No son sólo alcohólicos, drogadictos o enfermos mentales. En Estados Unidos siempre hubo drogadictos, alcohólicos y enfermos mentales sin tener miles de familias viviendo en la calle. Un indicio de lo que ha cambiado es que los sin techo -una minoría de la totalidad de los pobres- lo son a pesar de que el 64 por ciento de ellos tiene trabajo, algunos incluso dos, pero según los criterios gubernamentales continúan siendo pobres a causa de los bajos salarios.
La falta de vivienda convierte al sueño americano es una verdadera pesadilla para los más pobres, y especialmente para los niños. Cada día y cada noche. Según un informe publicado en noviembre por el National Center of Family Homelessness (Centro Nacional de Familias sin Vivienda) en Estados Unidos hay dos millones y medio de niños que carecen de vivienda. Uno de cada treinta viven en la calle, en garajes, furgonetas, tiendas de campaña u otros lugares precarios.
«Los niños han sido invisibles pero son la nueva cara de los sin techo», asegura la doctora Carmela DeCandia, directora del Centro Nacional de Familias sin Vivienda y coautora del informe, que habla de «proporciones de epidemia». Según el informe, en Estados Unidos los índices de pobreza han crecido un 8 por ciento entre 2012 y 1013 y sus efectos a largo plazo sobre la infancia pueden ser devastadores. Casi una cuarta parte de los niños que carecen de vivienda padecen perturbaciones intelectuales, emocionales o conductuales, un porcentaje que en edades escolares alcanza el 40 por ciento.
Las organizaciones que trabajan con los sin techo coinciden al diagnosticar las causas, especialmente el impacto de la crisis económica, que ha disparado a un 85 por ciento el número de menores sin hogar. Además, influyen la creciente desigualdad y la elevada tasa de pobreza.
El problema es particularmente grave en California, que tiene una octava parte de la población de Estados Unidos y que representa más de una quinta parte de los niños sin hogar, con una cifra de casi 527.000. Una de estas familias sin hogar es Gina Cooper y su hijo, de 12 años de edad, que tuvieron que abandonar su hogar en 2012, cuando su salario de menos de 10 dólares, insuficientes para pagar el alquiler de una vivienda. Después de unos meses como nómadas, encontraron refugio y apoyo en Hogar y Esperanza, un programa interreligioso en Burlingame, California, y se quedaron allí cinco meses.
«Fue un momento doloroso para mi hijo», dice Cooper. «En el camino a la escuela lloraba: ‘No me gusta esto'», sollozaba.
Según Shahera Hyatt, director del Proyecto de la Juventud sin Hogar de California, el principal problema es el elevado nivel de vida, junto con una vivienda asequible insuficiente. «Los adolescentes corren el peligro de caer en el intercambio de sexo por un lugar para quedarse porque están tan sumidos en sus necesidades de supervivencia del día a día».