“Hemos logrado reducir significativamente el potencial militar de los terroristas […] El pánico y la deserción han comenzado en sus filas”, ha afirmado Kartapolov, añadiendo que 600 miembros del Califato Islámico han abandonado el frente y tratan de huir hacia Europa.
Hasta el momento los ataques aéreos rusos en Siria se han concentrado en una zona de unos 50 kilómetros alrededor de la ciudad de Jableh, en la provincia de Latakia, donde está la base aérea rusa.
Los objetivos han sido columnas de vehículos, blindados o no, depósitos de combustible (para limitar su capacidad de movimiento), depósitos de municiones (para limitar su potencia de fuego) y los centros de mando y comunicación (para limitar la coordinación).
Tras los primeros bombardeos aéreos, cabe esperar una inminente ofensiva de las fuerzas terrestres sirias en Idlib, Hama y Homs. Para que resulte efectiva, Rusia deberá incrementar su aprovisionamiento de municiones, especialmente de artillería guiada por láser y sistemas de misiles anticarro.
Para coordinar la aviación rusa con las fuerzas sirias en tierra, los vuelos deben descender por debajo de los 5.000 metros, donde tanto aviones como helicópteros pueden ser alcanzados por los misiles del Califato Islámico. Por debajo de 3.000 metros estarán al alcance de los cañones de 23 y 30 milímetros de los yihadistas.
Este tipo de armas tienen que ser destruidas, lo cual supone multiplicar los objetivos militares y, por consiguiente, multiplicar los bombardeos. Sin embargo, la aviación rusa desplegada en Siria (entre 34 y 40 aviones y 34 helicópteros) es insuficiente para llevar a cabo esta tarea y llevar más aviones no es posible disponiendo sólo de una base aérea: la de Latakia.
Aunque los bombardeos rusos son muy precisos, entre otros motivos porque disponen de la información que les suministra el ejército sirio, deberán multiplicar considerablemente el esfuerzo militar.