El primer ministro francés, Edouard Philippe, dio a conocer ayer las cifras en una intervención en la Asamblea Nacional, donde añadió que se han organizado 1.300 audiencias por el procedimiento de comparecencia inmediata y que 316 personas están en prisión preventiva en espera de juicio.
Esta larga batalla ha cambiado el lenguaje político en Francia. El diario Le Monde compara la situación actual de París con la de Versalles en 1789, cuando estalló la Revolución Francesa, al tiempo que evoca la obra de Marx “La lucha de clases en Francia”.
El gobierno ha fracasado en su intento de calmar los ánimos con migajas y a cada momento enarbola la bandera de la “ley y el orden”. La semana pasada la Asamblea aprobó la “ley mordaza” contra las manifestaciones, que aún debe ser ratificada por el Senado. “No es una ley contra los delincuentes sino contra los manifestantes”, gritaban el sábado los “chalecos amarillos”.
Las reivindicaciones se extendieron a otras demandas sociales y políticas, como la dimisión de Macron y la exigencia de responsabilidades a la policía por las muertes y mutilaciones de los manifestantes.
En Francia la brutal represión ha constituido un verdadero choque sicológico para la población, que tenía otra imagen de su propio país. La policía ha disparado a discreción contra todo lo que se mueve por la calle. En Estrasburgo una adolescente de 15 años, Lilian, fue herida en la cara de un disparo de la policía, a pesar de que no formaba parte de la manifestación.
Si, en efecto, hoy París es como 1789, o quizá unos pocos años después, 1793. Vive bajo el terrorismo de Estado, una herramienta que la burguesía francesa maneja mejor que nadie. El “flashball” ha sustituido a la guillotina. No te cortan la cabeza, sólo te arrancan la mano. No te matan, sólo te dejan tuerto. La pena de muerte sólo ocurre una vez, las mutilaciones duran el resto de tu vida.
Todas estas cosas ocurren en pleno corazón de la vieja Europa, en la “patria de los derechos humanos”.
¿Acia dónde vamos?