Luis de Guindos |
Diego Herchhoren
La Unión Europea está configurada hoy como un superestado, pero sin que exista contrato social alguno o control democrático. Si bien sus estructuras son a su vez elegidas por los Jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros, la gestión y aplicación diaria de las políticas comunitarias están delegadas en una tecnocracia que no responde ante nadie. La llamada «Constitución» europea no es tal, sino que es un Tratado entre Estados donde éstos suprimen sus competencias clásicas en favor de una estructura burocrática opaca, cerrada y que en general nadie sabe cómo se elige y por qué.
Entre estas últimas decisiones está la de constituir por decreto la llamada «Europa de las dos velocidades», donde los centros económicos comunitarios, Alemania y Francia, han señalado una hoja de ruta donde ambos Estados van a reorientar 180º su brújula. Alemania se prepara tras las próximas elecciones para un enfrentamiento directo, por ahora comercial, con EEUU, y Francia se está organizando para el desalojo del Elíseo de la última etapa de injerencia yanqui en la política nacional gala, con la probable victoria en las elecciones presidenciales de Marine Le Pen.
Esto afecta directamente a España y a otros países del sur de Europa, a los que se les ha obligado a sucumbir ante la deuda privada convirtiéndola en pública, lo que ha permitido sanear los balances de los principales bancos y ha convertido al tesoro español en una especie de «tesoro fallido» donde ya no hay garantías de que en el plazo de 2 años se pueda hacer frente a las obligaciones más básicas, esto es, pensiones y salarios públicos. La moderación salarial y la reducción de los ingresos entre las capas populares ya no tiene como objetivo únicamente transferir ganancias a la oligarquía financiera española, sino que están pretendiendo evitar de manera chapucera una crisis hiperinflacionaria que parece inevitable en un plazo breve.
Objetivo maquillar el PIB: putas y drogas
Si bien esto parece una teoría económica difícil de entender, nada más lejos de la realidad. Si un banco central activa la impresora de billetes como mecanismo de pago a acreedores, y estos billetes no están respaldados por una actividad económica con agregado de valor, se produce una espiral de desconfianza en esos billetes, que terminan siendo desechados por los operadores del mercado. Esa confianza tiene que ver con dos cosas: con la actividad económica del área donde se distribuye o en su defecto, con la capacidad militar de quien la impone, como viene ocurriendo con el dólar desde la década de 1970.
Los chicos de Lehman Brothers que hoy están al frente del gobierno español en la sombra son especialistas en esto. Junto a Goldman Sachs, son los maestros de los maquillajes de las cuentas públicas que permiten mantener el respirador artificial de una economía en quiebra técnica. El objetivo es doble: hacer previsiones de crecimiento absolutamente irreales, otorgando altas calificaciones a las emisiones de deuda, y por otro reducir los flujos de efectivo en circulación.
Los ejemplos de lo primero es, por ejemplo, el «decreto del fin de la crisis« que Goldman Sachs ha difundido recientemente o la decisión adoptada por el gobierno de Mariano Rajoy de incorporar al Producto Interior Bruto español las previsiones de consumo en dos áreas vitales del ciclo degenerativo de la economía española: la prostitución y las drogas. Pero una emisión monetaria tan grande como la derivada del rescate financiero supondría una pérdida de valor del euro de tal magnitud, que si no se sacan de circulación miles de millones de papel moneda del bolsillo de las economías populares, el Euro se convertiría en lo que realmente es: dinero basura. Por ello se están adoptando medidas tendentes a reducir su circulación, consistentes en:
- Medidas de penalización del uso de efectivo.
- Retirada de los billetes de 500 euros bajo la excusa de la lucha contra el blanqueo de capitales.
- Imposición de comisiones a las operaciones en ventanilla.
- Contención salarial.
En síntesis, para que el Euro funcione, España tiene que convertirse en un cementerio sin actividad económica alguna; España no debe generar valor de ninguna clase y todos los sectores productivos que puedan generar una amplia demanda de bienes y servicios (ciencia y tecnología, minería, siderurgia…) deben ser suprimidos.
Si lo analizamos es exactamente la misma medida que, en bruto, adoptó el entonces superministro de economía argentino Domingo Cavallo en los días previos al estallido social de diciembre de 2001. Aquella medida de fuerza impulsada por el Fondo Monetario Internacional, y ejecutada por los golden boys porteños fracasó. De manera similar lo hicieron en Chipre recientemente. Aprendiendo de aquellos errores, los liberales españoles están haciendo aquello mismo pero de manera sigilosa. Una vez España haya absorbido toda la deuda eterna que quede por adquirir, será «suspendida» o limitada en su participación en la Unión Europea, que terminará siendo un bloque político económico distinto, con la mirada puesta en Rusia.
Los frentes judiciales abiertos y el incumplimiento español frente a las sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea son la excusa perfecta para adoptar una posición sancionadora que tanto la UE como el gobierno español necesitan: expulsar a España. Para la UE es el mecanismo idóneo para quitarse de encima una lacra que perjudica sus balances, y para la gañanería española en el poder, es la mejor prueba de sumisión al sector financiero de las citys de Londres y Wall Street.
Ahora hacía falta inventar, asimismo, una forma de proceder para que se nos expulsase también de la OTAN. O sino para que tengan una excusa para colonizarnos efectivamente (tal y como hicieron con los nativos americanos para después justificar el hecho en base a nuestra invalidez como gestores) y, consecuentemente con su cultura yanqui de la alimentación hidrocarbonada-glucídico-insulínica y demás comida basura, impulsar la pandemia de obesidad hace tiempo ya en marcha, para llevarla a la mínima demora a cuotas más altas aún que las ya existentes en los continentes que ya posee el blanco ladrón. (Por favor, aunque yo sea de raza blanca, a mí no se me incluya en ese concepto; ni tampoco en el de los gilis, aunque no vaya por la vida de listo psicópata corrupto, cosa que tampoco estaría de más ante el cobarde silencio de los corderos que prefieren ejercer de gusanos: encogiéndose para reducir el riesgo de ser pisados y dispuestos a deslizarse por cualquier resquicio en vez de establecer amplios canales por los que discurrir virilmente erguidos. Repito: ¡Por favor no me incluyan entre esas clases de… especímenes! Gracias.)