El 2 de febrero dijo que nunca levantarían las sanciones a Rusia mientras siguiera anexionando Crimea y, además, que era culpable de la “escalada de tensión” en el Donbas, o sea, de que el gobierno de Kiev haya intensificado los bombardeos contra la población civil en Novorrosya.
En pleno relevo en la Casa Blanca, no es más que otra provocación para forzar a que las milicias populares respondan de la misma manera y que el gobierno de Kiev presentarse al mundo como “víctima” para justificar la ruptura de los acuerdos de Minsk y que Estados Unidos reanude las ventas de armas.
Pero la tarea de Haley es la de repetir el mantra falangista de 1941: ¡Rusia es culpable!
Según cuentan algunas fuentes, Trump llegó a la Casa Blanca con un decreto ya firmado en el que levantaba las sanciones a Rusia, que no ha podido promulgar a causa de las presiones. Es la vieja historia del “quiero pero no puedo” que sirve incluso para excusar al mismísimo Presidente de Estados Unidos, encarnación del poder mundial por antonomasia. Si no es él quien tiene el poder, ¿quién lo tiene?
El jueves, Haley volvió a la carga con algo mucho más metafísico: “No podemos tener confianza en Rusia. Jamás debemos tener confianza en Rusia”. Lo que Rusia haga o diga es indiferente, no va a cambiar nada.
Son declaraciones como éstas las que no ayudan a entender lo que está pasando. Crimea es una excusa; si la anexión no hubiera ocurrido, se hubieran inventado otra cualquiera. Incluso si los rusos devolvieran Crimea a las zarpas de Ucrania, no cambiaría nada. Nunca se puede tener confianza en Rusia.
Y nunca significa nunca.