Paco, como le conocían sus amigos y familiares –eran siete hermanos–, fue víctima del terrorismo de Estado. Así lo entienden y reclaman sus vecinos del barrio del Cerro del Águila, donde ocurrieron los hechos que desencadenaron su asesinato.
Mil personas acudieron a su entierro, según las crónicas periodísticas de la época, que ya auguraban también que aquella muerte, como la de Caparrós o la de Verdejo, también en Andalucía, quedaría impune.
Desde el verano de 1977 los trabajadores de Sevilla estaban en la calle en lucha contra el expediente de regulación de empleo presentado por Hytasa.
En 2015 varios miembros de la asociación Aire Libre difundieron un cartel que colocaron ecomo homenaje a Rodríguez Ledesma, que fue nombrado también cerreño del año. “Pusimos un clavel en la imagen porque su hermana nos contó que le dejaban uno todos y cada uno de los días que pasó en el hospital”, cuenta Pepe Verdón.
En aquellas fechas también mataron en París a su amigo Aurelio Fernández, militante del PCE(r). “Las manifestaciones eran asiduas”, añade Verdón.
El barrio evillano tiene una larga trayectoria de lucha y resistencia contra el fascismo desde el mismo inicio de la guerra en 1936. El historiador José María García Márquez destaca un caso en el Cerro del Águila: “Especialmente impactante fue la muerte de Francisco Portales Casamar, de 35 años, empleado del Matadero y afiliado a Unión Republicana, detenido por orden de Queipo el 10 de agosto de 1936, junto a su cuñado Rafael Herrera Mata. Lo juzgaron en consejo de guerra el 21 del mismo mes y lo condenaron a muerte. Al día siguiente, 22, Queipo aprobó la sentencia y el 23 fue asesinado a las seis y media de la mañana en la muralla de la Macarena. Rafael, impresor que trabajó en El Cerro en la imprenta de Luis Barral, fue puesto en libertad poco después, aunque en 1937 sería nuevamente detenido y asesinado el 29 de enero de 1938”.
La hermana de Francisco, Luisa Portales, fue una mujer muy conocida en el barrio por su militancia política en Unión Republicana; y su hermano Luis, activo miembro de las Juventudes Libertarias, estuvo a punto de ser capturado, aunque no lo detuvieron hasta enero de 1938 y lo condenaron a veinte años de prisión, indica García Márquez.
En dos grupos de 11, de 22 miembros de la columna minera de Huelva, que llegó a Sevilla el 19 de julio, fue traicionada por la Guardia Civil y los fusilaron. “Se quiso que toda la ciudad tuviese conocimiento de la ejecución como escarmiento público y por eso los dividieron en grupos por distintos barrios. Las desapariciones se sucedían una tras otra. Llantos, gritos de desesperación, búsquedas de familiares por todos los centros de reclusión de Sevilla, etc., se convirtieron en algo cotidiano y repetido en aquel verano y otoño de 1936”.