Colonialismo e islam

Una fuente recurrente de “noticias” para las televisiones de los países islámicos es paralela a cualquier otra televisión del mundo. Se trata de la moda. Las grandes marcas internacionales, como Marks&Spencer, han diseñado algo tan paradójico como el “burkini”, una prenda que responde al neologismo: a medio camino entre el burka y el bikini. Su precio en internet es de 62,95 euros.

A nadie se le ocurre pensar que la moda es un fenómeno espontáneo, de tal manera que, de repente, a la gente, tanto en Occidente como en Oriente, se le ocurre vestir con una u otra prenda. La moda la imponen empresas comerciales por motivos comerciales.

No creemos que sea necesario explicar que dichas empresas son occidentales, que para desarrollar su negocio cuentan con la complicidad de los medios de comunicación y que sus mercancías se introducen a través de la burguesía, que es quien puede pagarlas. Vestimos a imitación de la burguesía local cuyo papel es intermediario respecto a las multinacionales. Lo que decimos de la ropa se puede extender a los perfumes, las barras de labios, el calzado, el rimel, el jabón, el maquillaje, el esmalte de uñas o la peluquería.

En esto no hay ninguna diferencia entre Oriente y Occidente, protestantes e islamistas. La empresa sueca H&M tiene una línea “islámica” de diseño de ropa que se propaga a través de una intensa campaña publicitaria en la que estimula a las musulmanas a que sean “chics” y, a la inversa, para ser “chic” hay que ser musulmana.

No resulta, pues, nada singular que en el mundo islámico la moda también se apoye en campañas de publicidad atosigantes, que tienen a la mujer como diana principal. Su resultado es imponer -a quienes puedan pagar su precio- eso que ahora llaman “un estilo de vida”.

Un anuncio publicitario de una cadena de televisión de un país islámico muestra a una mujer joven que conduce un coche descapotable portando un velo de colores vivos que el aire ondea como si fuera una bandera. Los nuevos ricos no quieren vestir de gris y negro, como los gañanes de pueblo. Están dispuestos a pagar lo que sea para diferenciarse.

Antes se llamaba “alta costura” porque los destinatarios de la moda eran los aristócratas, especuladores y grandes capitalistas que acaparaban tanto las revistas de moda como las de cotilleo. Los demás queremos imitarles. Sus ropas y sus mansiones con piscina subyugan nuestra imaginación.

Como todo lo demás, ese “estilo de vida” que imita a lo islámico, no tiene nada que ver con el islam. Su origen está en el origen de todo: en el imperialismo. La empresa japonesa Uniqlo va a poner en los escaparates de sus tiendas de Londres un muestrario de sus últimos “hijabs” o velos islámicos. La multinacional Dolce&Gabbana también ha anunciado el lanzamiento de una colección de velos y túnicas “islámicas” llamada “Abayas”.

Los países que, como Francia, han prohibido el velo por ser “islámico”, además del ridículo, han hecho un pésimo negocio. La Meca de la moda ha dejado pasar el tren delante de sus narices.

El islam -un cierto islam- está de moda. Quien lo ha puesto de moda son los colonialistas, cuya religión es diferente. La moda no es más que una metáfora de la penetración colonial en los países islámicos. El colonialismo, como la moda, no inventa nada nuevo; se apoya en lo que hay, lo transforma y lo prostituye todo a cada paso.

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