Los rusos cada vez están más cerca. Se atreven a acercarse a las costas de países tan civilizados y pacíficos como Suecia. Si todo lo ruso es un peligro, lo del submarino ya es el colmo porque navega sumergido y se oculta a la vista.
Las histerias van y vienen. Sólo duran el tiempo suficiente para aparecer a toda plana en las portadas de los noticiarios. Luego nadie se acuerda. ¿Localizó por fin la marina sueca al submarino ruso o logró escurrir el bulto?
La respuesta ha tardado en llegar, por lo que ya no es noticia. El sábado el contralmirante sueco Anders Grenstad declaró a la agencia de prensa TT que lo que pensaron que era un submarino ruso no era más que un “barco de trabajo”.
Ya ven Ustedes la mierda de radares que tienen los suecos: no son capaces de diferenciar a un barco que navega en superficie de un submarino. Si hubieran estado en guerra hubieran matado a una cofradía de pescadores de bajura.
Si Ustedes sospechan que todo fue una payasada (periodística y militar) habrán vuelto a acertar. Pero la falsa alarma le sirvió al ejército sueco para lograr un incremento sustancial de los presupuestos públicos destinados a armamento y equipación militar para el periodo 2016-2020.
Es lógico que cambien los viejos radares por otros que les permitan diferenciar a un viejo barco de pesca de un submarino de combate. Pero ese dinero debería haber salido del sueldo de los militares suecos, por inútiles.
Para atraer la atención de los papanatas de la prensa, la Marina de Guerra sueca desplegó durante semanas una búsqueda intensiva del esquivo submarino en la que participaron helicópteros, dragaminas y destructores que recorrieron toda la costa hasta el Mar Báltico a la caza del enemigo ruso.
En Suecia aún no se han olvidado de la farsa. El diario sueco Svenska Dagbladet publicará próximamente un informe exhaustivo de un operativo de búsqueda que fue lo más parecido a los inolvidables monólogos de Gila: