La guerra sicológica, la instrumentalización de la prensa en la movilización militar, es un rasgo característico del imperialismo que surge durante la Primera Guerra Mundial. En Estados Unidos los lavados masivos de cerebro fueron explotados por el presidente Woodrow Wilson para justificar su entrada en una guerra que, hasta 1917, era sólo europea.
Wilson creó el Comité de Información Pública (CPI), encabezado por el periodista George Creel, que adoptó un enfoque moderno, utilizando la prensa, la radio, el cine y los carteles para movilizar a la población. La publicidad se basó en una mezcla de patrioterismo y censura, haciendo hincapié en la fabricación de un enemigo: Alemania.
Tras la guerra, Estados Unidos desmanteló la mayor parte de la infraestructura relacionada con la guerra sicológica, hasta que llegó la Segunda Guerra Mundial, a la que Estados Unidos llegó tras una depresión y en medio del aislacionismo político.
El imperialismo estaounidense necesitó el ataque a Pearl Harbor de diciembre de 1941 para reorganizar la propaganda de guerra. Roosevelt creó la Oficina de Información de Guerra (OWI), dirigida por Elmer Davis.
La OWI se centró en dos frentes principales: movilizar a las masas en Estados Unidos y mantener la moral de los aliados. Al mismo tiempo, fundó la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), dirigida por William Donovan, que se centró en operaciones encubiertas, desinformación y la manipulación sicológica.
Estados Unidos se inspiró en las técnicas británicas. Con su larga tradición de intoxicación y desinformación, Reino Unido fue el modelo a seguir. La OSS trabajó estrechamente con el MI6 británico, participando en operaciones de distracción, como las que condujeron al desembarco de Normandía en 1944.
La desinformación convenció a los alemanes de que la invasión aliada tendría lugar en Calais y no en Normandía. La manipulación demostró que la guerra de sicológica podía utilizarse no sólo para influir en las masas, sino también para manipular las decisiones estratégicas del enemigo.
A pesar de sus avances, Estados Unidos enfrentó obstáculos importantes. Existían divisiones internas entre las instgituciones responsables de la comunicación abierta, como la OWI, y las involucradas en operaciones encubiertas, como la OSS. La fragmentación dificultó la coordinación de las actividades relacionadas con la guerra sicológica.
Las tensiones sociales internas complicaron la situación. Las comunidades japonesa y alemana fueron sometidas a estrictos controles, con medidas drásticas como el internamiento de los ciudadanos de origen japonés en los campos de concentración de la costa oeste.
La Segunda Guerra Mundial marcó un punto de inflexión en la guerra sicológica. Estados Unidos comprendió la importancia de contar con estructuras permanentes para gestionar la intoxicación y la desinformación. La experiencia fue crucial durante la Guerra Fría, cuando Estados Unidos utilizó técnicas de guerra sicológica para contrarrestar la influencia soviética.
Hoy en día, la capacidad de influir en las masas, los lavados de cerebro y la manipulación de las percepciones del adversario no depende sólo de la tecnología o los recursos, sino de la visión estratégica, la colaboración del mundo académico y la eliminación de la memoria colectiva.
El último ejemplo es la ausencia de Rusia en las celebraciones por el 80 aniversario de la liberación del campo de concentración de Auschwitz.
Otro ejemplo es la capacidad para darle una vuelta de 180 grados a la guerra sicológica, identificando los bulos con las redes sociales, que es la tarea en la que más se esfuerzan ahora mismo los medios de intoxicación.