En la reunión Engels hizo una de sus resplandecientes intervenciones, diáfana y sintética, de las que no dejan lugar a dudas, mientras Weitling se perdía en el océano de vaguedades típicas del reformismo social de siempre, lamentando las duras condiciones de trabajo y de vida de los obreros. Cuando comenzó a invocar los remedios a esa situación, tales como la justicia social, la fraternidad humana y consignas parecidas, Marx dio un puñetazo encima de la mesa que puso a bailar la cubertería.
Aquel golpe era la demarcación entre el socialismo utópico y el científico, que Marx expuso con toda la crudeza de la que fue capaz. Al movimiento obrero no le basta con tener razón. No es suficiente exponer la lamentable explotación de los trabajadores, ni tampoco llamar a la protesta y a la lucha. Había que elaborar un plan de batalla fundamentado en un conocimiento exacto de aquello a lo que se enfrenta. Cualquier otra cosa es llevar a la clase obrera al fracaso, otro más, y lo que es peor, a una de esas carnicerías que lastran el movimiento durante años.
Los defensores de las causas justas, por honestos que sean, como Weitling, conducen a la frustración y al desengaño, ese mismo que padecemos a nuestro alrededor desde hace tiempo y del que tantas lamentaciones escuchamos a diario: “los obreros no luchan”. Sin embargo, los que tienen razón no son los que se despotrican contra los trabajadores, sino los trabajadores: todo invita a quedarse en casa, empezando por esas monsergas que leemos a esos aficionados a sembrar derrotas y a desmoralizar a las masas.
Hay una corriente de opinión que no ceja de llamar a la lucha por mil y una causas justas, porque las mismas, por el mero hecho de ser justas, se justifican a sí mismas. ¿Cómo podemos permanecer insensibles ante una causa justa, ante el sufrimiento ajeno, ante la explotación de los pobres y la humillación de los débiles? Este tipo de invocaciones son pura metafísica, abstracciones que excusan todo lo demás: la ausencia de organización, de programa o de plan. Ni siquiera les importa llevarnos al matadero porque son como los yihadistas: dicen que seremos mártires, que nos habremos sacrificado por una causa justa.
Es una imbecilidad: nadie va a la batalla para inmolarse sino para vencer, y para ello se necesitan muchas cosas, pero sobre todo una, la misma de la que Marx habló en Bruselas hace 170: un plan, un estado mayor, una disposición de las fuerzas…
Pero aquí aparece otra confusión interesada: cuando criticamos una huelga, no criticamos al movimiento obrero; cuando criticamos a un sindicato, tampoco criticamos al movimiento obrero. No cambiamos de bando por ello, sino todo lo contrario: precisamente porque queremos que el movimiento triunfe, criticamos su plan de batalla, o criticamos que haya acudido a la batalla sin ningún plan.
Toda esa gente, tan voluntariosa como inepta, tampoco sabe que en cualquier batalla las condiciones no se eligen sino que las impone el bando más fuerte, que no son precisamente los trabajadores ni los oprimidos, lo cual supone que el estado mayor de los desheredados debe tener en cuenta que las condiciones suelen ser desafavorables la mayor parte de las veces.
Pero ese estado mayor debe tener en cuenta también que esas condiciones pueden cambiar, se pueden tornar favorables y que eso no significa en absoluto que los bandos hayan cambiado en lo más mínimo o que el enemigo sea otro. Quien no sea capaz de observar un cambio en las condiciones, bien porque mejoren o porque empeoren, es mejor que deje su puesto a otro un poco más capaz.
La historia está llena de casos así y uno de ellos es el que estamos viviendo en Kurdistán delante de nuestras narices: las condiciones han cambiado pero el plan de batalla sigue siendo tan malo como siempre. La carnicería está garantizada. Pronto los medios “alternativos” nos servirán, por un lado, todo tipo de relatos heroicos, de lucha y de sacrificio del pueblo kurdo y, por el otro, de crímenes y masacres cometidas por sus opresores (Erdogan, AKP, islamistas).
Esos medios se nutren de la carroña. Nos seguirán sirviendo más relatos de derrotas, lo cual no puede ser ninguna sorpresa porque los nacionalistas kurdos jamás van a conducir a su pueblo a ninguna victoria porque su objetivo no es ese, sino el de que los imperialistas, los unos o los otros, les dejen un hueco. La liberación nacional de Kurdistán no es algo que puedan dirigir los nacionalistas sino que es una tarea que incumbe a los comunistas.
No hay vergüenza mayor que la que vienen poniendo de manifiesto los comunicados de los distintos estados mayores kurdos desde hace dos semanas. Uno de los presidentes del HDP (Partido Democrático de los Pueblos), Selahattin Demirtas, critica el llamamiento del gobierno turco a que “el pueblo tome las armas”, proponiendo en su lugar un “frente por la democracia”, aunque no dice ni con quién ni contra quién.
Uno de los menos repugnantes es el artículo de opinión escrito el jueves por Kendal Nezan, presidente del Instituto kurdo de París, para el diario Libération, que acaba por donde debería haber empezado: “sería el momento de empezar a reflexionar seriamente sobre la cuestión de la pertinencia de que Turquía pertenezca a la OTAN”, dice.
No es lo que parece; Nizan lo dice “con segundas” porque, por fin, están apostando a caballo ganador: creen que nada beneficia más a Kuridistán que el deterioro de las relaciones de Turquía con Estados Unidos y con la OTAN, porque ellos se ofrecen como recambio, hasta el punto de que algún comentarista les ha calificado como “el Estado de Israel bis” en Oriente Medio, naturalmente con todo el desprecio del mundo hacia una causa que, en definitiva, es justa.
Por lo tanto, sí, ahora es un buen momento para reflexionar sobre varias cosas, entre ellas también la pertenencia de Kurdistán a la OTAN y en este punto también tiene razón Erdogan, una vez más, cuando pone al imperialismo entre la espada y la pared y le dice: “Estados Unidos no puede ser amigo de Turquía y de los kurdos al mismo tiempo”. Pero la suerte ya está echada, no porque cada bando haya elegido a sus amigos y sus aliados sino porque unos -los imperialistas- eligen y los otros son elegidos para desempeñar el papel que los anteriores les tienen reservado.
Hay otra diferencia adicional: unos lo reconocen abiertamente y otros, como los estados mayores kurdos, se callan.
No hay plan de batalla más desastroso que elegir a los amigos y aliados equivocados. Preparémonos, pues, para una nueva derrota y, mientras tanto, sigamos dando puñetazos encima de la mesa, a ver si se enteran esos partidarios de “la lucha” de una vez.