Autobiografía del palurdo que llegó a ser vicepresidente de Estados Unidos

Bastante antes de ser famoso, el vicepresidente de Estados Unidos, J.D. Vance, escribió su autobiografía. Entonces tenía sólo 31 años, lo cual puede parecer pretencioso, pero el título no dejaba lugar a dudas: “Hillbilly Elegy”, que se puede traducir como “Elogio del palurdo”. Él es uno de esos palurdos, a los que en ocasiones en Estados Unidos llaman también “escoria blanca” (“white trash”).

En 2020 la autobiografía dio lugar a una película con el mismo título, con la intervención de la actriz Glen Close, que hace el papel de abuela que tiene que ejercer de madre porque la generación intermedia había caído en la adicción a las drogas. Está disponible actualmente en Netflix.

Procedente de una familia lumpen en una localidad lumpen de los montes Apalache, Vance ingresa en los Marines y estudia Derecho, una carrera de élite, en una Universidad de élite, como la de Yale. El ascenso de Vance es, pues, trepidante. En su persona el sueño americano se cumple. Hacía sólo dos años que le nombraron senador y ahora ya es el “número dos”.

Los que se aferran a los esquemas no tienen en cuenta que la condición de clase no se correlaciona con la conciencia de clase, a pesar de los muchos ejemplos que brinda la historia, además de Vance. Lo que se correlaciona siempre es, más bien, que “la ideología dominante es la de clase dominante”, que es justamente lo contrario del postulado anterior.

En su autobiografía, Vance relata las duras condiciones de vida en los Apalaches, una región deprimida por el cierre de las fábricas en los ochenta, que condujo a la población al alcoholismo y la drogodependencia, como en la familia del vicepresidente.

En una sociedad de clases, siempre hay alguien debajo al que se puede culpar de todo, como la anécdota que cuenta la autobiografía: trabajaba como cajero en un supermercado y veía a algunos beneficiarios de la asistencia social que comían gracias a los cupones públicos, mientras hablaban por el móvil. Él ni siquiera podía permitirse comprar uno.

La moraleja está bastante extendida: algunos “se buscan la vida”, o sea, se esfuerzan para salir adelante y llegan al “número dos”, mientras que otros se arrastran para aprovecharse de la beneficencia y las ayudas sociales.

Otro tópico se repite en muchos otros lugares del mundo: la reconversión industrial en los Apalaches cambió el signo del voto obrero, que pasó de los demócratas (“la izquierda”) a los republicanos (“la derecha”), otro de esos rompecabezas de los seudomarxistas, en donde la condición de clase, determina la conciencia que, a su vez, determina el voto favorable a los “defensores de los obreros”, que son los reformistas más domesticados.

Finalmente, como no podía ser de otra manera, cada uno de los tópicos conducen a criticar a los obreros que no se dejan explotar, esos vagos que trabajan poco, que quieren más vacaciones, más días libres, salarios más elevados… Vance cuenta la historia de un obrero que abandonó su trabajo después de expresar su descontento por las largas jornadas laborales y otro que faltó al trabajo sin excusa, a pesr de que su novia estaba embarazada.

Como se ve, para algunos, como Vance, las soluciones son individuales. Hay que ser “emprendedores”. Para los demás, son colectivas porque la conciencia no es de unos u otros, sino que es la de toda una clase social. Lo mismo que la burguesía, el vicepresidente cree que “todos navegamos en el mismo barco” y que los trabajadores deben hacer causa común con sus patronos. Cualquier otra cosa, cualquier forma de resistencia indica la emergencia de la conciencia de clase.

Cuando ocurre lo contrario, como en el caso de Vance, es porque ha cambiado de bando, lo que el Vicepresidente explica muy torpemente: empezó a creer en sí mismo cuando se entrenaba para entrar en los Marines.

El libro creó polémica cuando se publicó en 2016, con el primer mandato de Trump, sobre todo después de que Vance hiciera una presentación televisiva y produjera la película. Al principio la obra circuló en los medios más reaccionarios, hasta que el New York Times le puso un sello distinto.

En aquella época Vance escribía sobre el fango desde lejos. Se había trasladado a vivir a California y, tras el éxito del libro, creó un fondo de capital riesgo, que es lo más parecido a un fondo buitre, pero peor. Tenía el apoyo de sujetos de los que ya hemos hablado varias veces en entradas anteriores, como Peter Thiel (Palantir) y Eric Schmidt (Google).

Vance es muy joven y le espera una larga trayectoria política, para lo cual el mito del “hombre hecho a sí mismo” ya se ha empezado a cocinar. En su persona reúne todos los tópicos que son necesarios en este momento: no se puede despìlfarrar el dinero con quienes no se lo merecen. Los parásitos no son los fondos buitres o el capital financiero, sino los que viven de la beneficencia, los comedores populares, los albergues municipales, los abonos para el transporte…

Las políticas sociales lo que estimulan es la vagancia. Si el lumpen quiere salir del fango, lo que debe hacer es lo mismo que Vance: alistarse en los marines, estudiar en la Univsidad de Yale y crear un fondo buitre.


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