¿Qué hacer? ¿Reprimir a quien, a fin de cuentas, eran sus propios hijos que, como se dice por estos pagos, les «han salido rana»? ¿Será un sarampión pasajero propio de adolescentes encelados? La solución, según algunos limas, no consistió en acabar con el movimiento a las bravas, sino en transformarlo, despojándolo de todo activismo político. Okey, pero ¿cómo? Pues desactivándolos metiendo de matute «filosofías» y conductas supuestamente disolventes con el «statu quo» convencional y el orden burgués ergo: aburrido; en una palabra: ser «antisistema». Lo que no está tan claro es quién propició las demostraciones «antisistema», es decir, si no fue el propio «sistema» quién las promocionó creando lo que hoy llamaríamos una «disidencia falsa». Y aquí, lo sentimos, como «conspiranoicos» incurables que somos, amén de aguafiestas, dejamos caer que fue la CIA, por aquellos años, junto con los servicios secretos ingleses, quienes se pusieron «fashion» y manos a la obra creando la «New Age» (Nueva Era) y demás corrientes pseudoespirituales.
La finalidad de esta operación de largo alcance era introducir dentro del movimiento juvenil rebelde y travieso, o por qué no, revolucionario, tres nuevos elementos: las creencias esotéricas, mágicas y ocultistas; el consumo masivo de drogas y «petas» y -y aquí me juego el tipo, lo sé- la aceptación del nuevo sonido del «rock and roll».
¿Cómorrrrrr?, que diría Chiquito, que cuando escuchaba «Nights in White Satin» de The Moddy Blues, ¿estaba mordiendo el anzuelo que me tendía el «sistema» y yo dándomelas de melenudo rebelde y «antisistema»? Pues, a tenor de lo hasta aquí escrito, nos tememos que sí. ¿Y esto es grave, doctor? («what’s matter, doc»?) No es grave en tanto en cuanto no elegimos las condiciones sociales y medioambientales al nacer, pero peor sería ignorarlas con el tiempo, aunque la verdad sea desagradable. Que tampoco lo es tanto, ni mucho menos, al menos para quienes somos hijos del «Rhythm&Blues», lo mamamos y no renegamos. Podríamos decir que, si su intención era lavarnos el cerebro («brainwashing»), les salió el tiro por la culata a los aprendices de brujo. Aparte de que, como se dice ahora, es lo que hay.
Y lo que había era que sus planes parecieron tener éxito. La música rock se transformó en un fenómeno juvenil de masas; las drogas se convirtieron en algo habitual en las campus universitarios estadounidenses y las filosofías y sectas orientalistas -hasta los más jóvenes tendrán noticia de los «Hare Krishna» o el Templo del Pueblo y sus túnicas de color naranja-. Es la época de lo «contracultural», los grandes festivales de música, Woodstock, Wight, y, por supuesto, el movimiento hippie.
Se promocionaba, además, de la «cultura de los alucinógenos», a gentes como Alan Watts, un experto en religiones orientales y un defensor del uso místico del LSD con la finalidad de descubrir «nuestro yo interno». Watts también fue uno de los fundadores de la Pacific Foundation, la cual patrocinó a la WKBW en San Francisco y la -en la costa opuesta- WBAI-FM en Nueva York, las dos primeras emisoras de radio en promover el sonido rock and roll de los Rolling Stones, Los Beatles y Los Animals. Las mismas emisoras popularizarían luego al «acid rock» y el «punk rock».
Gregory Bateson, entre otros que irán saliendo en otra entrega, trabajó como antropólogo para la OSS, la agencia de inteligencia estadounidense anterior a la creación de la CIA. (como dato curioso diremos que, por ejemplo, el padre del actor Denis Hooper, que produjera con escasísimo presupuesto, dirigiera e interpretara, junto con Peter Fonda, Jack Nicholson y una impagable Karen Black, la mítica película de 1967 «Easy Rider», trabajaba -su padre, digo- para la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), en China, precursora de la CIA, como ya se dijo. El pintor Jaspers Johns combatió contra la Corea comunista, por no hablar del «expresionismo abstracto» de Jacson Pollock tutelado y financiado por la CIA en los años 60 en plena «guerra fría» en el campo cultural ). Más tarde, Bateson, se haría cargo de la dirección de la clínica experimental de drogas alucinógenas del hospital de veteranos de guerra de Palo Alto, de donde saldrían los primeros ideólogos del «hipismo».
Pero, de todos, el más célebre y famoso, fue, sin duda, Timothy Leary (1920-1996) quien empezara su «carrera», digamos así para entendernos, como director de investigación psiquiátrica en la Fundación de la Familia Kaiser (1955-1958), y luego profesor de psicología en la Universidad de Harvard (1959-63). Asociado a Richard Alpert comenzó un programa en 1960 de investigación conocido como el Proyecto Harvard (en los EE. UU. , siempre que sale la palabra «Proyecto», es para echarse a temblar) Psilocibina fundado junto a Aldous Huxley, de quien trataremos posteriormente. El objetivo fue analizar los efectos de la psilocibina en seres humanos (los prisioneros de Concord y más tarde, los estudiantes -siendo él profesor- de la Andover Newton Theological Seminary, como suena) utilizando una versión sintetizada de la droga, entonces legal, de setas alucinógenas como la Psilocybe mejicana. Les expulsaron, aunque los alumnos sabían lo que pretendía, es
decir, no fueron meras cobayas. El compuesto se produjo de acuerdo con un proceso desarrollado por Albert Hofmann de Sandoz Pharmaceuticals, famosa para sintetizar LSD. Empezaba la psicodelia con Ginsberg y compañía que se unieron de buena gana a la «movida».
Hofmann descubrió por casualidad en un laboratorio de la Sandoz el ácido lisérgico en 1943, pero fue Leary el gurú del LSD siendo su mayor difusor en los años sesenta. Su lema: «turn on, tune in, drop out», o sea, enchúfate (enrróllate, diríamos hoy), sintonízate, (me va la marcha, tío, se diría hoy) y abandónate (déjate llevar, no te comas el koko, diríamos), esto es, la expansión de la mente (otros dirían «adulteración» de la misma mediante sustancias artificiales) El gran Frank Zappa diría, sin que se le hiciera mucho caso, que las drogas sólo sirven para esconderse, y a mí, (o sea, a él) «no me gusta ni esconderme ni la gente que se esconde». Quien lo diría del bueno de Zappa con esas pintas…
Leary se entusiasmó con la variante hedonista del producto que asoció pronto con conurbaciones místicas y orientalistas convirtiéndose, fuera del ámbito universitario, en el gurú, ya se dijo, de la cultura psicodélica. Escribió libros mezclando cuelgues con filosofía tibetana (algo siempre atractivo por lo «exótico»). Fue detenido varias veces y hasta Nixon le declaró «el hombre más peligroso de Estados Unidos». En 1969 se une a la protesta de John Lennon y Yoko Ono en la cama («bed-in»; «sit-in» serían las «sentadas» estudiantiles en los campus que llegarían al tardofranquismo) participando en la grabación de «Give Peace A Chance». No sabemos si «Lucy In The Sky With Diamonds» estaba compuesta bajo los efectos del LSD, pero los «Pretty Things» compusieron la más directa «LSD». O «The Seeker» (El Buscador) de los Who. O el musical «Hair» (cabello, pelo). O, apurándonos, el «Come Together» (vamos juntos) de Lennon como himno que acompañaba la campaña de Leary para gobernador de California teniendo como contrincante a ¡¡Ronald Reagan!!
Tiempos apoteósicos, donde fumarse un porro, un canuto, era lo más «in», y liberador. Pero el Sistema que fungía de «Antisistema» iba a suministrar la droga al hipismo, por ejemplo, mientras, por otro lado, lo desacreditaba y desprestigiaba asociando al hippy con un ser idiotizado y abúlico sobre la del joven comprometido con su tiempo, que era precisamente el objetivo («target»). Eso cuando no se les asoció a la imagen de un Charles Manson y su «familia» de aspecto «hippi» y desaseado asesinando a, en su jerga, «pigs» (cerdos) como la actriz Sharon Tate, esposa del director Roman Polanski. Igual la cosa da para una entrega más de este sin duda apasionante relato.
Buenas tardes.