Zarandear a Sabino Arana (1865-1903) viene bien para, en realidad, darle una patada en el trasero al pueblo vasco que, por descontado, no era ni remotamente sabiniano. Y para ello nada mejor que echar mano del socorrido racismo aranista. ¿Fue racista Arana? El aranismo moderno, si se puede hablar así, entiende que no, pero admiten (J. C. Larronde) que sí era xenófobo e hispanófobo (sic). Si Sabino no fue racista fue porque no se entrenó más. Lo que sí es claro y meridiano es su feroz odio cerval a España (apenas usaba la expresión «Estado español»). Para él, su antiespañolismo y antimaketismo no son sino el resultado de la invasión española (primeras oleadas de inmigrantes con el desarrollo siderometalúrgico del País Vasco).
Ítem más: maketo no es igual a extranjero: maketos son todos los españoles y sólo los españoles. Un belga, pongamos por caso, o un inglés, no serían maketos, sino extranjeros. El concepto que el Aguilucho de Abando tiene de «raza» es telúrico, tectónico, terrenal. Sólo Dios es lo más (Juramento de Larrazábal, una cervecería en Begoña, un barrio de Bilbao, cerca de la Basílica de Begoña). La raza es para Arana el elemento definidor de la nación. Una raza definida por los apellidos (de aquí lo de «ocho apellidos vascos», como en la película taquillera). Si desaparece la raza vasca apaga y vámonos, ergo: desaparece la nación vasca. La raza es la «sustancia» mientras que la lengua, las instituciones y el carácter y las costumbres son «accidentes», dicho sea a la aristotélica manera. Su idea de nación es metafísica: cree que las naciones han existido desde siempre, desde toda la puta vida (como el españolismo rampante cree que Pelayo era «español» o Trajano, en fin… ), desde el tubalismo (Túbal, mítico nieto del no menos legendario Noé). La esencia de lo vasco sería, como para Larramendi (un sacerdote hugonote del siglo XVIII de la parte francesa de Euskadi), el baserritarra (el campesino), la anteiglesia (preurbana), el municipio… Ruralismo preindustrial, foral, ultramontano, melancólico. Lo que no quitó ni obstó a que jugara en Bolsa y comprara minas (su padre fue un armador naval semiarruinado al irrumpir los barcos con planchas metálicas y no de madera como los que hacía él).
Desconozco si es porque estas rotundeces sabinianas son inasumibles por el «posmoderno» aranismo de hoy, pero es la cosa que circula -a guisa de exculpación- la tesis marxista -involuntaria por parte de sus promotores, claro- de que Sabino era «hijo de su tiempo». De una época que justificaría sus abundosidades. Y es verdad.
Pero ocurre que también, por ejemplo, Tomás Meabe era hijo de aquellas témporas y de mendigoizale («montañeros», «alpinistas» guardianes de la pureza aranista) se pasó a las filas del socialismo bien que semimístico. Determinismo, pues, pero hasta cierto punto.
Vemos, pues, al chovinismo granespañol sacando pecho echando mano de lo peor del antimaketismo excluyente y reaccionario de Arana para alimentar, de paso, la «fractura social» de la que se hablaba en Euskal Herria a principios de 2000, lo mismo el PSOE que el PP.
Que lo diga el PSOE o su puta madre da igual, lo importante como comunistas es analizar la realidad y ni por asomo las tesis de Arana pueden defenderse desde una perspectiva socialista.
Hay que atacar al Nacionalismo gran-español, por supuesto pero tambien al nacionalismo burgues muy amplio en Euskadi, debil en Nafarroa e inexistente en Iparralde.
Esa es la posición leninista, este articulo parece querer congraciarse con el nacionalismo aberriano.
Me gusta todo lo vasco, y como no hay regla sin excepción, aquí está la mía, excepto lo que procede de una sola persona, todos mis interlocutores, saben de quien se trata, ¿por que será?