El simil es correcto. Mauricio Macri, el estafador, el sinvergüenza, el felón, deambula por la Casa de Gobierno conocida como La Casa Rosada sin rumbo hacia ninguna parte.
Hace pocos días una misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), ese banco de trileros ha estado en Argentina, y se ha encontrado con un presidente noqueado, que carece de toda legitimidad democrática y al que todos han abandonado. Como en el caso del emperador no encuentra quien le de una puñalada para acabar con ese Calvario.
Pero la cosa es seria. Es la primera vez en la historia argentina que un presidente de derecha gana unas elecciones, y llega al poder de forma democrática. ¿Qué ha pasado?
No es fácil responder a esa pregunta.
En diciembre de 2015, el estafador Macri asumió la primera magistratura y recibió un país que no tenía deuda externa. El gobierno anterior presidido por Cristina Fernández, viuda del presidente Néstor Kirchner, había llegado a un acuerdo de pago con los acreedores, luego de la presidencia de Fernando «chupete» de la Rúa, y mediante una serie de quitas y supresión de intereses, consiguió liquidar la deuda.
En tan solo tres años, el estafador Macri, consiguió que Argentina pasara a ser el país más endeudado del Mundo, debiendo más de trescientos mil millones de dólares, una cantidad imposible de devolver, y absolutamente imposible de liquidar si se le suman los intereses.
Lo grave de la deuda, no es ella en si misma, sino que esa deuda jamás se invirtió en algo productivo para el país. Se cerraron miles de empresas dejando en la calle a sus trabajadores, tres de cada cuatro niños pasan hambre, se han recortado los gastos en educación, sanidad, vivienda, investigación, industria, y se ha llevado a la desesperación aun país con una inflación del 53 %, y con una tasa de interés en los préstamos bancarios para el descuento de papeles de comercio que llega al 75 %. ¿Qué empresas pueden pagar esos intereses?
Pero la pregunta es ¿dónde está el dinero de esos préstamos? Ahora si la respuesta es sencilla. Ese dinero simplemente ha sido robado a los argentinos por la pandilla de psicópatas que han tenido en sus manos el gobierno de la Nación Argentina.
¿Como es posible que en el país de la carne no haya comida? ¿Cómo es posible que en el país que produce grano y alimentos para exportar grandes cantidades, haya gente que viva en las calles, bajo puentes y sin poder comer tres comidas al día?
El próximo gobierno deberá resolver esto, pero mientras tanto se está pidiendo que el (des)gobierno declare la emergencia alimentaria. ¿Qué significa esto? Nadie lo sabe, pero es la expresión que viene ganando las calles de Argentina, y hasta tanto llegue ese momento mágico, funcionan las ollas populares, que intentan paliar las necesidades más primarias de los argentinos.
Sin duda la banda de delincuentes que se hizo cargo del gobierno en diciembre de 2015, conectó bien con la enorme, crédula y estúpida clase media nacional, con la simple promesa de una «lluvia de inversiones» extranjeras que traerían el maná. Ya Carlos Menem en la década de 1990, utilizó una expresión propia de trileros para ganar las elecciones: «siganme que no los voy a defraudar», y los defraudó. Pero Menem era un chico de pecho comparado con el gobierno delincuencial de Macri.
El seguro ganador de las elecciones de octubre próximo será Arturo Fernandez con Cristina de vicepresidente. Tienen varios caminos a seguir: Desconocer la deuda aplicando la teoría de la «deuda odiosa», que es aquella que no ha sido contraida en beneficio del pueblo, renegociar la misma deuda, con enormes quitas y no pagando intereses, aplazar los pagos a muy largo plazo (el gobierno de los ladrones ha emitido pagarés a cien años vista), declarar el país en quiebra, o renegociar esa misma deuda con los acreedores, que saben que nunca van a recuperar lo que prestaron. Todas estas salidas requieren un estado fuerte, muy bien apoyado por las grandes mayorías, y sobre todo abandonar para siempre la receta liberal, que lleva solo al hambre y la ruina a un país que tiene todo para dejar de ser la cenicienta. Hace falta voluntad política y coraje. El apoyo de las grandes mayorías ya lo tiene.