Una fórmula para medir la dependencia de los medios de comunicación de un país respecto a las grandes fabricantes de noticias es identificar cuántos minutos tardan los primeros en reproducir los reportajes del segundo. El diario El Confidencial o La Sexta TV han reproducido una supuesta investigación que atribuye a Bachar Al Assad la autoría de ser el principal camello de Medio Oriente.
«La droga del DAESH»
Esta droga, de la que hemos hablado varias veces aquí, cuyo nombre químico es la Fenetilina, es un co-fármaco de la anfetamina y la teofilina, fabricado en Alemania durante la década de los 60 y que se administraba a adolescentes hiperactivos. Después su uso decayó, y lo que se conoce ahora por captagon (que fue su nombre comercial) es una mezcla de fenetilina, anfetaminas, cafeína y varios rellenos.
En octubre de 2015, un miembro de la familia real saudí, el príncipe Abdel Mohsen Bin Walid Bin Abdulaziz, y otras cuatro personas fueron detenidos en Beirut por cargos de tráfico de drogas después de que la seguridad del aeropuerto descubriera dos toneladas de pastillas de fenetilina y algo de cocaína en un avión privado que tenía previsto partir hacia Riad, la capital saudí.
El mes siguiente, France-Presse informó que las autoridades turcas habían incautado dos toneladas de fenetilina (unos once millones de pastillas) en varias redadas en la región de Hatay, en la frontera con Siria. Las pastillas se habían producido en las zonas controladas por el Califato Islámico y se estaban enviando a países de los estados árabes del Golfo Pérsico. En algunos círculos académicos llegó a llamarse al Captagon como «la droga del DAESH».
La campaña de desinformación contra el gobierno sirio
Pero tras la caída del gobierno sirio en manos de los grupos yihadistas, y con objeto de dar un mayor barniz de mierda al «régimen» de Assad (porque nunca se hablará del régimen de Sanchez, de Biden o de Starmer), el New York Times activó sus células durmientes desinformativas para contarnos la historia exactamente al revés.
De ser una droga que ha servido para financiar el terrorismo contra los países del Eje de la Resistencia, igual que lo fue en su día el caso Irán-Contra, el medio norteamericano ha tocado la campana y ha pasado a contar una truculenta historia en la que Assad era algo así como el Pablo Escobar de Siria.
En diciembre de 2022 el Senado norteamericano aprobó la llamada Ley de Lucha contra la Proliferación del Tráfico y la Obtención de Narcóticos de Assad o la Ley Captagon, que tras las evidencias que señalaban su uso y proliferación por parte del Califato Islámico, serviría para echar tierra encima e incluir en esa ley una campaña de comunicación pública dirigida a vincular al gobierno sirio con esta droga. A partir de entonces se publicaron extensos «reportajes» en la CNN, en el Wall Street Journal y en otros tantos panfletos.
El objetivo no era interrumpir la producción de esta droga, sino desviar la atención, porque la realidad es mucho más compleja.
Una droga barata
En enero de 2022, las autoridades aduaneras de Líbano incautaron varias toneladas de captagon escondidas en un cargamento de té. Se suponía que los productos pasarían a través de África hasta Arabia Saudita, el principal consumidor mundial de la droga. Poco a poco, esta sustancia prohibida se extendería más allá de Medio Oriente y se comenzó a volver popular en Europa e incluso en Malasia, donde el año pasado se interceptó un lote récord de 95 millones de tabletas.
La fabricación del captagon es extremadamente económica y fácil de producir. En Arabia Saudita, una tableta cuesta alrededor de 14 dólares y en Siria su precio puede ser inferior a un dólar. Es una droga con una demanda constante, especialmente en las monarquías del Golfo Pérsico, donde apareció por primera vez en los años 80.
Debido a la guerra en Siria y el Líbano, se crearon las condiciones para la producción a gran escala de captagon: mano de obra barata, una enorme “zona gris” y un deseo general de ganar dinero en un contexto de caída de los ingresos debido al colapso económico y las sanciones.
Tras ser introducida como una droga que licua las facultades mentales de los militantes de las organizaciones terroristas en Siria, tras la aprobación de la Ley Captagon en Estados Unidos, muchos medios también quisieron incluir a Hezbollah como el principal beneficiario del comercio de estas tabletas. Si bien no puede descartarse que la organización libanesa no gane dinero con la venta de sustancias prohibidas, en modo alguno puede convertirse en ningún monopolista aunque quisiera, y lo mismo respecto al Ejército Árabe Sirio.
El captagon y la OTAN
De hecho, fue alguien tan poco aliado del gobierno sirio como la Unión Europea quien alertó en 2013 del papel que uno de los miembros del bloque comunitario tenía en la producción de esta droga.
Bulgaria es un importante productor de captagon y un país de tránsito para el tráfico de cocaína hacia Europa Occidental y Oriente Medio. El número de búlgaros implicados en el tráfico de cocaína ha ido en constante crecimiento, según el Informe sobre los Mercados de Drogas de la UE de ese año, publicado por el Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías en cooperación con Europol.
Desde 2011, el captagón comenzó a prepararse en ese país en un laboratorio de la OTAN. Según la agencia de noticias rusa Ria Novosti, este fármaco desempeñó un papel importante en la «primavera árabe». Su uso explica en parte «el fervor de las multitudes en Túnez, Egipto y Libia». También se distribuyó entre los manifestantes de la plaza Maidan (Kiev) y entre las ex fuerzas ucranianas.
La operación captagon tiene todos los tintes de una compleja operación en la que los Estados Unidos, principalmente, están haciendo de esta droga la quinta columna de las adicciones, como lo fue en otro tiempo la heroína en otras zonas del planeta, y en la que el complejo mediático norteamericano ya está comenzando a preparar a la población para una operación de guerra que va a traer ríos de tinta.