Seis países han sido aceptados en el club de los Brics, que hasta ahora parecía cerrado. Entre ellos hay dos del continente africano, Egipto y Etiopía, junto con Argentina, Irán, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.
Sorprendentemente la candidatura argelina ha sido rechazada debido a la oposición de la India.
Los Brics han logrado encontrar puntos comunes en torno a los criterios de entrada y a los candidatos a aceptar, ya que la elección debía hacerse por unanimidad.
La decisión es histórica y, ciertamente, transformará la dinámica dentro del grupo, con la incorporación de países muy variados en términos de economías y afinidades políticas.
Quizá demasiado variados. Los Brics corren el mismo riesgo que el Movimiento de lo No Alineados, que fracasó porque en su seno había un poco de todo.
La cuestión es analizar los motivos por los que ingresan unos y otros no. Algunos son obvios, como el caso de Irán. Otros son propagandísticos, como el de Argentina. También parece evidente que es China quien ha introducido a Egipto y Etiopía, dos países endeudados hasta las cejas, por razones estratégicas: el control del Canal de Suez, el Mar Rojo, el cuerno de África y, en definitiva, el Océano Índico.
Argelia y el Mediterráneo occidental quedan fuera del foco de atención de los Brics.
Por lo demás, el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, ha explicado con sencillez la participación de su país en los Brics: la colaboración con ciertos países (China, Rusia) no nos impide mantener buenas relaciones con otros (Estados Unidos).
Los Brics no forman un bloque y mucho menos opuesto a las potencias occidentales. Aunque tenga su propio banco, tampoco es un organismo económico. Es una válvula de escape frente a la presión asfixiante del orden internacional creado en 1945 bajo la batuta de Estados Unidos.
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