“Esos asistentes digitales -dice Varian- serán tan útiles que todo el mundo querrá uno, y los reportajes alarmistas que hoy se leen sobre sus preocupantes efectos en la intimidad nos parecerán simplemente pintorescos y anticuados”.
Si, estamos muy anticuados. Antes los servicios se pagaban con dinero. En las nuevas tecnologías se pagan con algo que no tiene precio posible: nuestra intimidad personal. Los asistentes personales guardarán una copia de todas nuestras cartas, fotos, facturas y vídeos para hacer dinero con ellos. Lo que vendemos somos nosotros mismos, nuestras vidas, nuestras biografías. Para cualquier cosa nos piden que rellenemos una ficha con nuestros datos personales y nosotros los entregamos igual que entregamos nuestro dinero. Ahora la mercancía somos nosotros mismos.
Evgeny Morozov comenta (*) que nos están engañando por partida doble: en primer lugar, cuando hacemos entrega de nuestros datos —que, al final, acaban en poder de Google— a cambio de unos servicios relativamente triviales, y, en segundo, cuando después esos datos son utilizados para personalizar y estructurar nuestro mundo.
Esta segunda característica de los datos, capaz de moldear la vida, como moneda de cambio, todavía no ha sido bien comprendida. Sin embargo, es precisamente esa capacidad de conformar nuestro futuro después de entregarlos lo que convierte a los datos en un instrumento de dominación, dice Morozov. Mientras que el dinero al contado no tiene historia y solo implica una pequeña conexión con la vida social, los datos no son otra cosa que la representación de la vida social, si bien cristalizada en kilobytes.
Facebook utiliza el mismo truco con la conectividad. Su iniciativa Internet.org, que ahora opera en América Latina, el sureste de Asia y África, fue aparentemente lanzada para promover la inclusión digital y para que los pobres de los países en vías de desarrollo pudieran estar en línea. Ya lo están, pero de un modo muy particular. Facebook y otros pocos sitios y aplicaciones son gratis, pero los usuarios tienen que pagar por todo lo demás, a menudo, en función de la cantidad de datos que consumen sus aplicaciones individuales. Es probable que muy poca de toda esta gente —recuérdese que estamos hablando de poblaciones muy pobres— tenga a su alcance el mundo exterior al imperio del contenido de Facebook.
Mientras que los ricos pagan por su conectividad con su dinero, los pobres pagan por ella con sus datos: los datos que Facebook monetizará en su día para justificar la operación Internet.org. Después de todo, aquí no estamos hablando de una organización benéfica. Facebook está interesado en la “inclusión digital” de un modo muy parecido a como lo están los prestamistas en la “inclusión financiera”: lo están por el dinero.
La conectividad gratuita que ofrece Facebook a los países en desarrollo es un derivado financiero gigante que paga el desarrollo de sus infraestructuras: Facebook proporciona conectividad a esos países a cambio de monetizar la vida de sus ciudadanos una vez ganen el dinero suficiente.