El 26 de marzo de 2008 se apagó la vida del legendario jefe guerrillero, uno de los grandes protagonistas de la historia política de la mitad del siglo veinte y de los dos primeros lustros del siglo veintiuno. Toda una leyenda que fue “dado de baja”, casi en un centenar de ocasiones, en los comunicados del Ejército y en los titulares de la “gran prensa”, durante más de medio siglo de conflicto.
Fue el sueño permanente de la oligarquía colombiana y de la cúpula militar, que siempre quisieron tener en su poder el cuerpo abatido de “Marulanda” para exhibirlo en señal de victoria y como trofeo de guerra. No lo lograron. Cerró los ojos en algún lugar del Huila o del Meta, quizás cerca del histórico Guayabero, donde estuvo antes del infarto cardiaco que le quitó la vida, poco antes de cumplir ochenta años. Estaba acompañado de Sandra, su compañera, y de su guardia personal de curtidos guerrilleros y guerrilleras.
Las muertes de Tirofijo
El comandante “Marulanda” contaba que en varias ocasiones estuvo cerca de morir en desarrollo de combates con la Fuerza Pública o de operativos militares. Siempre lo buscaron con desespero por tierra, aire y agua, pero en realidad en muy pocas veces pudieron conocer su ubicación. El 9 de diciembre de 1990, cuando el ataque a la sede del Secretariado en el gobierno de César Gaviria Trujillo, el mismo día en que se elegían los integrantes de la Asamblea Nacional Constituyente a la cual el gobierno esperaba que las FARC-EP concurrieran, el jefe guerrillero se desplazó con agilidad entre las montañas, eludiendo el cerco militar; los helicópteros que transportaban tropas para dejarlas en una de dos montañas, escogieron justo en la que no estaba “Marulanda”, de haber ocurrido, el peligro hubiera sido inminente. Pero siempre sobrevivió a los avatares para contar la historia, una de ellas la de “Las muertes de Tirofijo”, que fueron más de cien las que se inventaron y convirtieron en leyenda.
Su muerte fue tranquila. Los últimos años habían sido duros por la guerra de la “seguridad democrática” uribista. Tras la ruptura de los diálogos del Caguán no hubo sosiego, el asedio militar fue permanente, casi no tuvo condiciones para estar mucho tiempo en un mismo sitio. Tampoco el jefe de las FARC-EP vivió en las condiciones que describió Luis Carlos Restrepo. Según el Alto Comisionado de Paz del gobierno de Uribe Vélez, “Marulanda” estaba solo, sin comida, en la profundidad de la selva y hasta con el uniforme roto. Todo lo contrario, estuvo acompañado por Sandra y su gente, permaneció en los mismos sitios por los que anduvo siempre, rodeado de sus animales y con abundante comida. De alguna manera desafió a los que lo persiguieron toda la vida con la intención de capturarlo o matarlo.
Su vida
Nació en Génova, Quindío, el 12 de mayo de 1928. Desde niño le gustó trabajar en el campo y deambulaba de un lado para otro, siempre apoyándose en sus familiares. Nunca perdió su acento, su modestia y malicia campesina. Cursó cinco años de primaria y en política fue un autodidacta, aprovechando su relación con las organizaciones agrarias, populares y su formación comunista y revolucionaria. “En la guerrilla aprendí de todo”, dijo alguna vez.
Le tocó vivir el 9 de abril en Ceilán, Valle del Cauca, donde fue testigo de la violencia de los conservadores que asesinaron a decenas de liberales y opositores a la dictadura conservadora, algunos, familiares suyos. Esa realidad lo acercó a las organizaciones agrarias de la época que resistían a la violencia de los terratenientes y latifundistas. Así se incorporó a la guerrilla liberal y a la comunista después.
En la década de los años cincuenta llegó al sur del Tolima, bastión histórico de las luchas agrarias y guerrilleras, donde trabó amistad con Jacobo Prías Alape y otros dirigentes comunistas. Así resultó involucrado en la lucha agraria y popular, que hizo historia en la resistencia armada del Davis y años después en Marquetalia y otras regiones del sur del país.
Se convirtió en “Manuel Marulanda Vélez”, nombre que adoptó en una Escuela de Cuadros del Partido Comunista, en homenaje al destacado dirigente sindical comunista, asesinado por los organismos de inteligencia del Estado en 1950. “Así me bautizaron políticamente […] Así me quedé y así continuaré. Aunque en la fe de bautismo y en la cédula sigo siendo Pedro Antonio Marín”, le dijo al escritor Arturo Alape. Fue el arranque para un revolucionario que se convirtió en una gran personalidad de la historia colombiana.
La lucha por la paz
“Manuel Marulanda Vélez” dirigió la resistencia armada campesina, orientó el asentamiento en Marquetalia y otras regiones agrarias, luego de la agresión militarista e imperialista condujo la primera Conferencia Nacional Guerrillera del Bloque Sur, en 1965, que abrió el camino para que en la Segunda Conferencia Nacional Guerrillera, en 1966, se fundaran las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Fue un guerrillero de todos los tiempos.
Sin embargo, entendió que la lucha armada era en clave de paz. En ese camino, la búsqueda de la solución política dialogada para remover las causas del conflicto, era parte del accionar político y militar guerrillero. Así lo concibió el jefe de las FARC-EP y lo dejó consignado en una frase lapidaria: “La paz es una bandera de los revolucionarios”. Sin duda, no hubiera vacilado en avalar la consolidación del proceso de paz de La Habana y en suscribir el Acuerdo Final.
Pedro Antonio Marín o “Manuel Marulanda Vélez” fue un hombre de la pura entraña popular. Un campesino que jamás dejó de serlo, vivió y actuó siempre como tal. Humilde, modesto y de buen trato. Jamás gritó o insultó a alguien. Reconocía que a todas las personas había que respetarles su dignidad.
En el Caguán, durante los diálogos en el gobierno de Pastrana, duró varios días consternado porque su perro siberiano que siempre lo acompañaba, mataba a las gallinas de las fincas vecinas a su campamento. Estaba apenado con los finqueros y siempre les pagaba los daños como cualquier buen ciudadano. O cuando detectó que la debilidad y el aislamiento político del presidente Andrés Pastrana ponía en peligro el futuro de los diálogos de paz, en reunión con los jefes de los partidos políticos, les rogó para que le dieran su apoyo al mandatario porque de lo contrario no podría soportar la presión para la ruptura de los mismos.
Era muy hospitalario y se preocupaba de cada detalle para que sus invitados la pasaran bien en las incomodidades de un campamento guerrillero, bajo el asedio del fuego enemigo.
“Manuel Marulanda Vélez” fue el guerrillero más antiguo del planeta, pero también el que sentó las bases para que las FARC-EP llegaran hasta la firma de la paz con democracia y con justicia social.