Al-Waqf-al-Islami se creó en los Balcanes en 1989, antes del desmantelamiento de Yugoeslavia. Su financiación procede de los mismos de siempre: Arabia saudí, Qatar, Kuwait y Bahrein. La ONG tiene una sede en el centro de Prístina con 12 asalariados, habiendo recibido diez millones de euros entre 2000 y 2012.
La mayor parte del dinero iba a parar a los clérigos yihadistas. En la construcción de la mezquita se gastaron más de un millón de euros. Una cantidad bastante mayor la destinaron a pagos en especie no muy claros aún. Sólo el 7 por ciento del presupuesto se destinó a la ayuda a los huérfanos, que es el objetivo fundamental de la ONG.
En 2014 la policía kosovar cerró su sede e ilegalizó a otras 12 organizaciones “caritativas”, deteniendo a 40 personas. A partir de entonces las redes de la organización en Holanda y Arabia saudí cambiaron su nombre. Nasr el Damanhoury, director de la red en Holanda dijo al New York Times que no conocía las actividades de su sucursal en Kosovo ni en los Balcanes.
“La ONG clausuró sus actividades fuera de Holanda en 2013”, añade Damanhoury. Su predecesor estaba en Marruecos y no pudo ser localizado por el New York Times, mientras que los miembros saudíes de la organizaciones declinaron realizar cualquier comentario.
“Nuestra organización nunca ha apoyado el extremismo”, asegura Damanhoury, miembro desde 1989, es decir, desde el comienzo.
Lo más significativo del yihadismo kosovar es, sin embargo, que se fue organizando pacientemente delante de las narices del imperialismo. En 2004 el primer ministro Bajram Rexhepi trató de aprobar una ley contra el extremismo en Kosovo, pero los responsables europeos le dijeron que eso era contrario a la libertad religiosa. “Optaron por no hacer nada”, dice Rexhepi al New York Times, a pesar de que todos conocían los riesgos.
En una reunión en 2003, cuando era enviado especial de Estados Unidos en Kosovo, Richard C. Holbrooke advirtió a los kosovares para que no colaboraran con el Comité mixto de ayuda saudí a Kosovo, una organización de caridad involucrada en la construcción de mezquitas tras la guerra, así como con la del antiguo ministro saudí de Interior, el príncipe Naif bin Abdul-Aziz.
Un año más tarde estaba entre las organizaciones saudíes que fueron cerradas en Kosovo por constituir otras tantas tapaderas de Al-Qaeda. Otro era Al-Haramain, a quien en 2004 el Departamento del Tesoro de Estados designó como enlace del terrorismo yihadista.
Aunque algunas organizaciones fueron cerradas, otras siguieron funcionando. El personal y equipamiento de Al-Haramain se trasladó a Al-Waqf-al-Islami.
En los últimos años Arabia saudí ha reducido su “ayuda” a Kosovo. Los datos del Banco Central de Kosovo muestran subvenciones de origen saudí de 100.000 euros como media en los últimos cinco años. Ahora el dinero procede de Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos que, como promedio, envían un millón de euros anuales para seguir financiando el salafismo en los Kosovo y otros países balcánicos.
Pero los pagos se desvían hacia un país intermediario para encubrir su destino. En 2014 se bloqueó una transferencia a un particular saudí de 500.000 euros porque su destinatario real era un adolescente kosovar.
El dinero ha llevado a los salafistas a ocupar los cargos religiosos más influyentes de Kosovo. El portavoz de la Comunidad Islámica del país, Ahmet Sadriu, asegura que mayoritariamente el islam kosovar conserva sus raíces tradicionales, pero se multiplican las llamadas contra el dinero y las corrientes procedentes del Golfo.
El ministro del Interior de Kosovo, Skender Hyseni, asegura al New York Times que se ha visto obligado a amonestar a los clérigos islámicos más importantes. “Les he dicho que hacen un flaco favor a su país” ya que Kosovo es una sociedad laica y tolerante hacia las demás religiones, dice el ministro.
En Kosovo muchos creen que es demasiado tarde. Muchas familias han visto a sus hijos involucrarse en las redes yihadistas. Albert Berisha, condenado a tres años de cárcel por acudir en 2013 a Siria a combatir en la guerra, es licenciado en ciencias políticas y asegura que no pertenece al Califato Islámico. Fue a Siria a ayudar al levantamiento contra Bashar Al-Assad.
Ismet Sakiqi, un funcionario del gabinete del primer ministro y antiguo combatiente en la guerra de los Balcanes, ha visto cómo a su hijo Visar, de 22 años de edad, estudiante de Derecho, le detuvieron en Turquía cuando se disponía a alcanzar la frontera con Siria acompañado de su novia. Ahora visita a su hijo en la misma cárcel en la que él estuvo detenido cuando Kosovo pertenecía a Serbia.
En el barrio de Busavate, en las colinas boscosas del este de Kosovo, un viudo, Shemsi Maliqi, explica que su familia está dividida. Uno de sus hijos, Alejhim, de 27 años, se ha marchado con su familia para unirse al Califato Islámico en Siria.
No sabe cómo se incorporó a las redes yihadistas. Se formó con su abuelo en las enseñanzas del imán de Gjilan y sirvió en la mezquita durante seis años. Hace dos años le pidió ayuda para viajar a Egipto a estudiar.
Maliqi espera que su hijo aún esté en Egipto estudiando y no combatiendo en Siria. Pero recientemente la policía antiterrorista de Kosovo dictó una orden internacional de detención en su contra.
“Prefiero que vuelva muerto antes que vivo”, dice Maliqi, un campesino pobre. “Le envié a la escuela, no a la guerra. Vendí mi vaca por él”.
Alejhim se casó con una mujer del pueblo vecino de Vrbice que era tan retrógrada que llevaba velo hasta los ojos y se negó a estrechar la mano de su cuñado. Su madre se negó que el New York Times el entrevistara. Su hija ha hecho lo que tenía que hacer y ha seguido a su marido hasta Siria, añade.
De manera secreta Alejhim atrajo a otros tres, su hermana, su mejor amigo, que se casó con ella y su cuñada, para que le acompañaran a Siria. Los otros regresaron, pero siguen fieles al salafismo y alejados de sus familias.
El tío de Alejhim, Fehmi Maliqi, como el resto de la familia se muestra consternado. “Es una catástrofe”, asegura.
Según los investigadores de Kosovo, fueron reclutados por religiosos yihadistas y asociaciones secretas financiadas por Arabia saudí y otros Estados del Golfo utilizando un laberinto de asociaciones “caritativas”.
“Han promovido el islam político”, afirma Fatos Makolli, director de la policía antiterrorista de Kosovo. “Han gastado mucho dinero para promoverlo a través de varios programas principalmente dirigidos a los jóvenes y personas vulnerables, y han enviado mucha literatura wahabita y salafista. Han conducido a esas personas hacia el islam político radical, que ha conducido a su radicalización”.
Tras dos años de investigaciones la policía ha acusado a 67 personas, ha detenido a 14 imanes y 19 organizaciones musulmanas por acciones contra la Constitución,m incitación al odio y reclutamiento de terroristas. Las penas más recientes, entre ellas una de 10 años de cárcel, se dictaron el viernes.
Es un giro asombroso para un país de 1,8 millones de personas que no hace mucho estaba entre las sociedades musulmanas más pro-americanas del mundo. Los americanos fueron acogidos como liberadores después de que en 1999 la OTAN bombardeara durante meses, lo que condujo a un Kosovo independiente.