Henry Kissinger, promotor de Los límites del crecimiento |
Diego Herchhoren
Es la moda entre el progresismo: somos demasiados en el Planeta y el desarrollo de la humanidad pone en peligro el ecosistema. Detrás de esta idea, aparentemente de izquierdas, subyace el sustrato ideológico que el imperialismo viene recetando desde hace décadas a los países más pobres y que tiene como trasfondo la necesidad de los sectores más concentrados del capital de reducir la población mundial.
El programa EKO TV de ayer era lo suficientemente descriptivo: «Los límites al crecimiento«, y sus invitados Emilio Santiago Muiño (del Grupo de Investigación Transdisciplinar sobre Transiciones Socioecológicas), Ana Huertas, presidenta de la Red de Transición, y Luis González Reyes (Ecologistas en Acción y FUHEM Ecosocial) hablaron de conceptos que lamentablemente la izquierda da por ciertos sin discusión: cambio climático, superpoblación o la palabra de moda entre los posmodernos, esto es, el «decrecimiento».
Curiosamente, la frase que titulaba esta emisión no es de la autoría de los jerarcas del diario Público (que sepamos), sino de actores mucho más siniestros de la política mundial. Este concepto fue planteado abiertamente en 1972 por el Club de Roma, que manifestaba así la intención de desarrollar conceptos, ideología y políticas activas que frenaran el desarrollo que los países socialistas habían desencadenado en el mundo, en especial China y la URSS, y en particular veían como factor estratégico frenar su desarrollo demográfico.
Sin embargo, por qué será que medios como Público apenas dan cabida a opiniones que desde las fuerzas anticapitalistas opinamos todo lo contrario: que el cambio climático es un concepto carente de base científica y que Los límites del crecimiento es un poderoso instrumento de imposición de políticas antidesarrollo y desindustrializadoras para los países que apuestan por su avance tecnológico y que en algún momento pueden llegar a ser capaces de disputar la hegemonia de las grandes potencias.
Los franceses llaman al período posterior a la II Guerra Mundial como «los 30 gloriosos años» o la edad de oro del capitalismo, cuando se llegó a generar bienes y servicios por el mismo valor que en los 150 años anteriores a la gran guerra. Fue el período de recomposición de las clases medias y del ideal de bienestar general que indudablemente han sido factor de enorme preocupación del gran capital.
En 1975, la Comisión Trilateral publica el informe La crisis de la democracia, que tiene como línea argumental que la democracia es un sistema sin valor que genera apatía en la sociedad, y que si el desarrollo del capitalismo seguía igual que las décadas anteriores (aumento demográfico y desarrollo de las clases medias) podría suponer un peligro para los privilegios de los grandes poderes económicos. Se advertía así la necesidad de poner en marcha un programa de medidas que frenaran el desarrollo de polos económicos alternativos y que limitaran el crecimiento económico poniendo en bandeja la línea argumental mantenida hasta la actualidad: la necesidad de poner límites al crecimiento, lo cual ya había sido advertido un año antes por Henry Kissinger, autor del Memorandum Secreto NSSM 200 con un título que no deja lugar a dudas: Implicaciones del Crecimiento de la Población Mundial para la Seguridad de EE.UU. e intereses de ultramar.
Toda esta batería ideológica llevará a que organismos internacionales, ONG’s, entidades públicas y grandes empresas incorporen como doctrina la necesidad de reducir la población mundial, de frenar el desarrollo tecnológico y de activar políticas de excepción en nombre de la seguridad del planeta, algo que, por ejemplo, a Julian Huxley le había costado el cargo en 1948 de Director General de la UNESCO solo por «sugerir» el control de la población y que luego siguió desarrollando a través de la ONG WWF (sí, la del oso panda) que integraría a importantes cuadros de la extinta Sociedad Eugenésica Británica, que tuvo que reciclarse por las reminiscencias fascistas de la palabra «eugenesia» tras la derrota nazi.
Hoy sin embargo, si tecleamos «los límites del crecimiento» en Google podemos descargarnos ese documento desde la propia web de la Universidad Politécnica de Madrid hasta la del Ayuntamiento de Toledo.
Que una parte importante de la izquierda (aquí no va incluido el diario Público) incorpore de manera tan banal y superficial conceptos que entrañan un grave riesgo para el bienestar general es la prueba de su inopia. Aceptar las teorías eugenésicas como salvadoras del planeta frente a la «congénita maldad humana» o la tesis de la Fundación Al Gore sobre el cambio climático antropogénico indica una pérdida de brújula realmente preocupante.
La contaminación y el deterioro de la calidad de vida es una consecuencia del capitalismo, de la desigualdad y de la opresión. Que la clase obrera admita sin la debida ponderación la tesis del calentamiento global antropogénico, diluyendo así las responsabilidades del sistema y desplazándolas al resto de la humanidad, es como decir que la culpa es de la mujer violada porque iba provocando.