Ya ven: al final los verdugos se han convertido en víctimas y al revés. Quien se sienta en el banquillo no son los criminales porque nos habían vuelto a engañar: en realidad los criminales eran los policías del mundo.
Esos criminales se llaman John Bruce Jessen y James Mitchell, dos sicólogos que habían trabajado para el ejército. El segundo de ellos ya ha escrito un libro sobre sus experiencias criminales. “Yo había estado toda mi vida en el ejército y […] estaba comprometido y acostumbrado a hacer lo que se me ordenaba”, le dijo Jessen al juez el 20 de enero.
Algún lector preguntará: ¿por qué se sientan en el banquillo los dos sicólogos militares y no la propia CIA o quienes pacticaron las atrocidades a los detenidos? Merece la pena tomar otra nota de ello: porque los crímenes de la CIA y de sus matones son impunes en Estados Unidos. Afortundamente, los sicólogos “sólo” eran “contratistas” (los mercenarios ahora llevan ese nombre) a sueldo, por lo que la inmunidad no les alcanza.
Naturalmente, como buenos “profesionales” (léase mercenarios) dicen que la tortura es “efectiva”, aunque lo que quieren decir es otra cosa: que es “eficaz”, si bien tampoco aclaran para qué, ni para quién.
Si la tortura fuera “eficaz” los que creíamos “malos” no estarían libres y los que creíamos “buenos” no estarían en el banquillo. Luego no puede haber algo menos eficaz.
Ahora nuestra propuesta es: ya que la tortura es tan “eficaz” que se ha legalizado en Estados Unidos (en contra de los tratados internacionales), les deberían torturar a ellos son los mismos métodos que inventaron y pusieron en práctica en todo el mundo. Los médicos que recomiendan fármacos de “comprobada eficacia” deberían intoxicarse primero con sus propias pócimas para tranquilizar a sus pacientes.
En España sabemos desde hace siglos, desde los tiempos de la Inquisición hasta la Audiencia Nacional (la Inquisición actual), que la tortura no sólo no es “eficaz” sino contraproducente para cualquier juicio. Por eso el Tratado Internacional que la prohibe declara nulas las declaraciones obtenidas bajo tortura. En Estados Unidos los torturadores se han enterado un poco tarde de todo esto. Necesitaron un informe de la comisión de inteligencia del Senado.
Como comprenderá el lector, el propio planteamiento del asunto es completamente falso: la tortura no está prohibida porque sea “ineficaz”; aunque lo fuera se debería prohibir igualmente porque a un detenido no se le puede torturar bajo ninguna circunstancia. Jamás.