Los incendios son muy frecuentes en Australia, hasta el punto de que al verano austral lo llaman allá la “temporada de incendios”. Son devastadores y desde 1851 han costado la vida a unos 800 australianos (1).
En otra entrada ya hemos hablado aquí de la “lucha del fuego contra el fuego” que desde hace 40.000 años llevan a cabo los pueblos aborígenes australianos. Es una técnica agraria que consiste en quemar los matorrales y esparcir las cenizas por el suelo para fertilizarlo. Hace más de 2300 años Jenofonte describió la quema de restos agrícolas en el capítulo 18 de su libro sobre economía: “Si se dejan los rastrojos en el suelo, fertilizan después de quemarlos; si se añaden al estiércol, aumentan la masa de fertilizante”.
En inglés la llaman “burning over” y en francés es aún más característico (“écobuage”, “brûlis”) porque expresa su objetivo ecológico. Lamentablemente, ahora estas prácticas ancestrales han acabado prohibidas por motivos… ecológicos. Históricamente los incendios en el medio rural mejoraban el ecosistema; ahora dicen lo contrario: que lo destruyen, que aumentan las emisiones de CO2…
En Australia la temporada de incendios se extiende de julio a octubre en el norte y de enero a marzo en el sur. Para prevenirlos, la Oficina de Meteorología proporciona pronósticos de las zonas de riesgo y los gobiernos locales lo califican diariamente en una escala que se coloca a la entrada de los parques y en las carreteras.
Lo mismo que a las tormentas tropicales, a los incendios australes les ponen un nombre: el del día de la semana en que se inician. Los más conocidos son el incendio del 6 de febrero de 1851 (Jueves Negro), en el que 5 millones de hectáreas se consumieron en el estado de Victoria, matando a 12 personas. El de 1983 se llamó Miércoles de Ceniza, el de 2001 la Navidad Negra y el de 2009 Sábado Negro.
Si en el incendio actual han muerto 27 personas, el del Sábado Negro causó 173 víctimas. Si el incendio actual ha arrasado 10 millones de hectáreas, el de 1974 arrasó diez veces más: 117 millones, lo que equivale al 15 por ciento de la superficie del continente.
Los incendios no se producen por causas naturales, salvo muy pocas excepciones. El clima, el viento o la sequía no son la causa de los incendios. La naturaleza sólo pone el combustible y las condiciones para que el hombre los provoque, por negligencia o deliberadamente. El año pasado la policía australiana detuvo a 183 personas acusadas de causar incendios deliberadamente.
En el último siglo la población australiana se ha multiplicado por cinco y se ha expandido. Las áreas rurales o bien permanecen abandonadas o bien su mantenimiento es desastroso por varios motivos. Los nuevos colonos no conocen las prácticas tradicionales, ni saben controlar un fuego. Las políticas seudoecologistas impiden alterar las condiciones ambientales.
En España se habla de incendio forestal o de que el monte se quema, pero Australia es diferente porque los matorrales ocupan 800.000 kilómetros cuadrados, es decir, dos veces la superficie de España. Allá los incendios son arbustivos y resultan fundamentales para prevenir otros mayores.
Australia es un país colonizado y los incendios siempre han formado parte de la política de colonización de nuevas tierras o del cambio forzoso del régimen de propiedad de las mismas, como ocurrió en España tras la desamortización.
En el continente austral la naturaleza pone varias condiciones imprescindibles para que los incendios sean devastadores. La primera son las olas de calor periódicas. En enero de 1896, por ejemplo, durante semanas el calor fue tan sofocante que la gente tuvo que huir en trenes especiales. En enero de 1939 tuvo lugar la ola de calor más extrema que ha golpeado el sudeste de Australia, con 71 personas muertas sólo en Victoria. En enero de 1960 se alcanzó un récord de temperatura de 50,7°C en Oodnadatta.
No obstante, la temperatura en Australia no crece como pretende la seudociencia. Según la Oficina Australiana de Meteorología, la media en el continente sólo ha aumentado en un grado centígrado desde el comienzo de la era industrial. Las olas de calor van y vienen, como las del mar.
Por lo demás, es un error común -muy extendido- equiparar calor con sequía y el incendio de 1974 es el mejor ejemplo de ello, ya que su origen estuvo en una exuberante vegetación debida a las fuertes lluvias de los dos años anteriores, que dejaron los suelos con un combustible muy abundante.
Pero hay más: aunque los dos últimos años (2018 y 2019) han sido secos, los últimos 40 han sido más húmedos que los 70 años anteriores. El último medio siglo ha sido mucho más húmedo que la primera mitad del siglo XX.
Por lo tanto, las cosas ocurren al revés de lo que quieren hacer creer: el riesgo de incendios devastadores aumenta cuando hay más precipitaciones durante la temporada de crecimiento de la vegetación que precede a la temporada de incendios.
En materia de incendios no se puede olvidar nunca lo más importante: como ya expusimos en otra entrada, cada año los incendios arrasan -sobre todo- el hemisferio sur y, más en concreto, África y la Amazonia. En el Continente Negro ocurren el 70 por ciento de todos los incendios que hay en el planeta (2).
Para acabar, otra observación que consideramos interesante: por más que los seudoecologistas se empeñen en decir lo contrario, en el mundo cada vez hay menos incendios, especialmente en Europa. Los datos satelitales muestran que en los últimos años se ha quemado un 18 por ciento menos de superficie a causa de los incendios (3). Pero sobre el cuento de los “fenómenos meteorológicos extremos” también hicimos otra entrada, a la que nos remitimos.
(1) http://home.iprimus.com.au/foo7/firesum.html
(2) https://earthobservatory.nasa.gov/images/145421/building-a-long-term-record-of-fire
(3) https://science.sciencemag.org/content/356/6345/1356
Mapa de los incendios en el mundo el 8 y 9 de enero de este año |
Más información:
— Fuego contra el fuego: el gran incendio de Australia
— La cultura del fuego en Australia: los colonos no quieren aprender de los colonizados
— Los incendios forestales son un nutriente importante en los cultivos de África, la Amazonia, los trópicos y los océanos
— Los mitos de la seudoecología que provocan pánico: los acontecimientos meteorológicos extremos