Cómo la IA está socavando las bases del capitalismo y puede ser su tumba: el caso Telefónica

La Inteligencia Artificial permite sustituir trabajo humano intelectual y creativo, no solo manual. Esto, que parece la culminación del sueño capitalista -producción con costos laborales tendiendo a cero-, encierra sin embargo una contradicción insalvable.

El pasado mes de noviembre se hicieron públicas las cifras de la mayor catarata de despidos en la historia que el Grupo Telefónica pretende efectuar en los próximos meses. La propuesta inicial afectaba a 6.088 trabajadores (aproximadamente el 24% de la plantilla en España), distribuidos en siete divisiones del grupo.

Tras las primeras negociaciones, la empresa ha propuesto reducciones menores en algunas filiales, como una bajada del 5% en Telefónica S.A., Telefónica Innovación Digital y Telefónica Global Solutions, lo que situaría el total en torno a los 5.998 empleados. Los recortes más significativos se concentran en Telefónica de España y Telefónica Móviles.

Telefónica enmarca este ERE dentro de su plan estratégico para lograr «eficiencia», liberar recursos (3.000 millones de euros para 2030) y reducir su elevada deuda. Estos fondos se destinarían, en parte, a financiar el giro estratégico hacia áreas como la IA y la ciberseguridad.

La tesis que sostienen en la empresa es que el modelo laboral mantenido hasta ahora, ya muy deteriorado desde aquella época en la que los trabajadores de Telefónica entraban por oposición, se ha quedado obsoleto. Según los diferentes planes estratégicos conocidos hasta ahora, el dataismo sumado a la IA (la acumulación y análisis masivo de datos) permite un control sin precedentes sobre los procesos laborales, el consumo y hasta el comportamiento social, optimizando la ganancia. Esta transformación, que ha sido bautizada como Plan GPS y que hasta ahora iba siendo sigilosa, ha dado con el ERE un salto cualitativo de consecuencias imprevisibles.

Lo que parece un acertado plan de negocio, ha caído como una losa sobre el sector, ya que tiene un impacto directo sobre otras tantas empresas auxiliares que prestan servicios al grupo: desde operadores que usan su red (Lowi, O2) hasta proveedores de servicios tecnológicos (Telefónica Tech, Telefónica Infra) y empresas de call center/gestión de procesos (Foundever, CNXC, Jazztel), que ofrecen soporte, gestión de operaciones, infraestructura o atención al cliente, y que auguran más despidos.

El potencial real de la IA es crear abundancia material para todo el mundo, pues puede gestionar recursos de forma eficiente, producir bienes esenciales a bajo coste y liberar tiempo de trabajo. Pero la paradoja del caso Telefónica, y la conclusión a la que llega su consejo de administración es que hay que frenar este potencial de abundancia para no colapsar el sistema de precios y la propiedad. La tecnología que podría terminar con la escasez es usada para generar más desigualdad.

Ahora bien, la afirmación simplona de que «la IA suprime puestos de trabajo» es cierta, pero miope.

La IA es el arma del capital en el corto plazo, pero dialécticamente es su tumba potencial en el largo. Al llevar las contradicciones del capitalismo a un punto de ebullición, fuerza la disyuntiva: o se revolucionan las relaciones sociales para permitir que la tecnología beneficie a toda la humanidad, o el sistema colapsa bajo el peso de su propia irracionalidad. La aparente victoria absoluta del capital con la IA es, en realidad, el preludio de su crisis más profunda.

El caso Telefónica es la evidencia de ello, dado que en las negociaciones para el cálculo de despidos intervendrá también el gobierno, a través de la Sociedad Española de Participaciones Industriales (el antiguo INI), por ser accionista de referencia y, sobre todo, por ser el actor que absorberá el malestar social que generará este golpe a decenas de miles de personas.

La dialéctica de los acontecimientos, y cómo la IA irá paulatinamente suprimiendo empleos, no garantiza ni un final feliz ni trágico, sino que señala la contradicción que debe resolverse, con dos únicos caminos:

Uno donde el capital logra utilizar la IA para instaurar un neo-feudalismo tecnológico, donde una élite poseedora de algoritmos vive en enclaves de lujo, mientras una masa superflua es controlada mediante un Estado policial digital y una renta básica de subsistencia que mantenga un mínimo consumo;

U otro donde los resultados de la incorporación de la IA se traducen en reducción de la jornada laboral, mayores cuotas de descanso y una redistribución de las rentas del capital, en favor del trabajo, y que debería ser la demanda principal de las organizaciones sindicales.

El ERE de Telefónica demuestra que cualquier discurso que pretenda situarse en el «término medio», ya sea mediante «prejubilaciones» o «salidas incentivadas» es humo. Y llevamos demasiado tiempo intoxicándonos con él.

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