo, para guiar y operar estos drones, menos empleos se crearán en las líneas de montaje y mayores serán los beneficios para las empresas tecnológicas.
Los países de la Unión Europea quieren fabricar y vender su propio equipo militar pero, como ya hemos expuesto, cuentan con 12 tipos de carros de combate, mientras que Estados Unidos solo produce uno. La duplicación es un despilfarro e impide la colaboración entre los ejércitos.
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