Ha sido la carrera hacia el abismo de China tras la crisis de 2007, cuando los gobierno locales recibieron la orden de endeudarse por valor de 4.000 millones de dólares, una cifra equivalente al tamaño de la economía alemana.
Se vuelve a demostrar que en el capitalismo el endeudamiento es consecuencia y no causa de la crisis, aunque muchos aprovecharan la generosidad, como suele ocurrir, para las inversiones especulativas y oportunistas que también son típicas: bolsa, ladrillo…
La economía china se parece cada vez más a un casino, una burbuja cuyo verdadero alcance no se sabe exactamente, por la existencia de una banca minorista paralela muy desperdigada. En mayo Moody’s rebajó por primera vez desde 1989 la calificación de la deuda del país asiático.
Las quiebras van en aumento, mientras muchos bancos disimulan la bancarrota cambiando unos préstamos por otros, más “limpios”, avalados por el Estado, lo que no reduce la burbuja sino que la infla a un ritmo del 15 por ciento anual, muy por encima del crecimineto del PIB.
El agujero, del orden de 27 billones de dólares, no es una amenaza para China sino para el mundo entero porque el “dragón asiático” es la única locomotora que le queda ya al capitalismo internacional.
La deuda china es, pues, la respiración asistida del capitalismo mundial; pero poco puede empujar cuando ni siquiera tiene aliento para empujarse a sí misma. Los ritmos de crecimiento del PIB son los más bajos de los últimos 25 años.
En la última vuelta de tuerca, Xi Jinping quiere pasar de un capitalismo volcado en las infraestructuras, los medios de producción y las exportaciones, a otro más parecido al que conocemos por aquí: consumo, consumo y más consumo.