El Índice de Precios al Consumo ha caído un 0,4 por ciento en septiembre y encadena ya 6 meses consecutivos de descensos. En toda Europa la caída de los precios se suma a la recesión para colorear el peor panorama económico imaginable.
La inflación subyacente, que mide la evolución de los precios descontando los más volátiles, como los de la alimentación y la energía, está en su nivel más bajo desde la aparición del euro.
En Bélgica las tiendas no pudieron vender el 40 por ciento de lo que pretendían durante las rebajas de verano.
La teoría económica que enseñan en las facultades se viene abajo. Según los libros de economía, el endeudamiento y la masiva creación monetaria del Banco Central Europeo deberían sostener los precios. Pero no hay manera.
La máquina de fabricar dinero de papel lleva años funcionando a pleno rendimiento. En menos de año y medio el Banco Central Europeo ha comprado bonos públicos y privados que suman más de un billón de euros.
El Banco Central Europeo está encargado de que los precios crezcan por encima del cero por ciento anual, pero no lo consigue. Ya nadie se acuerda de los tratados de Maastricht y Lisboa. “Hemos violado todos los tratados europeos porque queríamos salvar la zona euro”, dijo Christine Lagarde al Wall Street Journal el 17 de diciembre de 2010, cuando era ministra francesa de Economía.
El fantasma de la deflación ha invadido la Unión Europea. La economía europea se resume en la santísima trinidad: paro, recesión y deflación. En el papel de sumo sacerdote podríamos añadir los tipos de interés negativos para dejar claro que en Europa no hay nada que no esté en negativo.
En el segundo semestre, el PIB de la zona euro cayó un 12 por ciento, el consumo se ha reducido otro 12 por ciento y 5,7 millones de puestos de trabajo se han esfumado.
Hace un mes se comentaron mucho las palabras del presidente del Deutsche Bank, Christian Sewing, sobre la multiplicación de “empresas zombis” en Europa. No es nada nuevo: la inundación de dinero fiduciario ha permitido a los bancos mantener vivas a empresas quebradas y las ayudas públicas implementadas recientemente han agravado el problema.
Con el pretexto de la pandemia, los países europeos han suspendido las quiebras y suspensiones de pagos de las empresas. Los bancos rescatan a las empresas con el agua al cuello y luego el Banco Central Europeo rescata a los bancos. En Alemania calculan que una de cada seis empresas es un muerto viviente.
De todas maneras hay que tener en cuenta dos fenómenos:
1- La inflación se calcula teniendo en cuenta productos como los automóviles, de los cuales hay unos 200.000 sin encontrar demanda solvente, y como en toda crisis de superproducción capitalista, los precios bajan «porque alguien ha producido de más y todos los productores tienen que asumir esa bajada de manera corporativa». Hoy en día puedes conseguir una rebaja de 300.000 euros en la compra de un coche o más, pero son productos que no suelen estar al alcance del proletariado. Sin embargo, otros precios que realmente afectan al proletariado, como la electricidad o las verduras, tienen otro comportamiento. También se incluyen productos como los paquetes turísticos o las pernoctaciones de hoteles, hoy casi inexistentes.
2- La restricción de libertades ha reducido la velocidad de circulación del dinero, y el consumo mismo. La casi eliminación despótica de los sectores del ocio, turismo, restauración y, para qué engañarnos, los recortes traumáticos en sanidad y educación estatales, parecen encaminados a aumentar la plusvalía del obrero a base de plustrabajo absoluto, pues eliminando parte de sus gastos, se eliminan parte de sus costes, bajando así el trabajo necesario para su reproducción. Esta burguesía imperialista americana que nos subyuga está tan chalada que no me parece desscabellado pensar que hayan concebido encerrar a la población como medida para contener la inflación, en el plano económico, y contener la reacción del proletariado en el plano social; a la par que se desmantelan los sistemas sanitarios estatales aprovechando la confusión, los cuales datan de la homologación de sistemas de producción capitalista de Breton Woods ( 1945 ) y que ya ha quedado obsoleta.
Si baja la producción y se imprime más moneda, lo lógico es que la inflación corrija esa descorrelación.