Mediados de la década de los 70. La Revolución de los Claveles triunfa en Portugal. En Italia, los comunistas están muy cerca de llegar a formar parte del Gobierno. En Grecia la dictadura militar se desmorona. Y en España, el dictador Francisco Franco está en las últimas. El panorama es muy preocupante para los intereses norteamericanos, que ven como sus aliados pierden fuerza. Además del propósito global de frenar al comunismo y al socialismo, para Estados Unidos esta zona es especialmente importante a nivel geoestratégico. En 1973 por ejemplo, los aviones norteamericanos que se dirigían a Oriente Medio para apoyar a Israel en la guerra del Yon Kippur solo consiguen autorización portuguesa para repostar, y es probable que a partir de ahora ya no sea así. Hay que hacer algo.
Esta necesidad de Estados Unidos de ganar influencia en la región encuentra un aliado muy oportuno: Juan Carlos I. El sucesor natural del dictador Francisco Franco no era del agrado norteamericano en un principio. La CIA veía poco capacitado al monarca para liderar una transición democrática en el país. Sus únicos puntos a favor eran su «encanto personal», su intención de no legalizar el partido comunista y no tener hemofilia (enfermedad hereditaria de los borbones). Todo lo demás estaba en su contra:
“Hay poco entusiasmo por Juan Carlos y la monarquía en España, pero una cierta disposición a apoyarle al no haber una alternativa mejor … Si logra preservar la Ley y el orden mientras consigue una apertura política ganará apoyo. El reto es enorme. Y es improbable que el nuevo rey reúna las cualidades necesarias para lograrlo” (informe secreto de la CIA).
Sin embargo, poco después la figura del Borbón como aliado internacional fue ganando peso en los informes de inteligencia, hasta el punto de referirse a Juan Carlos como «motor del cambio» ¿Qué sucedió para que se diera este cambio de parecer?
En 1975 se pone en marcha un proyecto secreto de la CIA que tiene como objetivo arrebatar la provincia número 53 de España: el Sáhara Occidental. Se trata no solo de un un territorio rico en fosfatos, hierro, petróleo y gas, sino que es muy valioso a nivel geoestratégico. La inestabilidad en España debido a la enfermedad del dictador Francisco Franco es clave para llevar a cabo esta operación, que consiste en invadir la provincia española mediante una marcha de unos 350.000 ciudadanos marroquíes que se harían pasar por antiguos habitantes de la zona. Se trata evidentemente de la famosa Marcha Verde.
El 6 de octubre de 1975 los servicios de inteligencia del ejército español informan al dictador Francisco Franco de estos planes de «invasión pacífica» del Sáhara Occidental y le piden que mueva ficha. Y aquí es donde entra en juego Juan Carlos I, que se convirtió en confidente de Estados Unidos, enviando información secreta de todos los movimientos que Franco realizaba en la provincia del Sáhara. Es decir, el entonces príncipe Juan Carlos reveló información confidencial sobre los planes de España en el conflicto del Sáhara a una potencia extranjera que estaba jugando un papel clave en dicho conflicto. Hay quien lo denominaría alta traición.
De este modo, Juan Carlos I se convirtió en aquel momento clave de la historia del país en informante de Estados Unidos, con la esperanza de lograr así el apoyo norteamericano tras la muerte de Franco. Lo consiguió, y probablemente la historia de España sería muy diferente de no haber tomado esa decisión.
El contacto del entonces Príncipe era el embajador norteamericano en España, Wells Stabler, que tenía contacto directo con la Casa Blanca y con el jefe del Departamento de Estado, Henry Kissinger, quien le comunicó a este respecto en uno de los documentos ahora desclasificados: “Tus contactos con el príncipe deben ser tratados con la mayor discreción. Estos informes tienen un grandísimo valor para Estados Unidos y haremos lo que esté en nuestra mano para asegurarnos de que en el futuro se manejen de manera apropiada” (Henry Kissinger).
31 de octubre de 1975, Juan Carlos asume la jefatura en funciones del Estado debido a la enfermedad del dictador Francisco Franco. Uno de los temas más urgentes que debe tratar es respecto a la decisión del rey Hasan II de Marruecos de lanzar una ofensiva para reclamar una provincia española: el Sáhara Occidental.
El mismo día de la toma de posesión de su nuevo cargo, Juan Carlos preside su primer Consejo de Ministros, y muestra su intención de ponerse al cargo del asunto del Sáhara, pero no informa de que ya había enviado a Washington a su hombre de confianza, Manuel Prado y Colón de Carvajal, con la finalidad de conseguir el apoyo norteamericano y evitar así un conflicto con Marruecos que le podría costar su añorada Corona. De este modo, Kissinger media con Hassan II y finalmente se firmaría el pacto secreto por el que Juan Carlos entregaría el Sáhara español a Marruecos, a cambio de que Estados Unidos se convierta en su aliado en el complejo futuro que tiene por delante.
El 2 de noviembre, Juan Carlos viaja a la capital del Sáhara Occidental , El Aiún, donde asegura ante las tropas españolas: «Se hará cuanto sea necesario para que nuestro Ejército conserve intacto su prestigio y su honor». Hasta se permite decirles a los oficiales de sus tropas: “España no dará un paso atrás, cumplirá todos sus compromisos, respetará el derecho de los saharauis a ser libres”, y también: “No dudéis que vuestro comandante en jefe estará aquí, con todos vosotros, en cuanto suene el primer disparo”. Sin embargo, sabía que estaba mintiendo. Ya había pactado con Hassan II los términos de la entrega del Sáhara.
En uno de los documentos desclasificados, el embajador de Estados Unidos en España comunica a Washington: «Madrid y Rabat han acordado que los manifestantes sólo entrarán unas pocas millas en el Sáhara español y que permanecerán un corto periodo de tiempo en la frontera, donde ya no hay tropas españolas (…) El príncipe [Juan Carlos] ha añadido que una delegación representativa de unos 50 marroquíes tendrán permitido entrar en la capital territorial de El Aiún».
En el documento también se puede apreciar el temor de la inteligencia nortemericana a que se descontrolara la situación: «La zona en la que no está prevista que caminen los manifestantes está claramente marcada como campos de minas. Juan Carlos dijo que las fuerzas españolas usarán cualquier medio a su disposición para evitar que los marroquíes crucen esta línea […] Una vez que los manifestantes crucen la frontera, la situación puede descontrolarse fácilmente». También se habla de los posibles movimientos del Frente Polisario: «Algunos de sus miembros están en el área que ya han abandonado las tropas españolas […] Casi con total seguridad intentarán atacar a los manifestantes».
Finalmente, el 6 de noviembre de 1975 la Marcha Verde invade la provincia española. Todo estaba preparado de antemano. Los campos de minas y los legionarios se retiraron de la frontera. La ONU, atónita ante los acontecimientos, urge a Hassan II a retirarse y a respetar la legalidad internacional. El Consejo de Seguridad se pronunció aprobando la resolución 380, en la que “deplora la realización de la marcha” e “insta a Marruecos a que retire inmediatamente del territorio del Sáhara Occidental a todos los participantes en la marcha”, así como volver a hacer un llamamiento al diálogo. Sin embargo, todo estaba pactado ya.
En plena Guerra Fría, Estados Unidos y Francia anhelaban la anexión marroquí del territorio, puesto que Argelia y el Frente Polisario eran cercanos a la Unión Soviética. Hassan II, que atravesaba una compleja situación política interna, marcaba un tanto por la escuadra. Y España perdía un territorio clave, pero Juan Carlos I ganaba un reinado. Todos contentos. Excepto claro está, los habitantes del territorio en cuestión, que fueron las víctimas colaterales de este pacto/traición, y cuyo sufrimiento generado se ha alargado hasta nuestros días.
Los movimientos ocultos, las mentiras y la deslealtad de Juan Carlos con el tema del Sáhara podrían ser considerados sin duda alta traición. Sin embargo, son un juego de niños comparado con lo sucedido unas semanas antes. El 16 de octubre, el dictador Francisco Franco sufría una crisis cardíaca que le dejó al borde de la muerte. La embajada norteamericana en Madrid incluso lo llegó a dar por muerto. En estos días, Juan Carlos se convirtió en el mejor informador de Estados Unidos de todo lo que estaba sucediendo en Madrid, e incluso pidió ayuda al embajador Stabler para que intercediera por él ante el presidente Carlos Arias Navarro con la finalidad de convencerlo de que Franco le traspasara sus poderes antes de morir. Kissinger se negó en rotundo por miedo a que relacionaran a Estados Unidos: «No estás -repito- no estás autorizado a mediar con Arias en este momento». Así que Juan Carlos tuvo que esperar para ver colmadas sus ansias de poder.
Durante los siguientes meses, el contacto de Juan Carlos con el embajador norteamericano fue habitual. Además de las conversaciones telefónicas documentadas en los archivos desclasificados, cualquier ocasión era buena para verse en persona: en la base militar de Torrejón, en un encuentro con estudiantes del National War College o en Palma de Mallorca. Cualquier excusa era buena para que Juan Carlos informara de todo lo que estaba sucediendo en las altas esferas españolas y acercarse así a Estados Unidos, su mejor baza para llegar al ansiado reinado. Sin embargo, este presente en forma de información confidencial era un esfuerzo eran prescindible, puesto que Estados Unidos ya tenía claro que Juan Carlos era el mejor candidato para sus intereses en España (y no eran pocos).
El 4 de noviembre de 1975 Wells Stabler envió a la Casa Blanca un informe general de la situación en España y de su incierto futuro tras la muerte del dictador, redactado en gran parte con la información obtenida a través de Juan Carlos I. Las respuestas sobre las líneas generales a seguir que Henry Kissinger le envía de vuelta a Madrid no tienen desperdicio:
– «El interés de Estados Unidos reside en empujar a Juan Carlos a que dé un giro gradual, pero de manera decidida y no demasiado lenta, hacia la democratización. Debemos darle el apoyo que él claramente está pidiendo a Estados Unidos»
– «No favoreceremos a ningún partido político en concreto más allá de las decisiones democráticas, pero anticipamos que la transición estará en manos básicamente del bloque conservador»
– «Veríamos la participación del partido comunista en un futuro gobierno español como algo muy negativo que dañaría irremediablemente los lazos con nosotros y con las instituciones de Europa occidental»
– «Los países de la Europa occidental deberían participar en la toma de poder de Juan Carlos y el funeral de Franco en una base positiva para el futuro, no en términos de recriminaciones sobre el pasado»
Obviamente la prioridad de Estados Unidos no era la democratización del país, sino principalmente lograr un acuerdo ventajoso para la instalación de las bases militares estadounidenses en España. El acuerdo anterior vencía precisamente en 1975, y Franco se había dedicado a torpedear la renovación al no poder formar parte de la OTAN. De este modo, Juan Carlos se convirtió en la mejor baza norteamericana para lograr el ingreso de España en la Alianza Atlántica y lograr la instalación de varias bases militares en suelo español. Y Estados Unidos se convirtió en la mejor baza de Juan Carlos para llegar al poder. Una historia de amor y traición con drásticas consecuencias para el desarrollo de la historia reciente del estado español.
Finalmente, el 21 de septiembre de 1976 se firmó el Tratado de Amistad y Cooperación entre España y Estados Unidos, ya con Juan Carlos como rey, siendo el paso previo para el ingreso en la OTAN, que no llegó hasta 1982.
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