Sin embargo, aunque la ofensiva militar pueda ser, probablemente, relativamente fácil, la política no lo va a ser tanto porque para el gobierno de Damasco el desafío no era sólo el Califato Islámico, ni el Frente Al-Nosra, ni tampoco era militar exclusivamente. ¿No se ha enterado Al-Assad que la guerra es la continuación de la política por otros medios?
El nudo de Siria es que el imperialismo no admite al gobierno actual. Ha cometido todos los crímenes que cabe imaginar para acabar con él y, aunque ha fracasado, no está claro que vaya a dejar de insistir. Cambiará los nombres a sus tentáculos, que ya no se llamarán Califato Islámico, ni Frente Al-Nosra, pero seguirá moviendo sus peones.
No nos referimos únicamente a esos aliados regionales, como Turquía o las monarquías del Golfo, sino a los protagonistas fundamentales de Siria, que son las masas, incluidas las kurdas, que han sufrido lo indecible en la guerra y se merecen un reconocimiento público y muchas concesiones -de todo tipo- por parte del actual gobierno.
El pueblo de Siria no sólo necesita elecciones sino que las mismas sean el principio de un cambio de actitud por parte del actual gobierno o de otro que venga por detrás. Si no hay concesiones, la inestabilidad social y política volverá a 2011 y no cabe ninguna duda de que el imperialismo sabrá aprovecharla, como ha hecho en otros países árabes.
La intervención imperialista no puede hacernos olvidar que las reivindicaciones que sacaron a las masas a la calle en 2011 son justas y siguen pendientes de obtener satisfacción. Esas concesiones son de tipo político, y deberían saldar la deuda que Siria tiene hacia los kurdos, pero también materiales, es decir, mejora en las condiciones de trabajo y de vida del pueblo sirio, reconstrucción de las viviendas destruidas, etc.
Si el gobierno de Damasco cierra los ojos y sigue echando balones fuera demostrará que no ha entendido la lección. Hay señales en todas las direcciones. Unas indican que Damasco prepara una reforma constitucional que abre las puertas a la autonomía y a un cierto reconocimiento nacional de Kurdistán. Pero, amentablemente, las últimas declaraciones de Bashar Al-Assad a la televisión van en otra línea, apelan al nacionalismo, echan la culpa a Turquía y a Arabia saudí, a las potencias extranjeras, al yihadismo…
Es más, en una entrevista a la cadena rusa Sputnik, el Presidente sirio carga la tinta contra sus vecinos regionales, dejando a Estados Unidos en un segundo plano. Es cierto que eso tiene una explicación evidente: tras la intervención aérea rusa, Obama ha reconocido su responsabilidad en Libia y ha virado en redondo respecto a Siria. Pero el imperialismo ya le tiene amortizado y estamos en vísperas de elecciones presidenciales. Dentro de seis meses nadie se acordará de él, salvo para la monserga boba de que fue el primer negro en llegar a la Casa Blanca, algo que nos perseguirá los próximos 50 años como una pesadilla… negra.
Al-Assad hace bien en convocar elecciones ahora, que tiene muchas posibilidades de ganar. Haría mejor en ampliar su gobierno y tender puentes a determinadas organizaciones que, tras la victoria gubernamental, estarían dispuestas a lograr una pequeña cuota de poder. Pero nada de eso es suficiente porque faltan los protagonistas fundamentales de la situación.
Es cierto que el país está devastado y las ONG no van a recibir instrucciones de sus jefes imperialistas para ayudar a la reconstrucción. Más bien al contrario, el embargo continuará para seguir poniendo dificultades. Por lo tanto, como siempre, sólo las masas podrán, con otro sacrificio adicional, reconstruir el país, si es que eso resulta aún posible.
La pelota está en los tejados de Damasco y no en los de Ginebra. Es posible dar la razón, una vez más a Al-Assad, cuando se opone al periodo de transición que le exige la ONU, sobre todo si eso supone la “vuelta a la normalidad” de la que habla a Sputnik. Después de cinco años de guerra, ¿de qué normalidad habla? Las cosas no pueden seguir como antes, como si nada hubiera pasado.
Nada más prometer elecciones, nada menos que 11.000 candidatos han anunciado que se presentan a las mismas, una cifra totalmente inusual. Sin embargo, los imperialistas y la oposición las califican de “ilegítimas”. Pero si las elecciones que convoca un gobierno son “ilegítimas”, ¿cómo hemos de calificar el desencadenamiento de una guerra en su contra que ha matado a 260.000 personas?