En 1979 el pueblo iraní destrona al Sha en la Revolución Islámica y se instaura la República Islámica del Ayatolá Jomeini (que vivía sin sobresaltos hasta entonces en su exilio parisino)… y ahí comienzan los problemas para Irán. Solo un año después, en 1980, el vecino Irak invade Irán dando comienzo a una guerra terrible de desgaste que duró ocho largos años. Desde entonces no han cesado las presiones, ataques, sanciones, etc. de Occidente (encabezados por USA y GB) contra Irán que, casualmente, dicho sea de paso, es el cuarto país del mundo en producción de petróleo y el tercero en cuanto a reservas.
Últimamente la indesmayable batalla de desinformación se empeña en hacer creer a la «opinión pública», que se dice, que en Irán lapidan a las mujeres (adúlteras), que ahorcan a homosexuales en gruas («argumento» favorito del búnker, la caverna, el tea party, que abomina del matrimonio homosexual, pero se la suda), que odia a los judíos y quiere destruir Israel, que niega el holocausto (la Shoah) judío (no serían los primeros «revisionistas» que lo hicieran, a todo esto), que quiere fabricar una bomba atómica (como las que posee el Estado de Israel, este sí), etc, etc.
Al expresidente Ahmadineyad se le pintó como el mismísimo diablo (Satán fue Saddam Hussein), un islamista radical, que, de tan «radical» que era, renunció a su sueldo como Presidente de Irán y cobra el sueldo de profesor universitario, que es lo que es, o sea, como quien fuera ministro con el PSOE Corcuera, antiguo obrero (electricista) de Altos Hornos de Vizcaya, y hoy inaugurando bodegas de Vega-Sicilia entre trago y trago. No hay más que verle -a Ahmadineyad- vestido con una chaqueta de lujo, camisa blanca sin corbata, con siete bugas de alta gama propios y uno oficial, gastos de representación y un palacio que te cagas, que para eso son «orientales» y les va el oropel y el derroche cosa mala.
Igualico, igualico, que el Portal de Transparencia que se acaban de sacar de la manga donde se pueden ver, eso dicen porque no faltan mil pegas técnicas, los honorarios de eso que dan en llamar «clase política» -y otros, «casta»– que no les llega ni para pipas, oiga, pobrecillos. Y todavía hay lameculos rastreros que dicen -es el mantra que quieren hacer colar como consigna- que están mal pagados comparados, no con un puto obrero, con sus homólogos europeos, o sea, con otros ladrones.
Será por eso que meten la mano a la caja, al saco y al cazo: porque no les llega a fin de mes. Se comprende…