En una reunión tras otra, la corrupción sigue siendo el tema estrella de los dirigentes que, como en España, únicamente alcanzan a hablar sobre ella y de la “lucha” contra ella. Desde la llegada al poder en 2013, la campaña lanzada por Xi Jingping ha llevado a la cárcel a cientos de miles de afiliados, “tigres” y “moscas”, grandes jefes y pequeños cuadros.
La lucha contra la corrupción es de tal envergadura que ha bloqueado cualquier otro debate. El país está paralizado. Ante el temor de ser acusados de corrupción, los funcionarios están paralizados. Las reuniones, los regalos, los gastos, los viajes, los proyectos, las cenas… Todo está bajo sospecha. La dirección quería dar pasos aún más decididos en la misma línea que las demás potencias capitalistas: reconversión, privatización, desregulación, apertura al exterior… No ha podido llevar a cabo nada de eso porque el PCCh está completamente paralizado.
La lucha contra la corrupción es la excusa perfecta para depurar a los viejos y que lleguen los nuevos, los fieles e incondicionales a Xi Jingping, por lo que como en cualquier otro país capitalista, los periodistas hacen quinielas sobre los que salen y los que entran.
Xi ha descrito al Partido Comunista de China como un “arma mágica”. Pronto cumplirá un siglo de historia, tiene casi 90 millones de afiliados, el doble que toda la población española. Sin embargo, su presencia en la sociedad es ínfima en la actualidad. Como en cualquier otro país capitalista, es más bien un aparato del propio Estado, una organización burocrática, que reúne en sus filas a los dirigentes centrales y locales de las instituciones públicas.
La magia de los “comunistas” chinos es muy vieja. No engaña a nadie. Lo mismo que la dirección política en Rusia, el Partido Comunista de China es de ideología nacionalista, muy condicionado desde su misma fundación por el vasallaje colonial impuesto a China desde comienzos del siglo XX y ahora por asegurarse las mejores relaciones posibles con los vecinos, especialmente en la cuenca del Pacífico y Asia central.
A los “comunistas” chinos les retratan acuerdos como el que firmaron solemnemente en 2013 con María Dolores de Cospedal, la secretaria general del PP español, por el que ambas organizaciones iniciaron un diálogo característico: los españoles se comprometían a no intervenir en los “asuntos internos” de China y a cambio los chinos se encargaban de todo lo demás, es decir, de favorecer la cooperación en los ámbitos económico, comercial, científico, tecnológico y cultural.